CAP 5

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—El sacerdote Mateo tiene la decisión final sobre que va a pasar contigo— Exclamó Catalina tratando de consolar un poco a Alejandra.

Su destino estaba sellado. Ahora no solo cargaría con el peso de ser la ilegitima sino también con la deshonra de ser una desdichada. ¿La recibiría el cielo si se suicidaba?

Pasaron un par de días. Apenas comía. No quería ver a absolutamente nadie. No se sentía en condiciones para eso.

—Alejandra, el sacerdote Mateo quiere verte— Anunció Catalina llamándola a la puerta. Alejandra Salió. Observó a Catalina y comenzó a caminar. —Alejandra espera, no estoy para juzgarte—

—Agradezco su ayuda Catalina, pero no quisiera hablar de ese tema. Por el momento, veamos qué decisión toma el sacerdote— No dijo más nada.

*

—Alejandra Santander— Enunció el sacerdote —¿Incitó usted a los hombres con insinuaciones sexuales? ¿Usted estuvo de acuerdo con ese acto? ¿Por qué involucró a sor Teresa? —

—Padre con todo respeto, no hice nada, no seduje a nadie, ¿cree que me hubiera gustado que golpearan a sor Teresa? Sea un poco lógico— Alzó la voz. La verdad es que todas esas preguntas de cierta forma le torturaban

—No me hable usted así. Sabemos que tiene un temperamento fuerte y osó usted a golpear a una aprendiz hace ya un par de semanas—

—Mi palabra aquí no vale, eso lo tengo claro, vamos, arroja la condena mundana sobre mí para que todos puedan descansar en paz y tratar de olvidar este suceso— Dijo golpeando el escritorio.

—Fuera del convento. Esa es la determinación final— Dijo de una forma totalmente fría sobrecogiendo a Esteban y Catalina quienes allí se encontraban.

—Perfecto. Pero recuerde este nombre, se quedará grabado en su memoria: Soy Alejandra Santander. La hija de nadie, pero la dueña de todo...— Dicho esto salió del lugar azotando la puerta con mucha rabia, pero a la vez con sus sentimientos mezclados. Se sentía de lo peor.

—Sacerdote Mateo, si me permite hablar...—

—No Catalina, haya sido o no, no podemos exponernos como religión a un escándalo de tal magnitud— No se dijo palabra alguna de eso en la sala.

—Alejandra, ¿Qué ha pasado? — Cuestionó la mujer en el pasillo a la menor. Alejandra comenzó a llorar al ver los golpes que tenia la vieja en el rostro, ella también tenía algunos moretones, pero en ese momento no le importaba en lo absoluto. Se abalanzó a ella a llorar.

—Perdóneme madre Teresa... No quise involucrarla en esto—

—No hay nada que perdonar, no hiciste nada malo— La vieja alejó un poco a la muchacha. —Pero, ¿Qué ha pasado? ¿Por qué lloras? —

—Me voy— Dijo tratando de sonreír. —Vuelvo a mi mundo, a mi rebeldía. A ser la ilegitima que siempre he sido. Ese fue el dictamen de Mateo— Se separaron y Alejandra siguió su camino.

Al momento apareció Catalina quien aparentemente se dirigía a la habitación de Alejandra.

—Catalina espera— Dijo la mayor —Dale un tiempo para asimilar todo. — Exclamó Teresa

—Tiene hasta la puesta de sol para irse. Es necesario que empaque sus maletas—

—Créame que ya lo está haciendo. Sé quien es Alejandra ahora. —

*

Se llegó el ocaso. James iría a recibir a Alejandra para llevarla a casa, se le envío una carta firmada por el sacerdote para eso.

Ella llevaba su maleta. La misma que había traído, pero esta vez con más cosas. Al bajar las escaleras observó a todos en fila en la puerta y frente suyo James. Se despidió de todos, pero con Esteban se detuvo un poco más.

—Gracias por haber estado al tanto de mí. Me llevo mucho conocimiento de ti— Susurró a su oído. Dejó caer una leve lágrima para después salir.

Y así terminaba la experiencia de Alejandra en el convento, pero apenas inicia su destino

Llegaron a casa. Ya era entrada la noche.

—Buenas noches— Fue lo único que pudo decir.

—Alejandra, ¿tan rápido volviste? Espero que tu estancia allá haya funcionado— Exclamó la matrona —Supe de tu suceso en el bazar—

Alejandra tomó las maletas para dirigirse a su habitación sin dar respuesta alguna de lo comentado por la mayor.

—Alejandra, te traje la cena— Comentó James poniendo un plato de comida sobre la mesa de noche

—No tengo hambre— Dijo sacando la ropa de la maleta.

—¿Quieres hablar de lo sucedido? —

—James, en este momento no quiero ver a absolutamente nadie, no quiero a nada y no quiero a nadie— Replicó alzando la voz. James entendió el mensaje. No dijo nada más y salió

Se sentía triste, quiso llorar, pero vio su imagen en un espejo. Comenzó a observarse en detalle. Fue entonces cuando se limpió las lágrimas. No. No podía seguir lamentándose por eso. No iba a dejar que eso la marcara eternamente. Debía superarse como siempre lo había hecho.

Con un candil lograba iluminarse la sala. Ella estaba leyendo. Literatura y su historia. Debía prepararse, no podía estancarse como las mujeres de la misma sociedad.

Observó el plato de comida. Su estomago rugió. Comió. No se iba a dar el gusto de dejarme morir. No, había muerto, la habían matado, ahora era tiempo de renacer. Después de comer sacó un vestido hermoso de color verde con algunas piedras preciosas que le habían obsequiado en el convento.... Era momento de mostrarse como lo que era... La ilegitima... Romper todas las reglas era su especialidad.

—Soy Alejandra, la desdicha de mi madre. ¿En que momento hace contacto la semilla con la tierra? ¿Quién dice cuando debe germinar? ¿Cuándo una niña se convierte en mujer? ¿Tal vez sea el atormentado corazón de la sociedad? Soy Alejandra, aquella que temía ver la luz del sol, la que se escondía incluso de la lluvia, pero ha llegado el momento de sacrificarme. Mis desesperanzados días ahora son mi vida. Mi momento se acerca. Debo despedirme de mi pasado y dejar que se consuma. Estoy preparada, ya he desplegado mis alas. Soy Alejandra y haré nacer una nueva versión de mi misma—

La BastardaWhere stories live. Discover now