CAPÍTULO 1.

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                                                       CAPÍTULO 1.

-No, no, no – decía enérgicamente Alejandra, sentada en su cómodo asiento del avión con destino a Tokio – Lo primero que tenemos que visitar es el Palacio Imperial.

-¿Quéee? – Se quejó la chica que iba a su lado – Hay que empezar por el Templo Itsukushima.

Al otro lado del pasillo viajaba Varun, un empresario hindú productor de películas de Bollywood. Iba trajeado y mostraba una expresión, pero tan seria que parecía no haber sonreído nunca.

Unas filas más atrás, una niña morena y de pelo largo que tenía 6 años (aunque por su altura podría pasar por el doble), reía escuchando las historias extrañas que su madre le contaba sobre Japón. Estaba deseando llegar, pues si las historias le resultaban tan interesantes, ¿qué clase de maravillas le esperaban allí?

La mayoría de los pasajeros estaban sumidos en sus lecturas, o con la barbilla pegada al pecho mirando la pantalla de su Smartphone. Aun así se oía el parloteo de la gente intentando matar el aburrimiento.

-Señores pasajeros – se escuchó la voz del piloto, un hombre rubio y maduro llamado Marcos – les informamos de que dentro de aproximadamente 45 minutos llegaremos a nuestro destino. También informarles de que estamos sobrevolando el océano y sufriremos unas leves turbulencias. Gracias por su atención y disfruten del viaje.

Empezó la repetición en inglés, y de nuevo la cháchara de la gente. Y de repente, todo fue silencio y oscuridad. Tan solo pudo escucharse un grito ahogado y algunos gemidos temerosos. Cuando se encendieron las luces de emergencia, aparecieron dos azafatas con piernas tambaleantes. Las turbulencias eran demasiado fuertes…

-¡Guarden la calma! – Gritó una de ellas, y su voz no sonó demasiado convincente -  Debajo del asiento podrán encontrar unas mascarillas que deben colocar en…

Pero ya no servía de nada, el avión se había sumido en el pánico, dos llantos infantiles se distinguían entre los gritos. Se podía notar cómo empezaban a descender rápidamente…

 

 

CLARA.

Empezó a sentir un pequeño pinchazo en la pierna, que pronto se convertiría en un insoportable dolor. Abrió los ojos y lo vio todo azul, un precioso azul, un inmenso cielo se presentaba ante ella. “Vaya – pensó – soy tan pequeña…y esto es tan hermoso…quizás podría quedarme aquí para siempre, aunque bien pensado, no sé dónde estoy…”. Se levantó de un salto. Cierto. ¿Dónde estaba? Se suponía que debía estar en Tokio practicando su pobre japonés. ¿O quizás no? ¿Qué había pasado?                                      

Antes de hacerse más preguntas, miró a su alrededor, y lo que vio no podía ser verdad…

VARUN.

Estaba mirando desde lejos el avión, con los ojos como platos, casi en shock. Sentía cómo su espalda estaba contraída, aunque no le dolía, asique supuso que había rodado al caer.

Debajo del aeroplano distinguió algunas sombras borrosas con forma humana. Cuando se fijó en ellas, unas lágrimas empezaron a bañar sus ojos y siguió sin moverse hasta que escuchó el llanto de lo que parecía ser un niño. Aquello le hizo levantarse y correr hacia donde le guiaba aquel sonido…

CLARA.

En efecto, vio el avión estrellado, pero eso no fue lo que la asustó, sino el bajar la mirada y ver a sus dos amigas tiradas en el suelo. Sus cabezas se chocaban, y el pelo negro de Alejandra cubría el rubio de la otra. Bajo su pecho había un trozo de chapa blanca atravesando el torso de ambas. Atónita, Clara miraba la terrible escena cuando escuchó el lloro de alguien y corrió hacia él…

*

Estaban a unos dos metros cuando se encontraron por primera vez, pero no se vieron, pues miraban lo que tenían delante de los ojos: una mujer tumbada en el suelo y encima de ella, sobre su pecho, una niña que lloraba desconsoladamente.

Clara se acercó cojeando hacia ella y le tocó un hombro. La pequeña se sobresaltó y la miró. Su cara estaba llena de sangre y lágrimas, y su mirada se parecía más a la de un animal acorralado que a la de una niña.

-¿Por qué? – Dijo entre sollozos - ¿Qué ha pasado? Mi má…

-Ssssh, no hables – le calló Varun acercándose – Vamos – y les cogió las manos para llevarlas lo más lejos posible de allí.

Atravesaron durante largos y callados minutos un camino rodeado de frondosas plantas tropicales hasta llegar a la costa. Era una playa de rocas porosas. El mar ese día estaba tranquilo y los rayos del Sol le hacían brillar, era increíble que un día tan bello ocultase algo tan horrible.

Se sentaron en las rocas, formando un círculo. Pasó así el tiempo y el Sol estaba empezando a caer cuando al fin la voz de Varun rompió el incómodo.

-¿Qué hacemos?

Hubo un largo silencio, y Clara habló.

-No podemos dejarlo así, ni quedarnos aquí…

-Quizás deberíamos quemarlos, sino podrían…

-¡No! – Exclamó la niña – No quiero que queméis a mamá.

Clara y Varun se miraron buscando una respuesta.

-Pequeña, ¿cómo te llamas? – Dijo la chica.

-Mariam, y mi mamá Andrea.

Al oír ese nombre, a Clara le dio un vuelco el corazón y estalló en lágrimas.

-¿Sabes? Yo tenía una amiga que se llamaba así. – Mariam también rompió a llorar y abrazó a Clara. – Todo estará bien, ¿vale? Se arreglará y pronto el dolor se convertirá en un recuerdo. – Se levantó y cogió a la niña de la mano – No podemos dejarlo así, ¿sabes por qué? – Mariam negó con la cabeza limpiándose las lágrimas – Porque dentro de nosotros tenemos otro yo. Cuando nos vamos, no desaparecemos, pues él sigue viviendo. Pero, para que siga, nuestro cuerpo tiene que dejarle paso, ¿sabes cómo? – Mariam volvió a negar con la cabeza. – Pues haciendo que desaparezca con fuego.

Así, regresaron al avión y se pararon a contemplar la escena.

-Yo…yo iré a por ellos, y tú lleva a Mariam contigo a buscar maderas.

Y así lo hicieron. Varun amontonó los cuerpos con una expresión impune en la cara, aunque por dentro quería solamente dejarlo todo y unirse a ellos.

Cuando las dos chicas volvieron cargadas con palos de todas clases, él ya había terminado su parte. Tiraron la madera cerca del montón y el chico se acercó a recogerlos para empezar a frotarlos, buscando alguna pequeña chispa. Cuando el fuego surgió, Varun pensó: “Es curioso. Encontré una chispa en la madera e hice prender el fuego, pero sin embargo no soy capaz de encontrar ninguna en mí mismo”.

Ya era de noche cuando las llamas llegaron a la cima y las chicas se acercaron al montón. Tenían una flor cada una que habían recogido junto a los palos. Las tiraron a la hoguera y cuando las flores empezaron a fundirse volvieron junto a Varun. Clara comenzó a llorar y el chico intentó animarla apretándole la mano. La chica le miró. Era la primera vez que se miraban y se fijaban el uno en el otro. Él se sorprendió: vio un cabello castaño y largo cayendo como rebosantes cascadas sobre el pecho de la chica. Su tez era pálida, pero sus ojos de un marrón que casi brillaba. Al principio no le pareció nada delicada, pero aquella cara, aquella mirada…pensó que debía protegerla por siempre.

Un accidente. Un amor.Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu