EPÍLOGO

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Había una vez...

Una niña, que nació de entre las cenizas.

Sus cabellos eran de fuego, tan rojos como la llama de una hoguera, y sus ojos tan amarillos, como el oro de un anillo. Tenía la piel dorada, con salpicaduras de arena en los brazos y en las mejillas, suave y tersa, como una muñeca.

Algunos dicen que nació como fruto del amor de Hestia hacia el fuego, siendo ella la diosa del hogar y la encargada de mantener la hoguera siempre encendida. Pero, por muchos que digan eso, nada más lejos de la realidad. Solo es una niña nacida de entre las cenizas, de especial tiene poco y de gracia nada.

Era la niña sin padres que el pequeño pueblo, rodeado por el campo más grande de flores rojas y azules, debió criar. Compartían las cosechas con ella y la vestían usando trapos viejos hasta formar con ellos un simple vestido. Era encantadora, sonreía y saludaba a las personas al pasar, ayudaba a los adultos mayores y aprendía a tejer con la costurera, jugaba con los demás niños y nunca robó ni una manzana aunque muriera de hambre.

Encantadora para ser considerada tan poca cosa.

Nadie la quería.

Un día, el pequeño pueblo descubrió que ellos serían víctimas de la gran sequía. El campo de flores cambió de color, las rosas ya no eran rojas ni azules, eran naranjas y amarillas, las favoritas de la niña nacida de entre las cenizas. La cosecha murió, cubriendo el verde pastizal de gris, quedando apenas frutos para mantenerlos a todos ellos. Sin cosecha no hay venta, y sin venta no hay dinero. La niña lo sabía muy bien, la costurera se lo dijo.

Iban a morir.

Se preguntó, “¿Qué puedo hacer yo por ellos?”. Al ser tan pequeña, apenas sabía leer, no tiene talentos y aún se pincha el dedo al coser. No es especial, ni tiene gracia. Es bonita, pero no mayorcita. El pueblo no puede venderla por unas monedas, sigue siendo una niña, nadie quiere una niña que no es especial y no tiene gracia.

“¿Qué debo hacer?” les preguntó una vez a los adultos, pensativos frente a la hoguera de la plaza principal.

— No eres especial.

— Ni tienes gracia.

— No podemos venderte por unas monedas.

Dijeron todos.

Triste, les dió la razón.

La niña no quería ser vendida, era una posibilidad para ganar dinero y salvar al pueblo de la pobreza, pero que le guste claro que no. Ellos son su familia, y que pensaran en venderla antes que a otros niños o jovencitas del pueblo era triste. Le partió el corazón.

Deshecha, corrió rumbo al bosque es busca de perderse y jamás volver. Pensó que la sequía era culpa suya, por nacer de entre las cenizas y hacer que todo el año el astro luz ilumine las tierras, secando la cosecha.

“Mi cabello es una maldición”, pensó.

“Estoy maldita por una bruja”, creyó.

Lava Rose || BNHAWhere stories live. Discover now