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En la ciudad llovía, no mucho pero sentía algunas gotas caer sobre mi ropa, las calles estaban llenas de neblina y temperatura bastante baja. El invierno comenzaba a pegar fuerte en la ciudad y yo casi no lo soportaba, sentía mi cerebro y manos quemar por el frío a pesar de estar usando gorra y guantes, pero es que ya llevaba varios minutos esperando que aquel gran portón fuese abierto o que al menos alguien se asomara pero aquello no ocurrió, entonces opté por irme, porque de no hacerlo seguro moriría congelada.

Hoy debía cubrir un barrio en la parte más exclusiva de la ciudad, en donde vivían los más afortunados de nacimiento pero en donde también el frío era arrasador. Acelerando en la motocicleta de la empresa — que solo la usaba cuando debía ir lejos del centro — sentía todo mi cuerpo congelado debido a la brisa helada que pegaba, casi dos años y aún no me acostumbraba al clima de aquí.

Hice unas cuantas paradas en diferentes direcciones, en donde, a diferencia de arriba si obtuve respuesta y cuando acabé me dirigí a la oficina de correos. Milagrosamente hoy había terminado más temprano y podía irme a casa antes de que comenzara el hielo de la noche porque así era casi imposible de trabajar.

— ¿Entonces ya puedo irme? — pregunté mirando al tipo de lentes apoyados en la punta de la nariz que estaba sentado tras aquel escritorio que tanto poder imponía.

— Cuando acabes, por supuesto. — dijo dándole una bocanada a su pipa, dejando expulsar luego el humo.

— Pero ya he acabado. — contesté con el ceño fruncido.

— No, no lo has hecho. No has dejado el paquete en casa de los Cabello.

— Si no han contestado. Pasé casi 15 minutos esperando bajo el frío a que abrieran y nadie respondió. — me expliqué, no entiendo que quería de mí, podía morir congelada.

— Ellos no son cualquiera, Lauren, son los Cabello. Y si no sabes quiénes son deberías coger una puta computadora y buscar...

En internet, sí sí sí. Los Cabello. Claro que los conocía, es decir, ¿quién en esta ciudad no lo hacía si eran prácticamente sus dueños? Alejandro Cabello era un político con demasiado poder, dinero e influencia en el país y por consiguiente en Vancouver, era uno de los mejores conocidos y supuestamente de los más honestos pero para mí solo era otro corrupto de mierda, y a eso súmenle a Sinuhe, quien es su esposa y pertenece a una de las dinastías más grandes, los Estrabao, tenía entendido eran cubanos pero muy poco rastro de eso quedaba en ellos.

— ... entonces irás allí y no podrás ir a casa hasta que ese paquete esté en sus manos, ¿has entendido? — asentí con desgana y luego salí de la oficina de correos tomando la motocicleta para ir nuevamente.

Quedaba lejos por lo que me tomó un buen rato en llegar y ya todo estaba oscuro. Quería ir a casa. Volví a tocar aquel timbre esperando por fin una respuesta donde una voz femenina sonó, parecía muy joven pero realmente no le presté atención, solo necesitaba irme a casa a terminar de estudiar para mi examen de química. El gran portón se abrió y entré dejando la motocicleta estacionada afuera. Caminé por la gruta que conducía a esa gran mansión. En la puerta una chica me recibió, lucía tan joven como yo.

— Buenas noches, señorita. Disculpe la hora pero vine esta tarde y no obtuve respuesta. — por alguna extraña razón mi voz temblaba, seguro era el frío que se me había concentrado en la garganta.

— No hay cuidado. Ven, dame. — dijo para recibir el paquete pero negué.

— ¿Es usted mayor de edad? Solo puede ser firmado por un adulto.

— ¿Lo eres tú? — preguntó de vuelta, más que con desafío fue con intriga, y yo negué. — Ya está, si tú puedes repartirlo, yo puedo firmar. — y me quitó el portapapeles de las manos depositando su firma con velocidad. — Toma.

— Gracias. — no sé porqué agradecí, otra tontería en el día. — Ahora debo irme, pase una buena noche señorita Cabello. — me giré pero su voz me detuvo.

— ¿Cuántos años tienes? — volví a mirarla y la detallé. Llevaba una pequeña falda color blanca junto a una blusa rosa que le llegaba más arriba del ombligo, su cabello negro iba recogido en una coleta y sus pies estaban descalzos, ojos oscuros, labios carnosos y piel canela.

— No los suficientes. — dije sin más porque no entendía su interés.

— ¿No los suficientes para repartir o para firmar? — preguntó cruzada de brazos y recostada en el marco de la gran puerta.

— Para ninguno.





He escrito esta nueva historia y quise compartirla. Lo hago más que todo para entretenerme en mis tiempos libres, además de que es algo que me gusta bastante. Si quieren apoyarme con esta nueva historia son todos bienvenidos. Gracias.

Breathe || CAMRENDove le storie prendono vita. Scoprilo ora