U n o

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¿Cómo puede caber tanta calma en mi pecho?
Donde antes hubo anhelo, hoy hay satisfacción,
es como sentirse saciado.
Me doy cuenta que siempre he estado completo.
Sé a dónde ir. Sé dónde estás,
tan cerca de mí,
que ya te voy a encontrar.
¿Podremos ser uno en ese momento?
¿Podré bajar la guardia?
En medio de las flores,
de docenas de colores,
que con su encanto nos retendrán.
El mundo es tan oscuro,
pero tú eres tan radiante.
Oh, debo haber hecho algo muy bueno para encontrarte.
Te veré en mis sueños, ¿verdad?
Te veré en el campo de flores,
que nunca marchitarán...

Seiya despertó de golpe ante el sonido del despertador. Tokio comenzaba a rugir y no era una ciudad para lentos.

Suspiró. Lunes era un día de pereza. De sueños aletargados. De tareas interminables. Odiaba tener que levantarse temprano tras fines de semana donde dormía hasta la hora que le placía. Odiaba el pitido de la tetera al hervir. Odiaba el clin de la tostadora y el ruido de los platos contra la mesa. Y cómo olvidar lo que le proseguía. Los tres toques en la puerta, el "ya se hace tarde" que nunca lo inmutaba y el "este chico no cambia" que ella susurraba. Después, se prendía la luz del cuarto. Él se refugiaba bajo las sábanas, pero luego las arrancaban de un tirón y abrían la cortina. Seiya se quejaba, pero Seika no tenía oídos para lamentos. Su voz, delatando una sonrisa, decía: "Ya es Lunes, pequeño holgazán. Una nueva semana comienza."

Suspiró. Las cosas que odiaba habían cambiado de forma radical. En esos tiempos, le guardaba odio al tener que despertarse por su cuenta.

Comenzó su rutina: tomar una ducha, cambiarse y prepararse el desayuno. Sin embargo, aquello lo hacía sumergido en su mundo. Otra vez había despertado con esa canción en mente. Sabía de artistas cuyos sueños inspiraban distintas piezas de arte; no se oponía a ser uno de ellos. La primera vez que soñó con ese fragmento, se cercioró que no fuera la letra de alguna canción que oyó en la radio. Al notar que no era el caso, la apuntó desesperado, pues sabía que la memoria y la inspiración eran escurridizas. Para su sorpresa, esa noche el sueño volvió a repetirse. Al levantarse, escribió las nuevas líneas antes de olvidarlas.

Creyó que aquella racha le duraría poco. No obstante, estuvo así por dos semanas. Soñando con acordes de guitarra y versos que mágicamente se ajustaban. Como compositor, supo que había recibido una bendición. Y bien sabía que esas nunca duraban demasiado.

Estaba en lo correcto.

Al poco tiempo ya no fue capaz de soñar con el resto de la canción.

No lo entendía. Se suponía que todo marchaba perfectamente. Que la inspiración brotaba a chorros y que su manantial no se le sería negado. Pero estaba en un error. Se le rebelaron los sueños un día y decidieron que lo único que habría en ellos sería la misma estrofa y acordes. Una y otra vez.

Qué tontería.

No se molestó en preparar el desayuno. El pan estaba seco. Había olvidado de comprar mantequilla y lo único que había en la alacena era el amargo café que detestaba. Siempre se decía que compraría más cosas, pero desde la muerte de Seika, se le empezó a dar muy bien romper promesas.

De remate, ya se hacía tarde para ir al trabajo. En sólo un mes y medio, iniciaría su segundo año en la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio. Aún así, lo convencieron de aceptar el puesto de cajero en una tienda musical. La paga era buena y las condiciones laborales, quizá mejores que las que recibían el resto de chicos de su edad. No tenía que estar parado todo el día, ni limpiar retretes, ni mucho menos oler a pollo como lo hizo Shiryū cuando trabajó para KFC. Y claro que sabía que encontrar tal empleo no había sido cuestión de suerte ni mérito. Sino de pena.

Al otro lado del espejoWhere stories live. Discover now