Lo que el hielo ocultó: hace creer (Él era para mi)

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Capítulo 3

Lo que el hielo ocultó: hace creer.

Ese lunes ya llevaba tres días sin verlo, así que estaba muy preocupada todavía. Incluso la profesora de matemáticas me pidió que prestara atención y todas las chicas de camisas amarillas voltearon a mirarme como si había cometido un crimen.

En el receso Rosemary no se acercó a mí. No lo había hecho desde que la señora de pelo gris llamara mi atención. Así que estaba sola en la última semana que tendría de clases por ese año.

Los exámenes de la siguiente semana no los podía tomar pues los había tomado en mi antigua escuela y me los convalidaron.

Mientras bebía mi jugo de fresa imaginaba que Roger Bernard tenía una segunda casa, pero no me tranquilizó ese pensamiento sino que sentía mi estómago revolverse de miedo por una extraña razón no conocida.

Ese día nos dejaron ir al medio día, por el temporal que no se había ido bien de la ciudad y porque estaba iniciando las épocas de examen. Tomé el metro y, en vez de quedarme en la parada para llegar a mi casa, seguí el recorrido hasta el corazón de la ciudad.

Las personas me observaban sospechosa porque llevaba uniforme y todavía eran horas de estudios, ellos, estaba segura, pensaban que yo me había escapado. Considerando lo apartado que estaba el colegio Baviera del centro de la ciudad y que no podían ver a más personas vestidas como yo y relacionarlo a una excursión escolar.

Caminé dos esquinas desde la parada. Me quité el jacket del colegio y lo metí en mi mochila. En frente mío estaba el hospital más grande de toda la ciudad de Múnich. Antes de entrar, lo pensé muy bien, ¿Qué le iba a decir al doctor Roger Bernard si lo encontraba?

«Estoy muy feliz de que esté vivo. Estuve tan preocupada por usted. »

Alguien me chocó el hombro, volteé a ver quién era pero la persona no volteó a pedir disculpas. Suspiré y entré.

Tomé el ascensor hasta el piso diez y seguí el mismo recorrido que habíamos recorrido mi madre y yo el primer día que fuimos a consulta. Las personas no me miraban, todo el mundo estaba atento a su asunto. Algunas enfermeras preparándose para dejar la tanda y almorzar, y uno que otros pacientes esperando su turno.

Me acerqué a la recepción de ese piso, la señorita que estaba sentada detrás alzó la vista de la pantalla.

—Buen día, ¿en qué le puedo ayudar?

—Vine a ver al Doctor Roger Bernard.

—¿Tiene cita?

—No, pero yo... —Me perdí. ¿Yo qué? ¿Soy su vecina? —. Tengo asuntos que hablar con él.

La señorita de ojos grises me miró de arriba abajo. Yo era una uniformada y no me tomó en serio.

—Lo siento. Si quiere una consulta con el doctor tendrá que venir con su mamá o con su autorización previa, además de que deberá hacer una cita antes, y, señorita...

—¿Lauren?

Me volteé con la boca abierta al escuchar su voz. Roger Bernard salía de su consultorio con un abrigo marrón que le llegaba por la mitad de las piernas encima de su bata blanca de doctor.

—Hola. —Fue lo único que me decidí a decir

—La señorita no tiene cita y quería verle. —La recepcionista comunicó a Roger en cuanto lo vio.

Él asintió.

—Ya veo, ¿tiene que ser en el consultorio o me puedes acompañar a comer al frente?

Lo que el hielo ocultóWhere stories live. Discover now