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La voz femenina anunció mi vuelo, la hora había llegado. Me paré y caminé para dejar las maletas, luego guardé el boletito en mi bolso. Caminé hasta la fila de personas que aguardaban para subir al avión y me formé detrás de la última. Miré hacia atrás, hacía todos lados mientras mordía mi labio inferior; vi a toda la gente, todos los rostros... ¿qué estaba pensando? Él no vendría. Me volví a girar y caminé lentamente hasta que llegó mi turno, la azafata me revisó el boleto.

- Bon voyage –me sonrió, devolviéndome el boleto.

Di una última mirada alrededor y suspiré. Cerré los ojos y deseé fervientemente que él apareciera, tan sólo para decirme adiós. La gente seguía pasando a mi lado cuando los abrí. Me faltaba magia, porque los rostros que veía, seguían siendo desconocidos.

Resultaba inútil desearlo, esperar que él... por supuesto que no, ¿en qué cabeza cabe? Volví a reírme de mi misma, sin atisbo alguno de alegría y caminé hasta el avión.

Me senté en el asiento correspondiente, forrado de azul rey y luego miré por la ventanilla circular. Ningún moviendo fuera del avión me pareció inusual.

Decidí relajarme, ya era demasiado tarde para cualquier cosa, para todo. Ya nada tenía sentido. Las tripas me rugieron dentro de mi abdomen y hasta ese momento caí en la cuenta de que no había desayunado nada. Esperaría la merienda del avión y me esforzaría en dormir, eran dieciocho horas las que me esperaban de camino y tenía que adaptarme al horario americano.

Una voz femenina se escuchó por todo el avión, primero en italiano, luego en francés, y por fin en español, para después seguir hablando en otros idiomas.

El avión despegaría en dos minutos. Las ruedas comenzaron a moverse y a rodar por el pavimento, el rugido del motor era claramente perceptible. El tiempo se había acabado.

Cerré los ojos, no quería ver cómo mi corazón se quedaba en ese lugar; pero detrás de mis párpados su rostro apareció y gemí de dolor. Los recuerdos se proyectaron como una película en mi mente mientras el avión se elevaba en el aire. El primer día que llegué, su sonrisa, esos jeans ajustados que usaba esa noche... una lágrima corrió por mi mejilla.

Me removí en el asiento y abrí los ojos para estirarme, había dormido por un buen rato y un relámpago me había despertado. Miré por la ventanilla del avión, surcada por gotas de lluvia, las nubes pasaban escuetas en un cielo completamente oscuro; bajé mi vista, la ciudad se vislumbraba con un montón de motas de luz amarilla.

Sentí alivio y a la vez dolor. Por fin había llegado a California, estaba en casa de nuevo; y al comprenderlo, me sentí bastante lejos de mi corazón.

Las luces en la ciudad brillaban con intensidad y desde arriba era bastante hermoso. Por supuesto, era de noche.

Dos horas después, el piloto anunció que aterrizaríamos por fin. Las luces se fueron haciendo más grandes conforme nos acercábamos a Tierra.

Cuando el avión aterrizó, y bajé de éste, supe que ya no había vuelta atrás, todo había acabado; aunque hubiera acabado mal. Fui por mis maletas y vi la hora en el reloj del aeropuerto de California. Eran las once de la noche con cuarenta minutos. El vuelo había durado un poco menos de las dieciocho horas.

Salí al exterior, en donde el frio invernal arrasaba de una manera abrasadora y la lluvia caía furiosa sobre la ciudad, obligándome a abotonarme la chaqueta. Tomé el primer taxi a mi alcance, chorreando por completo cuando la lluvia me alcanzó.

- ¿A dónde vamos? –preguntó el taxista, habiendo subido mis maletas azules a su cajuela.

- Santa Monica –dije, subiendo a la parte trasera del auto amarillo.

El taxi arrancó bajó la lluvia torrencial y me encogí de frio en el asiento. En este diciembre la temperatura estaba mucho más baja que en cualquier otro diciembre que yo haya recordado. El aliento salió de mi boca convirtiéndose en un vapor instantáneo. Mis labios frios anhelaron algunos otros cálidos, su recuerdo vino a mi mente y ni siquiera me esforcé en bloquearlo, ya no tenía caso, ya no importaba, no tenía sentido.

Luego de media hora y ya pasada de la media noche, por fin divisé mi calle y la casa en donde la segunda planta me pertenecía. Por fin, allí estaba mi hogar.

- Aquí es –le avisé al señor para que aparcara.

Se estacionó cerca de la vereda y me ayudó con las maletas, de nuevo. Subí rápidamente para tomar algo de dinero para pagarle y cuando me hube quedado sola por fin en mi casa, comprendí que así estaba, sola.

No tenía sueño, pero sí estaba cansada. Me cambié de ropa y deseché la mojada en una canasta para lavarla al día siguiente, luego me arrimé a la ventana que daba a la sala de estar, con mi cabello aun mojado y una taza de chocolate caliente que me había preparado. Miraba cómo las gotas resbalaban por el vidrio y cómo la lluvia se hacía visible al atravesar la luz de la lámpara de la calle. Me sentí vacía y entonces comprendí, aquí no era donde pertenecía; porque mi corazón se había quedado en Venecia, y el hogar está, donde está el corazón. Pero, ya no importaba; estaba dispuesta a vivir sin corazón lo que me quedara de vida.

Tenía que hacer de todo para mantenerme despierta durante el día, el dolor era bastante y eso ayudaba a que no tuviera descanso. Decidí desempacar, así gastaría tiempo hasta que fueran las diez de la mañana; aunque seguro me tardaría más de dos horas en acomodar mis cosas.

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HSKSJAKDJFKS ASU

-𝘔 𝘐 𝘓 𝘓 𝘖 𝘕 𝘌 𝘚

𝙼𝚊𝚗𝚞𝚊𝚕 𝚍𝚎 𝚕𝚘 𝑷𝑹𝑶𝑯𝑰𝑩𝑰𝑫𝑶||𝖪𝗂𝗆 𝖶𝗈𝗈𝗌𝗎𝗇𝗀-𝖳𝗁𝖾 𝖱𝗈𝗌𝖾Where stories live. Discover now