Lo que el hielo ocultó: recuerda.

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Capitulo 20: 

Lo que el hielo ocultó: recuerda.


—Que despierte —pidió Roger.

Abrí mis ojos justo antes de que Mayer me tocara. Kay me apuntaba con la escopeta y Roger me tendía mi teléfono celular.

—Habla con tú mamá.

—Escucha... —me habló Mayer— si te gusta la forma de tu cara, no dirás nada raro, ¿eh? A Kay le gusta matar perritas con su escopeta.

Roger no me defendió.

Mi mano temblaba cuando tomé el celular de la suya. Marqué muy lento el número de mi mamá.

—Ponlo en altavoz. —Roger se pasaba la mano por el cabello.

Lo puse en altavoz y sonaba, sonó mucho, pensé que no contestaría.

¿Aló?

Se me llenaron los ojos de lágrimas al escuchar su voz. Kay me pegó la punta de la escopeta en la frente y entonces, ahí estaba, no podía hablar, cerré los ojos, y colgué la llamada. Me tiré en la cama y me tapé el rostro, para que si me disparaban por no haber hablado, no lo hicieran en mi cara.

Mayer me levantó bruscamente y volvió a marcar.

—Esperen afuera —ordenó Roger.

¿Alo?, ¿Lauren, qué pasa?, ¿Lauren?

Kay y Mayer se miraron, salieron de la habitación.

—¿Aló?

Roger me hizo una seña para que hablara.

—Hola mami. —me mordí el labio.

—Oh Dios mío. —Su voz era temblorosa, casi llorando—, Lauren, mi amor, ¿A dónde te fuiste? Perdóname, perdóname, Jesús, perdóname, sé que últimamente no te he estado dando la atención que necesitas, y Lauren, te amo, Dios mío, somos tu y yo en este inmenso mundo, y yo te amo, y nunca nadie te amará como yo, necesito verte, necesito que vuelvas, no sé dónde te has metido, ¿Lauren?

Me tapé la boca, para detener los sollozos.

—¿Lauren, mi amor, estás ahí? mi amor... ¿te fuiste con el cirujano? Le pregunté por ti la semana pasada, me dijo que no te había visto desde hace semanas, pero yo estoy tan segura que te fuiste con él.

Negué sin emitir palabra, pero que tonta, ella no me veía. Roger me hizo seña para que respondiera en forma negativa.

—No, no me fui con él.

—¿Entonces dónde estás mi princesa? ¿Dónde estás? Mira... prometo dejar a Herman, para que vuelvas, dejar el trabajo, dedicarte todas las horas de mi vida, pero vuelve, van más de veinte días, se suponía que debías volver a la escuela, pero mi amor, si la quieres dejar, no me opondré, quiero verte y abrazarte.

Roger me pidió que respondiera.

—Mami estoy bien, no te preocupes.

Pero quieres llorar —Ella ya estaba llorando.

—Es solo que extrañaba escucharte —Se me quebró la voz—. Te llamé para escuchar tu voz y para decirte que estoy bien. —Me detuve, para parar de llorar—. Mami te amo, mami te amo muchísimo, muchísimo, muchísimo, y me gusta tu relación con Herman, te amo, ¿me oyes? Te amo.

Te amo yo también, vuelve hija.

Roger colgó el teléfono.

Me quedé quieta unos segundos. Subí para ver sus ojos, me examinaba. Yo me eché en la cama bocarriba, porque en otra posición la quemada me molestaba la piel, estaba muy reciente y dolía cada segundo.

—Yo no entiendo que hice para merecer esto... —dije, lagrimas saliendo de mis ojos, sonreí—, solo quiero verla y abrazarla por última vez...

Roger había salido de la habitación.

—Bien, relájense. —Mayer hablaba. El viento silbaba en mis oídos—. Tienen la oportunidad de hacerle lo que quieran a sus bellacos.

