Capitulo 7: Fiestas de muerte II

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 —¿Conocen a un gitano? —preguntó Saúl viendo a los dos individuos, cada uno con heridas.

Adán tenía una pierna rota, y el maestro Aristóteles su brazo izquierdo. Mauricio recordó a Dante, de inmediato lo llamó y en cuestión de tiempo estaban camino a su casa. El transporte fue incomodo ya que no cabían en un solo auto, tuvieron que llamar un Uber al cual pusieron a dormir y arrojaron al asiento de atrás, el conductor o conductora en este caso fue Nadia, en este auto rentado iban Frankie y Adán con ella. En el auto de Saúl iban Lilith, Mauricio, el profesor, y claramente Saúl.

En la puerta apoyaron a ambos a llegar; Dante abrió, se encontraron con su familia, lo que parecía sus padres, su abuela, y su hermana menor. Acostaron a Adán sobre la mesa, y al maestro le dieron asiento sobre un sillón individual.

—Hay alguien afuera —dijo Dante de repente, ni siquiera tuvo que ver el auto.

—Es Lilith, una amiga —respondió Saúl.

—¡Traela aquí! —la abuela de Dante entró en la conversación— dormir a una señorita, qué descuido.

Saúl obedeció, trajo a Lilith en sus brazos y la recostó en el sillón de dos plazas, le retiró la peluca al ver que sudaba.

—Ya, ya, ya, tampoco la desvistas —exclamó la abuela mientras la hermana de Dante le traía una silla.

La abuela tomó asiento y tomó la mano de la joven, lo que vio resulta difícil de explicar a los demás, pero claro a sus ojos. El guardián, el héroe a pesar de que ella no necesitaba un héroe, un fuego diferente, el vendedor, el gorrión, las cadenas, y la bruja. Soltó sus manos y miró a Saúl.

—Cuidamela mucho —la abuela se dirijo a Saúl, él asintió.

—Siéntate —dijo la hermana menor a Saúl.

—Estoy bien —dijo Saúl al ver que la niña llevaba consigo algunos untables y aceites.

El hermano mayor de Dante le dio una palmada en la espalda, Saúl contuvo sus ganas de gritar solo soltó un sonido ligero pero chocante, se vio obligado a tomar asiento; le ordenaron se deshiciera de su playera para que la abuela lo curara.

—¿Ustedes están bien? —preguntó Dante hacia sus 3 compañeros de preparatoria.

—Si, todo bien —respondió Mauricio.

Dante se fue y volvió con ropa para Adán, también robó una bata de su padre para el profe Manuel. Adán estaba solo cubierto por el abrigo de Mauricio, le colocaron una sabana encima al ver que estaba dormido. El padre de Dante se dirigió al profesor, enredó su brazo deforme en una sábana dejando solo su mano y su descubierto; el profesor miraba con los ojos entrecerrados lo que hacían con su cuerpo, el padre de Dante comenzó a pronunciar palabras en voz baja y tirar del brazo lentamente, al principio Aristóteles Lubo era capaz de soportarlo, pero hubo puntos en los que el sufrimiento ya era notable, comenzó a soltar quejidos y gruñidos en veces, el último gran tirón cesó y comenzó con el grito grave y desgarrador, al retirar la sabana su brazo estaba curado, solo quedaba curar sus heridas, la madre de Dante comenzó a trabajar en ello.

—¿Qué es eso? —preguntó Mauricio.

—Una manta de curandero —respondió Nadia.

Era el turno de Adán, el padre de Dante llamó a Saúl y le obligó a sujetar a Adán; este obedeció, lo envolvieron completamente con una sábana diferente y le devolvieron a Mauricio su abrigo el cual obviamente ya no usó. Levantaron la sábana dejando ver solamente la mitad de su muslo hacia abajo. Mauricio, Nadia, y Frankie giraron sus miradas ya que no soportaban la asquerosa vista de la carne morada y la deformación; envolvieron la pierna entera dejando ver únicamente el pié, Saúl comenzó a sostener con poca fuerza y a medida que la pierna era jalada tenía que aplicar más fuerza, Adán aún con sus ojos cerrados comenzó a quejarse y esta vez no se contuvo en gritar, incluso el último tirón tuvo algunas lágrimas. Despertó de golpe respirando de forma brusca, miró a todos lados desconcertado.

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