CAPÍTULO 9. El final.

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CAPÍTULO 9.

Un rayo de luz… siento un peso sobre mi cintura. Es el brazo de Varun, lo sé. Podría levantarme, o al menos abrir los ojos, o si me atreviese decicarle un “buenos días cariño”, pues es lo que quiero decir, mi lengua quiere pronunciarlo, pero no lo voy a hacer.

Un minuto, dos minutos, tres minutos, otro, y otro más, y sigue… 17 minutos y siento un tacto húmedo en mi mejilla, después un cercano “Buenos días” en la oreja, también bastante húmedo. Mi boca se limita a un hola, aunque querría estar dentro de la suya, pero no, no debo.

Nos levantamos, nos aseamos, nos vestimos con la misma ropa de ayer y bajamos. En el desayuno, todo está en silencio, aunque el tiempo pasa rápido. Quizás porque estoy nerviosa, quizás porque los minutos con él son segundos.

Ring. Su móvil. Se va para cogerlo a unos metros de mí, otra vez hablando en hindi. Cuando vuelve, me toma de la mano y me lleva fuera. “Tengo que hablar contigo”, dice, “vamos a dar un paseo”. Yo asiento y empezamos a caminar hasta que llegamos a una calle bastante transitada, todo el mundo lleva bolsas y carteras en la mano, una calle materialista, como todas las demás. Vamos de la mano cuando él empieza a hablar:

Mira, he estado hablando con mi secretario, él me lleva todas las cuentas. Le he pedido que me pase todo el dinero de mi cuenta de ahorros a un banco de Japón. Antes me ha llamado para confirmar que el dinero está listo, y le he pedido que buscase un piso en Tokio. Ha conseguido uno con dos habitaciones aunque solo tiene 50 metros cuadrados, pero por ahora es suficiente. Clara… voy a adoptar a la enana, no soporto que esté sola en un país donde no conoce a nadie, ni siquiera les entiende, la verdad es que la quiero tanto como si fuese una hija. Pero no puedo hacerlo sin ti, Clara” de repente se para en medio de la calle, la gente murmura y nos mira con desprecio. Me da igual, con oír a Varun me vale. Ahora me mira fijamente, es excitante, esos ojos negros… “Quiero que vengas conmigo, podemos vivir los tres juntos, por favor Clara, acéptame, te quiero…” Se nota que está un poco nervioso. Yo me pondré nerviosa cuando asimile todo lo que me acaba de decir, mientras tanto me limito a asentir con la cabeza. Él se pone muy alegre, me coge en sus brazos… más excitante aún. Y me besa. Creo que esto es como para derretirme, menos mal que no hace mucho calor.

Seguimos paseando y mirando tiendas, riéndonos. Parecemos una pareja normal y corriente, y si estuviese Mariam pareceríamos una familia normal. Es lo que se supone que todo el mundo quiere, una familia, un trabajo que le guste, tener dinero para algún capricho… pero no estoy segura de que sea lo que yo quiero. Quizás sí, quizás un día sea lo que quiera, pero hoy, ahora, no lo sé, y quizás así no sería feliz…

Cuando llegamos al hotel ya era el mediodía. Varun me dejó en el comedor y cogió un sándwich para salir corriendo. Al volver, ya por la tarde, mientras yo veía el telediario japonés (demasiado happy para mi gusto), Varun traía a Mariam sobre los hombros. Ella se agachó al entrar por la puerta. “¿Y esto?” Pregunté mientras le daba un beso a la enana en la frente. “¡Lo he conseguido!” Exclamó Varun. “Me han cogido como padre de acogida, pero en unos meses, si todo va bien y pasamos la inspección, podré adoptarla formalmente”. Él estaba muy feliz, y yo fingí estarlo. Cuando hubo soltado a la pequeña le cogí de la mano y le llevé al baño, donde le otorgué un húmedo y curiosamente profundo beso en los labios rosados. Nos separamos, y empiezo a decir aquello de lo que un día me arrepentiría, lo peor es que en ese momento lo sabía, eso que no debería haber dicho y dije, lo que más daño me ha hecho nunca, y lo que es peor, lo que más le ha dolido a Varun en su vida. Hoy lo sé, y aun así, no estoy segura de arrepentirme, pero tampoco de alegrarme, solo sé que me arruinó por dentro, pero quizás, y solo quizás, debía decirlo: “Varun, no. No vamos, sino vas. Quiero decir que no voy a ir contigo. No puedo aceptar tu oferta. No es que no pueda, pues puedo, sino que no estoy segura de quererlo. Lo siento.”

