Capítulo 17. Ningún amor como tú.

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...«Y aunque no siempre he entendido mis culpas y mis fracasos, en cambio sé, que en tus brazos el mundo tiene sentido»... Mario Benedetti.

Prevención. Estar alertas. Eso evita un ataque. Pero una chica a unos días de casarse con el hombre al que ama y, que despierta todos sus deseos, no podría sentirse más ilusionada. Y por ende distraída.

Regina estaba en una nube de algodón.

Los pendientes en su agenda se cumplían sin contratiempos a pesar de la premura de los preparativos. Faltaban tres días para su boda con Fabián y había acudido a la prueba final de su traje de novia.

Era una fantasía de seda y encaje marfil, que con hilos de pálido tisú componían todos sus sueños de una vida con Fabián.

Solo Dios sabía cuanto había intentado Regina dominar sus sentimientos por él, pero estos se desbordaban a pesar de ella. ¡Y cómo no hacerlo! Nunca antes había sentido lo que era tocar la felicidad. Fabián la trataba siempre con cuidado, se interesaba por sus anhelos. Conversaban sobre todos los temas y jamás la minimizaba. Se interesaba en ella, en su mente, en su corazón. La amaba por ser la persona que era. Entonces, ¿cómo permanecer indiferente y no demostrarle cuánto lo amaba a él?

Al terminar de colocarse su ropa de mañana, se quedó un momento a solas en aquella habitación forrada de espejos que la multiplicaban por cien.

Una dulce sonrisa se insinuó en sus labios cuando un sensual recuerdo emergió en su mente.

Esa mañana, se había colado en el despacho de Fabián, para participarle que acudiría a la casa de modas, a la prueba final.

—¿Sí? —había dicho él levantando la vista de unos papeles cuando ella golpeó la puerta y luego la entreabrió. El atractivo ceño que se había formado en su rostro desapareció cuando la descubrió a ella asomarse a la entrada de su santuario—. Ahí estás, mia bella —saludó él soltando sobre su escritorio los documentos mientras ella ingresaba—. ¿Cómo haces para estar más bonita cada vez que te miro? —inquirió Vitale recargándose en el respaldo de su sillón y, extendió su mano para que llegara hasta él.

—Eres un adulador —reprendió ella, pero aceptó su mano y, ávida de estar más cerca suyo, dejó que la colocará sobre su regazo con una gran sonrisa.

—¿A dónde vas tan guapa? —cuestionó él contra la suavidad de su mejilla y luego paseó su nariz por la línea de su mandíbula. Fabián adoraba su olor, ella lo sabía. Regina se estremeció de placer cuando él consintió con la punta de su lengua el lóbulo de su oreja.

—Iré a la casa de modas, hoy es la última prueba de mi vestido —informó ella y él sonrió complacido de saber eso—. Lamento distraerte seguro que esto es interesante —expresó ella contrita cuando notó los papeles que revisaba antes de su intrusión. Informes sobre los acuerdos con los muelles y la central de abastecimiento, que el padre de ella había negociado; como parte de las gestiones en la sociedad que recién emprendía con Fabián.

—En absoluto —negó él de inmediato y dejó vagar su mano por el corpiño de su vestido de mañana—. Lo interesante lo tengo justo delante mío —afirmó. Y como sí no pudiera resistirse, bajó sus labios hasta su cuello, y le besó la piel, mientras escabullía su mano bajo las susurrantes capas de su falda.

—Fabián...—farfulló ella y lo sintió sonreír apenas notó la dificultad en su respiración.

—Tienes unas piernas espectaculares, amore — halagó él mientras vagaba con avidez sobre sus muslos—. Te gusto. ¿No es así, cara mia? —la provocó abrasándola con las caricias de su mano.

Mia piccola, mia bellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora