CAPÍTULO 4.

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CAPÍTULO 4.

Y de naranja, a ocre. Y de ocre a negro. Un negro intenso manchado con lágrimas brillantes, pues aquella noche el cielo lloraba.

La pequeña se había dormido apretando el osito que había encontrado en su mochila, Teddy, contra la tripa, quizás para no sentirla tan vacía.

Varun y Clara estaban sentados en la oscuridad, uno frente a otro. Sus ojos brillaban con el reflejo de la Luna y les hacía la tez pálida, aunque apenas podían verse.

-Mañana deberíamos mirar las demás maletas, quizás haya algo interesante – Comentó el chico mirando hacia donde una masa negra cubría el avión.

-Tienes razón – contestó Clara – Varun, cuéntame algo. No tengo sueño – él la miró con una sonrisa.

-¿Qué quieres que te cuente? ¿Un cuento?

- No, algo de ti. ¿Dónde vives? ¿Con quién?

-Woh, woh, vamos poco a poco – se acercó a ella, sus piernas estiradas se rozaban – Vivo en la India, en Nueva Delhi. Estoy solo en un piso. Bueno, no, tengo una gatita blanca. – Clara se rio.

-¿Y cómo se llama?

-No, no. No – negó el moreno – Ahora me toca a mí. ¿Dónde vives y con quién?

-Bueno, en la costa de España, con mis padres y mi hermanita. Quiero irme a vivir a un piso compartido pero…

-Eso está bien. Aunque… nunca les dejes de lado. Yo lo hice… y ya no están – Varun ahora hablaba con tono melancólico.

-Vaya, lo siento… - dijo Clara, y puso su mano sobre la del chico.

Así, hablando de sus vidas, la chica se fue durmiendo hasta dejar caer su cabeza sobre los muslos de Varun. Él observó su respiración un rato, tranquila y fina, “como una hoja que cae de un árbol”, pensó. Se agachó y le dio un beso en la frente.

-Buenas noches – susurró, y se recostó en el suelo.

*

Una línea negra. En el medio de ésta se abría un punto negro. Se iba haciendo más grande y se tornaba de varios colores. Giraba y giraba, crecía… le salían brazos, piernas, de pronto una cabeza. Qué mareo. Qué horrible metamorfosis.

Un hombre. Sí, era un hombre. Un hombre de pelo gris. Alto. Viejo. Trajeado y con unos ojos negros penetrantes, aunque una mirada asesina… Se acerca. Se acerca. Él. Él. Él…padre.

*

Varun se despertó de golpe, con la frente llena de perlas de sudor que le mojaban su cabello negro. Clara se había caído de sus piernas y dormía sobre uno de sus brazos.

Se levantó y se estiró. Qué calor hacía, quizás si su maleta estaba bien podía ponerse los pantalones cortos y una camiseta. Fue hacia al avión a buscarla, y entró por la puerta de atrás, la otra estaba destrozada. Buscó su asiento: 16-F. Lo encontró. Al lado del asiento, caída en el suelo, vio su maletita y la cogió. Debería haber llevado más equipaje, aunque ya no importaba.

También cogió una mochila de montañero y una maleta abierta que dejaba entrever una bolsa de patatas. Genial.

Volvió hacia donde estaban las chicas y despertó a Mariam. Cuando abrió los ojos, aún estaba medio dormida, así que la cogió por la cintura y la elevó por los aires.

-¡Despierta! ¡Despierta! – Decía riéndose.

La niña gimió y Varun la dejó libre. Tenía mirada de enfurruñada, pero era demasiado dulce como para parecer enfarada.

-Mira, tengo una idea, antes de que se despierte Clara vamos a prepararle el desayuno y le damos una sorpresa, ¿vale enana? – Varun se había agachado frente a la pequeña – Detrás del avión he visto un cocotero, leche de coco y barritas de chocolate. – Mariam seguía con esa cara, así que le revolvió el pelo y le dio un besito en la frente ¡Ñam, ñam ñam!

Se fueron hacia donde había indicado el indio. En efecto, un cocotero de unos 6 metros de altura.

-¡Yo subo! – Dijo la niña, pero él no se lo permitió, podía hacerse daño.

Apoyó un pie en un ala del avión: 2 metros. Se agarró al tronco con las manos y saltó. 4 metros. Tuvo que abrazar al árbol para seguir escalando. 5 metros. Estiró el brazo y, antes de intentar tirar alguno de los cocos que parecían estar demasiado maduros, dijo:

-¡Apártate!

La niña corrió debajo del ala del aeroplano y Varun golpeó los cocos hasta que cayeron dos. Suficiente.

Saltó al ala y cayó de pie, lo que le hizo daño en las piernas, pero no dejó que se notase.

La chica cogió uno de los cocos y Varun el otro. Caminaron hacia donde estaba Clara aún dormida y al llegar dejaron los cocos en el suelo.

-¿Y cómo los abrimos? – Preguntó la niña, pero él tenía un plan, se lo había visto hacer a su madre para preparar pastel de coco.

Levantó la mano derecha y la puso recta, y encima de ella, en forma de puño, la mano izquierda. Hizo fuerza con la derecha y la empujó con la izquierda. Sus manos cayeron sobre la mitad izquierda del fruto y abrió una pequeña brecha. Se esperaba algo más, pero fue suficiente.

-Ah, pero nos falta algo – dijo el indio - ¿Puedes ir a por unas hojas? Unas grandes y redondas.

Mariam asintió y salió corriendo hacia la selva. Pronto volvió con 5 hojas verde oscuro, arrugadas pero redondas, terminadas en punta.

-¡Muy bien, enana, son perfectas! – Se alegró Varun dándole un golpecido en la nariz con su dedo meñique. La pequeña se quejó, pero en realidad le gustaba.

Vertieron el agua de coco sobre tres de las hojas y las dejaron cuidadosamente en el suelo, formando un círculo. En el medio, las tres barritas de chocolate.

Mariam fue a despertar a Clara moviéndola por los hombros. La chica se despertó y se desperezó. Miró la comida que se le presentaba.

-¡Vaya! ¡Qué buena pinta! – Dijo sonriendo.

-Buenos días mamá – exclamó la niña animada, lo que sorprendió a la chica.

-¿Mamá? ¿Soy mamá? – Preguntó la morena desconcertada.

-Sí, y él papá – señaló a Varun.

Ambos se quedaron mirándose incrédulos.

Un accidente. Un amor.Where stories live. Discover now