Escapar de la jaula

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—Si intentas acabar con tu vida, alguien va a ocupar tu lugar —susurró en mi oído mientras me abrazaba.

Apreté su camisa y la arrugué con mi puño. Las lágrimas se deslizaron por mi cara y me quedé quieta, esperando que decidiera alejarse de mí. Alcé la vista, vi a mamá parada junto a la mesa. Sus ojos pálidos se clavaron en los míos, pero no decían nada.

Me limpié las lágrimas. Todos a mi alrededor sonreían y suspiraban, como si vieran a un gatito jugar con una bola de estambre. Los invitados aplaudieron y yo me sentí mareada, más aún cuando vi las lucesitas del techo. Dejé el cuchillo sobre la mesa. Unas jóvenes manos lo tomaron en mi lugar y comenzaron a cortar la torta. Las porciones se distribuyeron por las infinitas mesas.

Ellos bailaban al ritmo de la música, como muñecos de trapo inapetentes. La comida era suficiente como para alimentar a mil cerdos y sus ropas eran más valiosas que el oro mismo.

Temblé y mi piel se erizó bajo la tela de mi vestido. Mi tobillo me empezó a doler como si tuviera puestas mis zapatillas de ballet y estuviera sobre el escenario. Los miembros del cuerpo, sentados en la mesa que mamá llamó "la de tus amistades", me miraban como si fueran lobos hambrientos.

Era presa fácil para ellos, como en aquellos días en la academias. Todos me tacharon de loca. Menos Lucas, él se esforzaba por permanecer a mi lado y cuando papá me sugirió su compañía, ya no lo evité más.

Ayudó que nuestros padres fueran colegas.

"Esa chiflada es hija de... así que solo le vamos a hablar por conveniencia."

Mamá y papá estaban sentados juntos en el centro del salón. Estaban tomados de la mano como los compañeros indelebles que eran.

¿Por qué algunos parecen disfrutar más la vida que otros?

La torta tenía escrito el número veinticinco y me pecho ya me parecía que iba a explotar. Mis huesos se sentían de plomo y papá me miraba intentando descifrar mis intenciones. Con la espalda erguida y la mirada firme. Él asentía con eficacia a las palabras de otros, movía con benevolencia sus manos cuando su turno de hablar llegaba. Mamá vestía de blanco y su cabello oscuro estaba trenzado, chocaba copas con otra señora a su lado, su sonrisa era resplandeciente y vivaz.

Papá hizo ademán de levantarse y aguanté la respiración.

Las luces se apagaron en ese momento.

Era mi oportunidad, pero había un problema.

La puerta de la jaula estaba abierta, pero no sabía cómo volar.

Dentro de nuestras jaulas Where stories live. Discover now