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La primera flor que recibí fue una hecha de papel. Estaba arrugada y era obvio que arrancaste la última hoja de tu cuaderno favorito para hacerla.

Ese fue el primer día que nos conocimos, chocando torpemente en el pasillo de la cafetería de la universidad. Me sonreíste y yo te devolví el gesto, tímidamente escondiendo mi cabello detrás de mi oreja. Estaba esperando justo detrás de ti a que me tocara mi turno y no sé que bobadas te estaban diciendo tus amigos, pero te armaste de valor y te giraste, tus ojos escaneando cada parte de mi rostro.

«Puedes ir primero» murmuraste, pero eso no le gustó a una de tus amigas, así que decidí no aceptar. Sonriéndote y negando en el momento.

Tus amigos insistían, pero yo no quería hacer sentir incomoda a la chica que te acompañaba. Así que dejaste de insistir y tus amigos dejaron de presionar.

Pensé que hasta ahí habíamos llegado, que tonta fui, antes de irme te habías asegurado de que la mujer que atendía en la cafetería me detuviera justo antes de irme, deslizando una vieja hoja de papel entre mis manos, como si fuera algo prohibido. Esa fue la primera y pequeña flor que recibí de ti y como te dije, estaba maltrecha, pero a mi... a mi me pareció hermosa y aunque no te lo pude decir, estoy segura que el sonrojo de mi rostro te lo demostró. 

Por cada flor que me das Donde viven las historias. Descúbrelo ahora