CAPÍTULO XXIV

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¡FELIZ CUMPLEAÑOS, SANDRA!

Nota: Este capítulo sufrió una reedición, que no cambia el contenido del mismo. 

Cada parte de mi cuerpo se sintió mejor después de haber contado el extraño encuentro con Miguel. Armando estaba de lo más amoroso, compresivo y atento a cada una de mis palabras. Observé su expresión todo el tiempo y cuidé de escucharlo cuando se dispuso a emitir alguna opinión, lo cual realmente no sucedió más de dos veces antes que terminara de narrar el acontecimiento.

Me besó, nos besamos, me estrechó contra su cuerpo, enredó su lengua con la mía y juntas bailaron largo rato, hasta que mi cuerpo fue cediendo poco a poco sobre el escritorio. Me olvidé que estaba en la oficina cuando sus manos hurgaron debajo de mi camisa, con la delicadeza de siempre, con la habilidad de un experto, con la curiosidad de un niño. Sentí un remolino de emociones que desembocaba muy abajo, ahí donde él prefería tocar antes de entrar y que yo amaba recibir con un cálido abrazo, ahí donde estaba el rastro de sus pasos, de sus juegos, ahí donde yo perdía la timidez.

Asenté mis glúteos en el filo del escritorio mientras él me tocaba y apretaba las caderas. Aflojé su corbata y los dos primeros botones de su camisa, después de quitarle el saco beige que llevaba esa mañana.

--Betty, mi picarona –Dijo Armando, mientras mordía mi labio inferior lleno de su saliva—voy a cerrar la puerta para que nadie nos interrumpa –Susurró Armando—

--Vaya, doctor –Le dije, siguiendo con la mirada sus pasos y su hermosa retaguardia—

Ahora me sentía con más disposición para hacer este tipo de cosas en los lugares, quizás, menos apropiados. La primera vez que hicimos el amor en estas cuatro paredes, me estaba muriendo de los nervios, pero también sentía más fuerte que nunca el deseo de estar con él, de no parar, de probar algo diferente, de poner a prueba mis propios escrúpulos, que estaba comprobado que con facilidad se hacían polvo cuando me besaba y tocaba como lo hacía ahora. Así mismo me maravillaba de la capacidad de Armando para superarse cada vez más en el acto, no por el contacto sexual, sino por el sentimiento que le imprimía, el interés por entender lo que yo quería de él, por proveerme la comodidad y el placer, como si eso fuera más importante que su comodidad y su placer. Se comportaba como todo un caballero, como un hombre que sabía dirigir y también delegar, que sabía esperarme, que me veía y me hacía sentir como la mujer más sexy del mundo con tan solo mirarme. Yo, una mujer con casi nada de experiencia en esto, podía afirmar que Armando Mendoza era el amante que toda mujer desearía, no solo por su anatomía perfecta y lo ya antes mencionado, sino porque entendía que, a pesar de toda su experiencia con mujeres, a ninguna le había prodigado el amor que a mí, y, sin embargo, a más de una volvió loca en el pasado. ¿Podría yo decir que también estaba loca por él? Lo estaba, pero de una forma que no atentaba contra mí, ni contra él, de la forma que se espera uno se sienta de la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida y más allá.

--Dios sabe cuánto odio tener que hacerte el amor teniendo el tiempo en contra, pero ya estamos aquí y no te quiero dejar ir—Musitó Armando, mientras me quitaba la camisa y masajeaba mis senos—

--¡Ay, no, tienes razón! ¿Qué hora es, mi amor?—Dije, intentando incorporarme de encima del escritorio, al recordar la reunión que se tenía programada con don Hugo y el resto de ejecutivos—

--No quiero ver mi reloj, no quiero darme cuenta que falta poco para las 11 –Dijo Armando—

--¡Armando, por aquí encima tengo un reloj!—Dije, buscando a tientas detrás de mí el reloj que mantenía sobre mi escritorio. Armando hizo de todo para que no pudiera deshacerme de sus brazos. Yo me eché a reír ante sus arrebatos y sucumbí a ellos con toda la alegría—

YSBLF_ El Matrimonio (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora