El incansable Mittchell vuelve al ataque

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―Creo que se han olvidado de contarme el chiste. ―dice Evi, picándome la cintura con el dedo mientras caminamos.

―Pues...

Comenzamos a relatarle lo acontecido al inicio del día y ella se lamenta por no haber estado. Se rio incontrolablemente cuando mencioné mi pie hundido en caca, y me miró estupefacta cuando le dije lo que Mittchell hizo. Limpiarme el pie fue lo último que pensé que haría.

―No te creo. ―niega Evi. Yo le aseguro que sí―. ¿Y no aprovechaste para pegarle una patada en la cara o en los huevos?

―Estaba idiotizada, ¿qué crees tú?

―Nada. No creo nada.

Apenas me doy cuenta de cómo el chico, alto y guapo y ya sin marcas de labial, pasa y saluda con la mano a Pete, pero él no se lo devuelve. Veo de reojo la cara del tipo y, aunque sea unas buenas cabezas más baja, noto su decepción. Oh, vaya. ¿Qué está pasando? ¿Acaso ya lo conoce? ¿Qué es lo que no nos está diciendo?

Llegamos al comedor y nos sentamos en una mesa libre. Soy la encargada de comprar las cosas para todos, para que no perdamos el sitio y acabemos comiendo en el pasillo, por lo cual quedaríamos amonestados. Hay una larga cola, de ambos lados del circular buffet, y me coloco del lado más cerca de la mesa. A veces pienso que estamos en un centro comercial, en el área de comidas, de lo grande que es. La fila avanza y no me detengo a pensar en quién está detrás hasta que siento una mano grande posarse en mi cintura.

―Hola.

El incansable Mittchell vuelve al ataque.

―¿Sin motes? Qué raro. ¿Qué quieres?

―Soy un adolescente en la fila para recoger el almuerzo. Es una pregunta tonta.

Me cruzo de brazos, empleando la conocida y adorada ley del hielo. ¿Por qué no me salía lo buena persona justo ahora? ¿No podía haberme pasado en la terraza, cuando pedí el deseo? No, estaba borracha. Qué idiota soy.

―Tierra llamando a Bárbara. ―me llama, agitando su enorme mano delante de mi cara. Casi no puedo creer que me haya dicho por mi nombre, hasta que agrega―: Avanza, Cerecita.

Y ahí está. ¿No le puedo poner una cinta en la boca?

Doy cinco pasos más cerca del mostrador, donde Elanie, una de las cocineras más experimentadas, se encuentra atendiendo. Me da los buenos días y le pido las cosas. Ella con paciencia y cariño me entrega dos bandejas, tengo que hacer malabares para no tirarlas. Mittchell, por supuesto, no pasa la oportunidad de reírse de mí, y como todo cretino, sigue su camino sin ayudarme.

Sin hacerle caso, camino tambaleante hacia mi mesa, pero, como la mala suerte siempre está abrazada a mi trasero, tropiezo y comienzo a caerme hacia adelante. Una de las bandejas se despega de mi palma y la veo un segundo en el aire, casi esperando a que se estrelle contra el suelo y luego...

Y luego alguien más la está sosteniendo unos buenos metros por encima de mí. Es el chico del pasillo. Lleva el cabello negro húmedo despeinado y sus sexys ojos marrones investigan si me encuentro bien.

―Gracias...

―Adam. Mi nombre es Adam. ―se presenta con una sonrisa. Trato de devolvérsela, pero lo acontecido anteriormente me lo impide. Él se da cuenta y se rasca la cabeza―. Lo siento, Violet puede ser muy intensa cuando se lo propone.

―Lo sé. Como al parecer sé cómo se ven sus partes íntimas.

Reímos al mismo tiempo, sin gracia, da más asco que eso.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now