Capítulo 23: No sé qué estoy haciendo.

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—¡Yo sabía que estabas despierto!
—Oh, no lo estaba, vagamente escuche que me llamó pero estaba más dormido que despierto y mi boca no alcanzo a articular pero lo siguiente que dijo, ya pude responderlo.

Ezra también se enderezó de la silla se estiró un poco y se sentó a la orilla de la misma, justo como yo estaba, pero frente a mí.

No dijo nada más, sólo me estaba mirando y yo lo miraba de vuelta.
No sé si era una lucha de miradas, pero ninguno apartaba la vista y tampoco decíamos nada, podría decir que incluso por más extraño que esta situación pudiese haber sido, no me sentía incómoda.

—¿Cuánto tiempo dormí?
—Realmente no lo sé, me distraje enseñando a Arthure y cuando nos cansamos quise salir a recostarme un momento y ya estabas dormida.

Solo asentí, ahora si empezaba a sentirme incómoda.
No dije nada más, de nuevo, solo nos mirábamos.

¿Por qué teníamos que ser tan ajenos uno del otro?
¿Por qué tenía que ser tan cabeza dura y no poder decirle algo?
¿O será que yo tenía que decir algo?

Ya me tiene hasta la ma...

—Larazin, quiero hablar contigo de una situación muy importante —interrumpió mis pensamientos las palabras del príncipe.
Mis ojos se abrieron un poco más de lo debido y mi corazón se aceleró, me daba un poco de miedo la forma tan formal en la que me decía las cosas, sentía como si fuera mi jefe y me fuera a despedir.
—¿Aquí? —volteé hacia la piscina donde estaba Arthure flotando sobre un salvavidas, dándonos la espalda—, por mi no hay problema pero está mi hermano y no quisiera que escuchara si es que es algo malo.
—Oh pero por mi no se preocupen, puedo retirarme y dejarlos hablar —habló Arthure a la par que empezaba a patalear para moverse con el salvavidas hacia las escaleras que brindaban salida de la piscina—, además, yo ya aprendí a nadar y faltas tú, el día es muy largo y yo tengo que comer y hacer tarea, toda mi piel está arrugada y ya me canse de esa sensación —finalmente llegó a  las escaleras y empezó a subirlas hasta que finalmente salió del agua, dejó el salvavidas a un lado y camino hacia nosotros—. Ezra, muchas gracias por enseñarme a nadar, me caes bien, pero si le dices a Larazin algo que la haga llorar, yo me encargare de que amanezcas sin un solo cabello rojo en tu cabeza— me volteó a ver ahora con los ojos entrecerrados—. Tú tampoco te vayas a pasar diciéndole cosas que no debes o poniéndote toda loca porque yo ya te conozco, sólo hablen civilizadamente, son adultos por Dios, yo no debería estar diciéndoles esto.

Arthure se fue caminando mientras decía su última frase hasta que finalmente pasó por la puerta corrediza para salir del lugar.

—¡Es que ese Niño un día va a hacer que me salga una hernia!, ¿cómo puede ser tan listo con tan poca edad? —dije a la par que me levantaba de la silla con rapidez y me ponía mis sandalias.
—Pero tiene razón, Larazin —Ezra también se levantó y se puso de nuevo frente a mi, más cerca de lo que quizá debía por lo que inevitablemente mis ojos terminaron viendo a los suyos—, somos adultos y no hemos estado actuando como tal.

El aire se quedó atrapado en mis pulmones por un par de segundos, mi cabeza trabaja a mil por hora para huir de una charla incómoda que yo sabía que íbamos a tener, pero sabía que no podía huir de esto.

Solté la respiración en un suspiro, ladee un poco mi boca debido a la incomodidad, mi entrecejo se elevó un poco y rodé los ojos, más para mi que para él, por darle tantas vueltas mentales a algo que quizá no debió hacerse tan grande.

—Ezra, te voy a ser muy honesta, pero si me quedo parada aquí solo hablando contigo me va a dar ansiedad y no necesito eso para la conversación incómoda que vamos a tener, así que si no te molesta estaré caminando de un lado a otro para mo ponerme tan nerviosa mientras te digo las cosas, ¿te parece?

Ezra sonrío levemente, de ese modo que parece que le conté algo gracioso pero no es un buen momento para reír, así que acompañó ese gesto con un asentimiento de cabeza.

Entonces empecé a caminar.

