Una serie de desafortunados eventos

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—No me pidas que deje de quererte —dijo Heriberto.

Alicia se quedó en silencio.

—No me pidas que deje de extrañarte —prosiguió.

Nuevamente, Alicia no respondió. Sus ojos miraban al cielo y parecían apagados.

*

Cuando Heriberto se levantó, comenzó a trazar un plan con las tareas del día; acudiría temprano a su trabajo para salir un poco antes de lo normal, por lo que luego tendría tiempo suficiente para enfocarse en hacer ejercicio. Más precisamente, comenzaría a correr por la carretera contiguo a su casa, con la puesta del sol sobre su espalda. Toda su vida había odiado cualquier clase de actividad física. Le fastidiaba sudar y entregar su cuerpo a la cansina tarea de ir más deprisa. Había sido un oso perezoso que disfrutaba de lo fácil. Prefería pasear, comer o dormir, antes que desafiarse, pero esto estaba por cambiar. Hoy era el día uno.

Hace poco, en la oficina había sido el blanco de burlas. Le habían apodado porky en referencia a su inflada figura, que evidentemente se relacionaba con su estilo de vida, en el que se evitaba a toda costa cualquier esfuerzo físico. Las personas pueden expresar comentarios muy hirientes sin percatarse en qué proporción afectan a los demás, y Heriberto no era la excepción. Una problemática que hasta el momento había obviado no pudo seguir en las tinieblas, ya que la noticia de que estaba fuera de forma le caía como un frío balde de agua arrojado a la cara. ¡Era un gordo! Y como todos, inevitablemente terminaba transformándose en el blanco de una que otra burla. ¿Cuántos chistes de obesos existen?, ¿cuántas rutinas cómicas no se basan en la humillación de ese grupo de individuos que, lejos de verse cerca de su mejor versión, ahora están arruinados por la grasa, por las adiposidades? La cuestión es, que todos se ríen de quienes parecen globos, pero nunca les dan la mano para cambiar o mejorar. La sociedad puede ser muy ruin y no vacilará en humillar a aquellos que tengan ciertas particularidades físicas.

Por tanto, tras una semana de que nuestro ingeniero fuese bautizado como porky, éste dejó de negarse a aceptar la realidad y con un cambio de mentalidad rotundo, decidió firmemente comenzar a trabajar en su mejor yo. De lunes a viernes salía a correr, durante una hora, aunque en realidad en las primeras semanas los ínfimos diez minutos en los que corría bastaban para cansarle y aturdirle, por lo que muy pronto se encontraba caminando. «Un paso a la vez, todo viaje comienza con un pequeño paso», se repetía Heriberto. Y más allá de las dificultades iniciales —como en el titánico primer día—, consiguió ser perseverante y constante, que era lo que verídicamente podía marcar la diferencia. Conforme transcurrieron los primeros meses, por fin llegó a un punto en el que sus aptitudes físicas evolucionaban, de repente ya no resoplaba o gemía como esos vehículos cuyo motor ya no da más, pero un necio al volante les tortura pisando el acelerador a todo dar. Su corazón ya no parecía bailar al son de algún ritmo frenético; había transitado de una veloz bachata, para dar lugar a un solemne y acompasado vals. Sus piernas parecían responder mejor puesto que ya no se sentían como dos pesadas anclas, que desbordantes de dolor, se hacían imposibles de mover después de algunos kilómetros.

De pronto, el sudor en la cara, ya no era algo que le causase desagrado, pues aquel cálido y salado líquido que a chorros se deslizaba por su cuerpo no era más que la prueba de un mejor porvenir. Así como un escultor trabaja sobre el mármol y ve caer pequeños resquicios del material, él observaba cómo su esfuerzo parecía sofocar a su cuerpo, que respondía con el generoso sudor; la evidencia de los campeones, de los que trabajan y se esfuerzan. En estas circunstancias, Heriberto se sentía mejor consigo mismo y comenzaba a notar una mejoría en su físico, del cual la grasa comenzaba se esfumaba; era feliz. Se sentía en la cima del himalaya. Ya no existía porky: «Al carajo porky, me llamarán Zeus», pensaba, mientras alegremente seguía con sus entrenamientos por la tarde, corriendo como un guepardo por la sabana africana.

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