Roger estaba frente a mí, y me miraba, mientras yo escuchaba lo que Mayer decía. La mujer estaba frente a Kay, pero no lo miraba a él, sino que miraba sus pies.

—Ellos se quedaran quietos mientras ustedes expresan su ira, sin represalias. Ahora son libres.

Tragué en seco y miré a Roger. Yo estaba un poco débil, había sentido mareos y síntomas de la gripe. Además de que mi nariz estaba congestionada y debía mantener mi boca abierta para poder respirar correctamente. Estaba muriendo de frío y sentía que mis rodillas no podían sostenerme. Cabeceé y luego me desperté a mí misma de la somnolencia que hacia pesar mis ojos.

—Adelante.

Pero nosotras no nos movimos.

—Adelante —repitió Mayer.

Kay se rió.

—Cobardes.

Roger no habló, me miraba todavía.

—¿Un golpe en las bolas, escupir, arañar?, ¿no tienen nada? —Mayer preguntó. Hizo un círculo con la punta de la escopeta que tenía en el brazo. De pronto se airó—. ¡Juro que si no hacen algún movimiento les explotaré la cabeza a ambas con una sola bala!

La mujer sollozó. Yo volví a tragar, y esta vez me dolía la garganta. No tenía en mente que hacerle, ¿y de que valía?, ¿de qué valía golpearlo si iba a salir perdiendo?

Solo pensaba en la promesa de Roger. Era lo único que me mantenía con ganas de vivir. Él había dicho que me sacaría de allí, y como no tenía nada más, elegí creerle. Di unos pasos temblorosos, levanté mis brazos y los crucé por su cuello, me puse de puntillas para tratar de esconder mi cara en su cuello, y cerré los ojos.

Mi respiración pesada.

Escuché que se reían.

Se me ha derretido el corazón... —expresó Mayer.

Después escuché a Kay gritar de dolor.

Aparté un poco la cara del cuello de Roger y pude verlo doblado. La mujer al parecer lo había golpeado en la entrepierna. Un poco asustada, ella tomó la escopeta que yacía a unos metros y lo apuntaba en la cara.

Sentí que Roger puso las manos en mi espalda, para devolver mi abrazo, pero no podía dejar de mirar lo que ocurría.

—Dispara perra, —Kay pidió con una sonrisa burlesca—, dispara preciosa —dijo más despacio, más bajito.

La mujer empezó a llorar y soltó la escopeta. Mayer le haló el cabello hacia atrás y le golpeó el rostro con su escopeta. Me encogí de dolor, como si hubiese sido a mí. En ese momento Roger se dio cuenta que mis ojos no estaban cerrados, sino que podía ver lo que ocurría.

Kay se levantó del suelo y con la escopeta que la muchacha había dejado caer al piso le apuntó el cuello.

—Quieres aprovecharte, ¿eh? —Pateó una de sus piernas—. Voy a explotarle la cara.

Yo grité, y me solté de Roger.

—¡No le hagan daño!, ¡déjenla! —Roger me detuvo, me arrastró a su lado otra vez—, ¡Ustedes le dijeron que lo hiciera! ¡No le hagan daño! —les rogaba.

Mayer le hizo una seña a Roger, y Roger me cargó y me llevó de allí. En ese momento me encontraba histérica, y movía mis brazos y pies tratando de zafarme para poder ayudar a la mujer.

Había prometido que solo me salvaría a mí misma. Pero no era justo, no era justo que la asesinaran frente a mí y que yo no hiciera nada para evitarlo.

Roger me metió a la casa y cerró la puerta. Traté de salir, de tomar la perilla de la puerta, abrir y salir, ¿y después qué? ¿Qué haría? ¿Qué haría yo?

El sonido de dos disparos ensordeció mis oídos y me hicieron temblar, me quedé quieta unos segundos y después empecé a llorar. Roger me agarraba de los hombros y me volvió a abrazar mientras yo lloraba la triste y horrible muerte de la mujer.

Lo que el hielo ocultóWhere stories live. Discover now