—Lamento todo lo que pasó el día de clase conyugal, ese día que fui a buscarte en tu habitación quise disculparme pero tu actitud me quitó las ganas y no te mentiré, siempre he sido una persona que huye de las conversaciones incómodas y prefiero evitarlas a toda costa haciéndome la fuerte y la que no me importa pero ¡si me importa! Yo quería que si me había tomado la molestia de ir a buscarte tú me recibieras de mejor manera pero no fue así, y ahora que lo pienso en retrospectiva, me parece obvio que estuvieras molesto porque mi actitud en la clase fue completamente fuera de lugar —mis manos se movían como locas a la par que yo hablaba y de vez en vez volteaba a mirar a Ezra, quien seguía parado mirándome caminar—. Ezra, tu postura sobre el matrimonio me parece maravillosa, es todo lo que siempre he pensado que debe ser y si realmente un día nos casamos, me haría muy feliz que fuésemos todo eso que expusiste. Lamento también haberte ignorado todos estos días, se que fue una reacción muy infantil pero quiero que sepas que también me sentía herida por el hecho de que antes de que yo te ignorase, tú también me ignorabas y no sé cómo se supone que debía reaccionar a todo ello pero definitivamente la manera no era con un "tú me haces esto, yo también te lo hago" —tomé una bocanada de aire y volteé a verlo una vez más y noté que sonreía, ahora si en serio—. ¿Estoy hablando de más?
—Para nada, me gusta que estes diciendo todo esto porque es básicamente de lo que quería hablar.
—En ese caso, puedes decirme lo que quieras.
—Lo haré, pero yo no hablo las cosas de la misma forma que tú —con paso firme, como solo el sabe caminar, se fue acercando hasta llegar a mi—. Yo dejé que tú expresaras tus ideas de la forma en la que más cómoda te sintieses, ahora que me expresaré, deseo que me dejes hacerlo como a mi me gusta.
—¿Es decir...?
—Sentados dejándome verte a los ojos mientras te cuento cómo fue la situación para mi.
—¡Eso era tortura! En una conversación incómoda no puedo verte a los ojos porque me sentiré nerviosa y lloraré.
—Entonces solo siéntate conmigo y trata de verme lo más que puedas a los ojos —extendió una de sus manos hacia mi para que la tomara.

Me quedé mirando su mano por dos segundos y sin pensarlo de más, la tome. Caminamos de la mano hacia donde estaban las sillas sobre las que nos habíamos quedado dormidos, con su mano libre me indicó con amabilidad que me sentara y así lo hice, después siguió él.
Antes de empezar a hablar aclaró su garganta y vi claramente como tomó una profunda respiración

—Primero que todo, gracias por acceder a hablar conmigo sobre eso, lo aprecio mucho. Segundo, lo único que ocupaba para no ser distante contigo era una disculpa sin tener que pedírtela o exigirla, quería que naciera de ti el querer disculparte por lo acontecido y por la forma en la que tus palabras golpearon en mi.

Sentía como mis mejillas se llenaban de color rojo cada vez que trataba de sostenerle la mirada por más tiempo del que podría, los dedos de encontraban jugando entre ellos y de vez en vez mis ojos se iban a ellos tratando de calmar la sonrojes de mi cara.

—Ese día que fuiste a mi habitación esperaba que te quedaras cuando te lo ofrecí y que usaras la ocasión para pedir disculpas, no estaba enojado, tampoco molesto, me sentía herido porque no supe cuál fue la razón por la que habías encontrado mal lo que había dicho sobre el matrimonio, ahora sé que no ves mi postura como algo incorrecto, pero hasta hace unos momentos que me lo dijiste, me tenías sobrepensando por las noches todo aquello —soltó un suspiro—. Sé que nuestros puntos de vista sobre la vida son muy distintos pero hay cosas que se tienen que hablar para aclararse, o más bien, todas las cosas deben hablarse, al menos mientras sean sobre nosotros, porque somos casi desconocidos y an te s de toda esta conversación yo no sabía como manejabas tu las cosas y no quiero suponer nada sobre ti, Larazin, yo quiero estar seguro sobre todo lo que tenga que ver contigo y si no se puede, por lo menos saber que si te lo pregunto, obtendré una respuesta.

Guardó silencio y me miró expectante, sabía que era el momento en el que esperaba una respuesta de mi parte.
Todas sus palabras habían sido acertadas y entonces me pregunté si las cosas hubieran sido diferentes, por lo menos en una de mis relaciones, si en lugar de huir, hubiera hablado las cosas.

—Entiendo —mis manos se entrelazaron—. No puedo prometer que mi primer impulso ante algún desacuerdo sea huir, pero prometo no hacerlo tan seguido y mejorar sobre mi forma de comunicación contigo.

Ezra esbozó una sonrisa instantánea que mostró todos sus perfectos dientes y que también me hizo sonreír.

—Lo tomo, ahora, ¿quieres aprender a nadar?

El decreto del príncipe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora