Lo que el hielo ocultó: preocupa.

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—Señorita. —Una mujer de cabello gris se paró al frente de nosotros. Me miraba fijamente para que supiera que hablaba conmigo, pero yo no respondí—. Señorita Lambert, por favor, venga conmigo.

Miré a Rosemary y me levanté del banco de piedra. Le dejé mi bolsa con galletas y me alisé la camisa. Caminé detrás de la señora a través del patio hasta llegar a la esquina del fondo. Allí había una edificación incrustada al edificio.

La mujer se dio media vuelta y me miró de arriba abajo.

—Usted señorita tiene tres días viniendo a la institución y no se ha pasado por aquí a saludar.

—Lo siento. —Me crucé de brazos.

—De igual forma la razón por la que está aquí es porque su maestra nos dijo que no llevaba puesto un sujetador.

Yo pensaba que no se notaría.

La señora caminó hasta detrás de un escritorio y después me tendió una chaqueta negra de las del uniforme.

—Que no se vuelva a repetir señorita Lambert. Puede seguir recreándose.

Tomé la chaqueta y me la puse sin decir nada más, ni siquiera que dicha chaqueta me quedaba grande y que no sabía quien la había usado antes que yo.

Al llegar a casa me tiré en el sofá mirando hacia el techo alto de la casa por horas. Quería hacer algo y no encontraba nada que hacer. Subí a mi cuarto y abrí el armario, allí estaba mi antiguo traje de patinar y mis patines blancos. Deseé tanto encontrar el lago en ese momento, que me abrigué y salí a la calle, sin encontrar nada otra vez.

Cuando me desperté esa mañana de sábado no pude salir, la puerta estaba totalmente estancada con la nieve.

—No entiendo mami.

—¿Qué no entiendes? —me respondió desde su cuarto.

—Empezó a nevar ayer en la tarde y ya hoy está lleno de nieve, ¿es una tormenta?

—Anunciaron una nevada. —Salió a la sala—. No te preocupes, la lluvia la derretirá.

—Si llueve. —Bufé al tratar de abrir la puerta de nuevo. Era una posibilidad, traté de ser optimista.

Me resigné mirando la puerta. Una idea vino mi cabeza al ver la ventana.

Cogí la sal que tenía en mis pies previamente, porque lo iba a usar para la puerta, y abrí la ventana. Salí por allí. Todo el vecindario estaba cubierto con nieve. Ésta se amontonaba en los techos y en las aceras. El patio delantero de nuestra casa había sido cubierto y ya no se podía ver la poca grama verde que debajo había.

—En Friburgo no se veía esto. —Me quejé aunque mi mamá no pudiera escucharme dentro de la casa.

Abrí el pote de sal y comencé a rociarla en la nieve, yo quería que se derritiera al instante como un truco de magia, pero era tanta que no se veía la diferencia. Empecé a quitar la nieve estancada en la entrada. Ahí fue que entendí porque todas esas casas tenían un pequeño techo encima de la puerta. Medida de prevención para evitar semejante desastre.

—¿Estás echando sal? —Una vez conocida me preguntó, me volteé.

Roger Bernard estaba parado en la acera frente a mi casa, con pantalones marrones y un abrigo negro, tenía sus manos protegidas con guantes y usaba unas botas negras. De pronto me dio frio y mis manos empezaron a congelarse, no solo por la presencia de él sino porque solo llevaba mi pantalón de pijama y un abrigo de algodón finísimo, ni siquiera llevaba guantes.

Lo que el hielo ocultóWhere stories live. Discover now