Me alegré de haberlo dicho rápido para salir de la habitación, aunque para mi pesar encontré a la dulce japonesa en la puerta.

Hola, – dijo tan alegre – vengo con un coche para llevaros a la nueva casa, vamos”.

No sé por qué, yo también fui con ellos. Varun tenía los ojos rojos, aunque no había llorado, quizás era de evitarlo, y yo me moría por dentro, no sé si de vergüenza, de pena, de rabia, o de qué me moría, el caso es que mi alma tenía encima una pesada lápida en la que ponía “RIP”.

Llegamos a un edificio en el centro de Tokio, rodeado de más edificios de unas 10 plantas. Todos eran iguales: fachada azul claro y grandes ventanas que reflejaban un Sol que me hacía daño a los ojo. Entramos. Subimos en un ascensor algo anticuado. Al llegar a la sexta planta se paró y bajamos. Cuando la japonesa abrió la puerta azulada del piso, entramos a un recibidor pequeño y nos quitamos los zapatos para pasar a un salón-comedor con un sofá rojo delante de un mueble blanco lleno de libros clásicos y una pequeña y plana televisión en medio. Detrás del sofá había una mesa baja rodeada de 4 cojines, una ventana a la izquierda y a la derecha tres puertas azules cerradas. Al otro lado, había otra puerta, una transparente que dejaba ver una pequeñísima cocina. Me sorprendió, pues a mí me encantan las casas grandes con jardines innecesariamente enormes, pero está me gustaba mucho, era muy acogedora sin llegar a ser conservadora, era perfecta. Pero no era para mí, ya no.

Me quedé en el recibidor viendo como Varun le daba las gracias en japonés a la mujer y sostenía a la niña en sus brazos. La mujer se fue dándome un caluroso abrazo.

Varun se acercó a mí y me miró con una mezcla de tristeza, dolor e ira. Yo entendí la indirecta: me di la vuelta para girar el pomo de la puerta. “Espera” oí una voz masculina, menos mal. Ah, claro, se me olvidaba despedirme de mi pequeña. La cogí en brazos y le di un gran abrazo, de esos que no se olvidan, de esos abrazos por los que lloramos por las noches mientras escuchamos nuestra canción nostálgica que todos tenemos. Un abrazo que tiempo después seguiría sintiendo en mi cama, un abrazo que duraría para siempre, un abrazo que se quedó en la memoria de mi sistema nervioso. También le di un besito en la nariz y solté unas cuantas lágrimas, pero no les hice caso. “Adiós, enana, te quiero”. Un te quiero como ese abrazo, que luego mi lengua repetiría noche tras noche, mientras yo abrazaba a mi peluche favorito, una lengua que siente el salado sabor de las lágrimas mientras pronuncia esas dos preciosas y a la vez dolorosas palabras. De hecho, mientras escribo estas líneas, lo estoy diciendo. De hecho, acabo de sentir el calor de aquel abrazo…

Varun se acercó, me tapó los ojos con una mano cuando hube soltado a la niña y me dio un beso de varios segundos en la frente. Luego sentí, junto a ese beso, una gota que mojaba mi frente, una gota caliente, una gota triste y dolida, una lágrima. ¿Y qué es lo peor de ese beso? No que fuese el último beso que recibí de Varun, no es que sea triste, no es que me doliese, no es que me quemasen sus labios, lo peor de todo es que no recuerdo el tacto de aquel beso, ya no lo siento, ni siquiera soy capaz de llorar por él. “Adiós”, dijo un ahogado Varun, y abrió la puerta por la que salí.

Y lo peor, lo peor de todo, es que hoy, ahora, mientras escribo esto, no soy capaz de recordar su rostro…

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~Y aquí termina la historia de estos tres supervivientes. Espero que hayáis disfrutado de ella, pues a mí me ha encantado escribirla. Dedicada a mis dos Monguitrolas klara_pyaar y mariiamangel, que las quiero mucho :3 ~

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⏰ Last updated: Jan 04, 2015 ⏰

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Un accidente. Un amor.Where stories live. Discover now