El sillón del estudio era grande y de tapizado oscuro, casi negro, perfecto para hacer el amor. Desde la única ventana de la habitación, se alcanzaba a ver un árbol con sus ramas llenas de hojas verdes apuntando a todos lados, y más allá se veía el muro que los separaba de la casa vecina. Armando creyó ver que un par de pajaritos grises y de cola blanca los observaban con curiosidad y esto le hizo esbozar una sonrisa.

Betty desnudó el torso de Armando poco a poco y sin prisa, recorriendo con sus labios la piel suave y pulcra de sus hombros anchos y robustos, que sin ropa se apreciaban como si fueran de roble. Armando, por su parte, seguía ensimismado con los senos de Betty, pero esta vez jugaba con ellos dentro de su boca, presionando con su lengua hasta lograr que emanaran un líquido salobre más abundante que otras ocasiones: A Armando esto le gustó.

--Está muy juguetona, mi doctora –Musitó Armando, al ver que Betty se deslizaba en el sillón, fuera de su alcance, para después jalarlo del cordón de la piyama. Betty se echó a reír y se mordió el labio—

--¿No quiere jugar un rato, mi doctor? –Dijo Betty, poniendo ojos tiernos—

--Toda la vida, mi doctora—Dijo Armando, deslizando su cuerpo entre las piernas abiertas de Betty—

Se tocaron, se besaron, se recorrieron sus cuerpos desnudos con las manos y con el alma. Betty gimió de placer cuando Armando frotó su sexo mientras la penetraba suavemente. Armando apretó los glúteos de Betty cuando sintió la corriente que hacía temblar sus articulaciones antes de la eyaculación.

Narrado desde la perspectiva de Armando

Cada vez que nuestros cuerpos se unían, lograba encontrar en Beatriz más razones para amarla con ternura. Era la mejor y la única experiencia sexual que añoraba por razones más que fisiológicas.

Se dice que los hombres no tenemos esa capacidad de disfrutar el sexo como las mujeres, pero en mi caso yo ya había comprobado que el sexo tenía otro significado con Betty, simplemente algo que nunca había sentido en la vida.

Estaba ella acariciando con sus manos mi sexo después de haber hecho el amor. Los dos respirábamos cansados, como si hubiéramos corrido una maratón. Ella tenía una de sus piernas sobre las mías y su cuerpo ladeado en dirección a la puerta. El sol entraba por la ventana y caía sobre las caderas y los glúteos de ella haciéndola ver si fuera un holograma, una visión que podría desaparecer. La apreté contra mí y observé su rostro pasivo y dulce al dormir.

Narrado desde la perspectiva de Betty

No sé qué estaba pasando con mi cuerpo últimamente, pero me sentía más libre con el que antes. Armando podía tocar y experimentar conmigo tanto como de pronto yo me moría por hacerlo cada vez que tenía la mínima oportunidad.

Esa tarde en el estudio fui yo la que tomó la iniciativa en todo momento. Después de la tarde en que hicimos el amor en la oficina, el poco pudor que me quedaba cuando estaba en sus brazos se vino al piso. Me guie por mis instintos, que no eran más que la libertad de la mente de sentirse conforme con su cuerpo y la encuentro de esos puntos donde era posible alcanzar el cielo. Armando me hizo suya una y otra vez en el sofá y yo no tuve miedo de gemir más fuerte, tampoco tuve miedo de pedir que besara mi sexo o yo de hacerlo con el suyo. Nuestra misión era amarnos sin reservas, escuchar lo que pedía el cuerpo del otro y hacernos feliz hasta que no pudiéramos más.

--Betty, ¿le puedo contar algo? –Murmuró Armando con sus labios presionados en mi cabeza—

Yo asentí y levanté la cabeza para ver su rostro.

--Esta vez que hicimos el amor se pareció mucho a la primera vez, ¿se acuerda? No sé, esta vez la sentí más libre, más espontánea, más mía. –Dijo Armando—

YSBLF_ El Matrimonio (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora