Capítulo 3. Viento inquieto.

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...«Cualquiera en su sano juicio se habría vuelto loco por ti»... Jane Austin.



Fabián se aproximaba despreocupado hacia las cuadras. Las luces del alba apenas habían subido por la campiña, y el clima fresco siempre le había resultado más conveniente para montar.

Vitale estaba orgulloso del recorrido de doce saltos dispuestos con ingenio y que serpenteaban desde el prado frente a su villa hasta el bosque. Pocos jinetes contaban con su nivel pericia, incluso sus amigos que eran excepcionales habían confesado en alguna ocasión que les representaba cierto reto completarlo. Él era exigente con todo y mucho más consigo mismo, de modo que ese circuito debía satisfacerlo lo mismo que retarlo.

Un rasgo más de su cabezonería.

—Tienes pinta de caballero, Caramelo —escuchó decir a una voz femenina, y él, detuvo su paso abruptamente.

Los sentidos de Fabián se desataron al reconocer la suave voz de Regina. ¿En verdad era ella? La observó atónito, dándose cuenta de que llevaba pantalones y botas. Había visto mujeres vestirse o desvestirse de cualquier forma imaginable. Pero nunca había visto a una con la ropa de un mozo de cuadra.

—Su señoría nos ordenó expresamente que le diéramos a Caramelo cuando quisiera montar, señorita.

Escuchó Fabián decir al mozo, y en efecto, esas habían sido sus disposiciones. La cruz del magnífico animal no se alzaba más de un metro con treinta centímetros. Era inteligente y de líneas refinadas... el caballo perfecto para una dama.

—¿De verdad? Pues, su señoría es muy amable —replicó ella acariciando al lustroso tordo.

Fabián no conseguía poner en movimiento los pies. La visión que tenía de Regina lo tenía contrariado. Con la ropa masculina que llevaba, él, podía notar a la perfección sus muslos y la silueta de sus caderas. ¡Dios bendito! Esa joven tenía el culo más macizo que él hubiera visto jamás. Aún no conseguía recoger su mandíbula en el piso, cuando ella eligió justo ese momento para volverse.

—Buenos días, su señoría —saludó ella con una sonrisa despreocupada.

Fabián, observó que ella no parecía consciente de sí misma en absoluto. Maldita fuera ¿qué tipo de mujer vestía como hombre? Luchó contra su reacción hacia ella, una mezcla de fastidio, fascinación, y excitación. Llevaba el oscuro cabello trenzado por un lado, sus mejillas estaban rozagantes, era simplemente hermosa y resplandeciente. Ganó la fascinación, sin lugar a dudas.

—Buenos días, señorita Velarde —respondió a su saludo lo más tranquilo que pudo. Intentó imaginar que estaba en una mesa de negociaciones y no al lado de aquella belleza que, estaba visto, lo ponía de cabeza—. ¿Le gusta su montura?

—¡Es espléndido! —contestó ella con embeleso.

Fabián observó que las orejas del caballo se giraron hacia ella con atención y sus vivaces ojos parecían mirarla con aprobación. Él sacudió la cabeza, esa chica sin duda se estaba haciendo con todos en su casa, incluyéndolo a él.

—¿Por qué lleva pantalones? —preguntó más brusco de lo que hubiera querido.

—¿Se sentiría más cómodo sí me los quito? —replicó ella frunciendo adorablemente las cejas.

—¡No! —contestó apresurado, y observó que la confundía más—. Lo que quise decir es que las mujeres suelen llevar otro tipo de atuendo para montar.

—Claro, aquel estorboso traje para montar lateralmente. No desconozco esa silla, pero prefiero montar a horcajadas y nada mejor que los pantalones para hacerlo.

Mia piccola, mia bellaWhere stories live. Discover now