Capítulo 09: Un lugar oscuro a la luz de la luna

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Ezra.

La noche había estado llena de sentimientos encontrados.
Mi madre solía decir «siempre quieres ser el primero en ayudar cuando alguien se encuentra mal», pero cuando abrace a Larazin para darle apoyo, debí pensarlo mejor, creo que dada nuestra extraña situación, tal vez lo que menos quería era mi contacto.
También mi madre solía decir que pienso demasiado las cosas y sí, lo acepto con mucha vergüenza.

En cuanto Larazin dejó el pasillo con la ayuda de Minerva guiándola del brazo, todos supimos que era hora de dejar el momento e ir a nuestras habitaciones y así fue, nadie dijo ni una palabra más.

No sé si fue casualidad o fue planeado, pero mi habitación estaba frente a la de Larazin, solo que tres metros más a la izquierda de su puerta.
Yendo a mi habitación pude ver la suya y debido a que dejaron la puerta abierta, alcance a ver a Minerva secando las lágrimas de Larazin mientras ella estaba sentada en el sillón frente a la puerta.

No me gustaba para nada esta situación, odiaba no ser más que un desconocido para ella porque así no podía ni darle una palabra de aliento.
No puedo decir que siento lo mismo que ella, porque nunca tuve sus responsabilidades, no puedo ni decir que estoy cerca de sentir algo como lo que ella está sintiendo en este momento, pero igual me gustaría decirle que si me necesita estaré ahí para decirle que estará todo bien porque es lo que nadie me dijo cuando mi madre murió.

Esta noche, todo se sintió diferente, probablemente por lo ocurrido y también porque estaba consciente de la nueva presencia que deambularía por el lugar al que llamo «casa», está nueva presencia a la que, si todo ocurría como se había planeado, estaría llamando esposa en aproximadamente doce meses.
Era demasiado extraño pensar que a partir de este día debía forzarme a sentir algo por una desconocida, algo del amor que se supone deben tener las personas que pretenden casarse alguna vez.

¿Seré lo bastante hábil como para forzar a mi cerebro a darme tal reacción o seremos sólo dos desconocidos que dormirán en la misma cama?
No quiero pensar que la forzaría a casarse aunque no me quiera solo para no perder el trono, pero por lo que vi en su video, tampoco creo que ella vaya a renunciar solo por no tener sentimientos amorosos hacia mí.

Conozco al pie de la letra cada cláusula dicha en el decreto puesto que yo las hice, pero para este punto, hacerme a la idea de que ella no renunciaría, sería hacerme una idea falsa porque no la conozco ni un poco, así que en este punto, la corona no esta inclinada a mi favor.

Tenía tantos pensamientos en la mente, incluso más de los que usualmente había. Mi cabeza se sienta tan pesada que sentía que se hundía hasta alcanzar la base del colchón.
Ninguna parte de estos pensamientos estaba interesada en dejarme dormir, por más que yo quisiera, y si de cualquier manera no iba a dormir, prefería ver la luz de las estrellas que el techo de mi habitación.

Me levanté de la cama dispuesto a ir al baúl-asiento que estaba a los pies de la cama. Era una noche bastante armoniosa en cuanto al clima, pero de ninguna forma iba a salir solo en pantalones. Encima de aquel mueble, se encontraba la camisa de mi pijama, la tomé tan delicadamente como aquella tela sedosa debía ser tomada y la dejé escurrir por mi cuerpo.
No me moleste en tomar mi bata, pues una prenda más lo único que haría sería hacerme sudar por el calor.
¿Y mis pantuflas? Da igual, no las necesito.

Salí de mi habitación cerrando la puerta detrás de mí, ahora el mármol del piso se sentía frío, en comparación con la alfombra que cubría el piso de mi habitación, pero no me importó, porque al menos me refrescaba.

La noche era mi mejor momento para salir a caminar por el lugar, sobre todo porque solo estaban los guardias, no había nadie yendo de un lado a otro buscando que todo estuviera perfecto.

El decreto del príncipe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora