Inés caminaba a través de estos cambios que iban sucediendo y, aunque no de todos se alegraba, sabía sacarle provecho a todo lo que beneficiara a su género. Por una parte se lamentaba de la pérdida de las costumbres, de la moral, del respeto a la privacidad, pero por otro se asombraba y seguía de cerca los cambios que sucedían en el área de la moda, donde siempre había sido muy creativa y habilidosa.

La lucha de las mujeres para obtener la igualdad de género se veía representaba en la moda y era ésta, la parte que más le interesaba seguir a nuestra querida Inés.

--Ya está lista su maleta, Inés. —Dijo Micaela, levantando la maleta de la cama-- Ahora déjeme que le prepare su baño, para que después usted me diga qué se le antoja hacer en este último día que la tendremos con nosotros—

--Se me antoja ir al jardín a tomar el sol y después ir a ver dar saltos en la piscina a esos viejos ridículos que se creen jovencitos de 30 años –Dijo Inés, llevándose la mano a la boca para acallar una carcajada—

Micaela esperó detrás de la puerta corrediza de vidrio esmerilado, que separaba la bañera del retrete, a que Inesita saliera de la ducha. No había logrado convencerla que usara la bañera. Inés le había contestado, con toda la tranquilidad y la firmeza de su carácter:

--No, mijita, no quisiera meterla en problemas. ¿Se imagina usted si me resbalo y me caigo intentando levantarme de ahí? ¡No, de verdad ya no estoy para esas cosas! Me siento más segura bañándome de pie, hija –

Micaela estaba acostumbrada a manejar señoras de edad avanzada; su paciencia, su carácter amable y atento, además de su experiencia, le permitían gozar de cierta consideración y estima por parte de los dueños de la casa de retiro, al igual que ser la designada para entrenar a las de primer ingreso o a las novatas cuando eran contratadas por la administración.

--Estoy fascinada con usted, Inés. En algunas ocasiones me parece estar tratando con una jovencita, por su gracia y la alegría que siempre expresa, pero por otra, con la señora que es, por su sabiduría y su encanto—Dijo Micaela, mientras le limaba las uñas a Inesita—

Inesita se había bañado y vestido sola, pero había tenido a Micaela cerca para asistirla en subirle el cierre del vestido, secarle los pies, calzarla y, ahora, arreglarle las uñas, las que solía llevar en colores que acentuaban la blancura de su piel: esta vez usaría un esmalte azul oscuro, igual que el vestido que llevaba puesto.

--No sabes lo deprimida que estaba cuando vine a este lugar. No tenía ninguna expectativa. No dejaba de pensar cómo don Hugo estaría manejando la colección sin mí, pero sobre todo, estaba preocupada por la pobre Cristina. ¡Es tan joven e inexperta!—Dijo Inés—

--Sí, recuerdo que me costó mucho sacarle una sonrisa –Dijo Micaela, viendo cómo ahora mismo Inés sonreía ante sus palabras—

Lejos de las cosas cotidianas que solía hacer, de sus amigas, Inés se había sentido melancólica y pensó en renunciar al gesto que le habían ofrecido en Ecomoda. Llamó a los números de la oficina que recordó, porque los números del taller no era una opción viable, y le contestó Sandra.

--Esta vez tiene que escucharnos a nosotras, Inesita, porque nosotras tenemos la razón. Usted no se puede regresar a Bogotá sin haber hecho algo diferente por primera vez en su vida, sin haber disfrutado un poco de ocio. ¡Si no lo quiere hacer por usted, hágalo por Betty y don Armando! –Dijo Sandra—

--Oiga, Inesita, qué tal allá usted llorando por regresar al tormento con don Hugo y el aquí de lo mejor con la Cristina—Dijo Berta—

--¿Hablan en serio, muchachas? –Dijo Inesita, sorprendida—

YSBLF_ El Matrimonio (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora