El suceso de Baldomero

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Me encontraba en una de mis expediciones por las montañas del eje cafetero, se hacía de noche y parecía el mejor momento para hacer un campamento. Me llamó la atención una luz que se veía a lo lejos, perdida entre los árboles y el monte.

—Será mejor que no mire eso parcero —me dijo el guía mientras intentaba apartar mi mirada de aquella lejana luz.

—¿Sucede algo? —pregunté.

—Eso es algo que no se cuenta, ese es un pueblo maldito. Todo aquel que llega nunca regresa. Allá se apareció el diablo.

—¿Y qué más cuentan? —pregunté intrigado mientras volvía al campamento pensando en aquella luz.

Cuando nos sentamos alrededor del fuego el guía rompió el silencio con una historia.

Aquel es Baldomero —dijo—. Un pueblo fantasma que se le aparece a los exploradores inexperimentados. Ese es un pueblo asechado por espíritus de gente mala donde el mismísimo patas tuvo que ir a destruirlo y dicen que jamás regreso.

En su momento fue el pueblo más notable de la colonización antioqueña, decía que allí destilaban el mejor aguardiente y cultivaban el mejor tabaco. Criaban a las mejores bestias y afilaban los mejores machetes. Pero no se deje engañar con tanta belleza, porque Baldomero cayó en el olvido y tuvo el mismo destino de lo que fue su sangrienta fundación.

Decían que allá quedaba un entierro indígena que los nativos juraron proteger con sus vidas y desde el momento mismo de la construcción de la plaza el lugar quedó maldito. Y usted sabe que las maldiciones son como la muerte: eventualmente llega y cuando lo hace sin aviso alguno, arrasa con todo.

»Pero por muchos años aquella maldición quedó latente, siendo olvidada en los albores del tiempo hasta que un día sin previo aviso tocó directamente desde adentro del mismo:

El curita del pueblo fue encontrado muerto y completamente desmembrado sobre el altar de la iglesia. Con un cuchillo enterrado en el centro de su estómago y una raja en forma de cruz que bajaba desde la garganta hasta el ombligo y desde un hombro al otro hombro. La sangre había sido salpicada a las estatuas de los santos y los nazarenos lloraban la misma.

Como era un pueblo perdido en las montañas tardaron seis días en enviar un comunicado y seis meses en que el nuevo curita llegase a aquel lugar.

Eran las seis de la tarde y un hombre montado en una mula bajaba de la montaña con una expresión severa en su rostro, era el padre Damián.

Damián era un hombre joven, de unos 25 años. Ojos azules, una cabellera rubia y tez tan blanca que a pesar de su sombrero de paja se había enrojecido por el calor de la tarde.

Todo el pueblo salió a recibirlo entre esperanzas y decepciones. Los viejos decían que era muy joven para ser cura y las mujeres que era demasiado apuesto para haberse quedado célibe de por vida.

Pero el padre Damián continuó imperturbable mientras se apeaba de la mula y ponía sus dos pequeñas maletas en el polvoriento suelo. Sobre su sombrero volaban un par de moscas pero el cura apenas parecía notarlo.

Un hombre salió de entre la multitud y se acercó al sacerdote.

—Mi nombre es Antonio José de las Casas —dijo mientras con su mano apartaba una mosca que se le habían acercado —.  Soy el alcalde del pueblo y en nombre de Baldomero le doy la bienvenida a su nueva casa.

—Que la paz del Señor los acompañe siempre y en todo el pueblo de Baldomero.

La gente, feliz por tener de nuevo un representante de Dios en el pueblo, lo condujeron hacía la iglesia dónde el padre Damián se instaló y comenzó con sus labores sacerdotales.

ENTRE REDES  y otros cuentos...Where stories live. Discover now