Capítulo 7. Mi alma te pertenece.

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...«La sonrisa que me enamoró, no fue una que ví. Fue la que me provocaron»... Anónimo.

Fabián dejó sobre el escritorio de su despacho la vacía taza de café, y dictó algunas indicaciones al hombre que tenía frente a él. Una sonrisa de anticipación subió por las comisuras de sus labios, cuando escuchó de lejos el alboroto que causaron con su llegada Antonella y Viviana.

Al trajín de las doncellas yendo y viniendo del coche, pronto se sumaría la sorpresa de Regina. Mientras Fabián estrechaba la mano del abogado al despedirlo, contó mentalmente en retroceso los pasos de su Piccola, cuando llegó a cero, la puerta de su despacho se abrió.

«¡Merde! Es tan bella» susurró en su mente. Ahí estaba con los ojos brillantes de rabia, las mejillas sonrosadas por la carrera que con seguridad había dado para llegar hasta él. Sus labios se entreabrieron por la sorpresa de no encontrarlo solo, y él deseó haberlo estado para devorarla a besos apenas puso un pie en la estancia.

El abogado se volvió ante la sorpresiva entrada de la joven.

—Lo siento, su señoría. No sabía que estaba reunido —se excusó ella y bajó la mirada.

—Hemos terminado, deme unos minutos y la atiendo —replicó él con tono casual. Ella se quedó junto a la puerta en actitud dócil, pero en cuanto el abogado cruzó por un lado suyo y se quedaron solos, Fabián la vio adoptar enseguida su combativo carácter. Sí. Ella estaba ahí para ponerlo en su sitio—. ¿Qué hice ahora? —inquirió provocándola con una sonrisa torcida y saliendo detrás de su escritorio.

—¿Tú no sabes hacer nada en pequeño, cierto? —demandó irritada—. ¿Alguna vez te informaron que en el cortejo se obsequian flores y no ropa o joyas?

—Las flores son lindas, pero prefiero obsequiarte algo de mayor utilidad. ¿El ajuar no ha sido de tu gusto? —preguntó con inocencia—. Sí algo no te agrada, lo cambiaremos —ofreció.

—¿Utilidad? —replicó irónica arqueando una ceja— ¿Para qué en nombre de Dios necesito yo tanta ropa? —demandó alzando la voz, dejando salir ese temperamento que lo enloquecía y excitaba en medidas iguales.

—La verdad es que preferiría tenerte sin ropa, pero nos embarcaremos en una misión y no quiero que te falte de nada — dijo Fabián, y pasando por alto sus forcejeos como si ella fuera una gatita a la que hubiera levantado por el cuello. Atrapó sus muñecas y se las apresó con eficiencia por la espalda—. El hombre que acaba de salir, es uno de mis abogados —informó, y contuvo el aliento cuando ella se restregó contra su cuerpo intentando librarse de su sujección—. Le he conferido un importante encargo en Sevilla —informó con tranquilidad y observó que ella se desconcertaba al instante, entonces aplastó su boca contra la suya y la besó impunemente—. Viajará hoy mismo —dijo con el aliento entrecortado—,  y se entrevistará con tu padre para encargarse de su caso. —Le dio otro beso, más profundo y embriagador, en el que su lengua recorrió el interior de la boca de la joven. Regina habría continuado resistiéndose si él no la hubiera liberado de las muñecas, para envolverla en sus brazos con ternura y calidez. Cuando la tuvo con la guardia baja, prosiguió—Nosotros lo haremos en un par de días. Quiero quitar de tus ojos cualquier sombra de preocupación que tengas —confesó con un ronco susurro.

—Eso no explica, porqué piensas que necesito tanta ropa —insistió aunque ya no parecía tan segura de su lucha.

—Te desprendiste de muchas de tus posiciones para ayudar a tu padre, solo intento resarcirte. En un par de días vas a enfrentarte a la sociedad de una ciudad que se regodeó en verte derrotada. Sí algo he aprendido de mi tía Antonella es: que mientras más estilo muestres, menos desdén obtienes. —Regina lo observaba con sorpresa y mortificación. Fabián la estrechó más a su pecho, y añadió— Todos aquellos que te miraron por encima del hombro se quedarán con la boca abierta. No le voy a permitir a ninguno cometer la estupidez de sentirse por encima de ti —juró.

Mia piccola, mia bellaWhere stories live. Discover now