Comisario.

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Éste caserío siempre fue de tu propiedad. Subyugado de tus caprichos. Arribando las palmas mientras siento que colocas la desembocadura del arma en mi sien con una mano, en el tiempo que con la otra subes mi camisa.

Similar a tu dorada placa de estrella, reposas sobre mi pecho, desgraciadamente rota una de las puntas; lo que sólo le deja en cuatro. Complejos de justiciera, como si de un criminal se tratase. Y, aunque me trates como tal; yo no he robado nada que no quisieras darme.

Ya no te satisfacen las noches, ahora prefieres cabalgar todo el ocaso. Te acostumbraste a acomodar el revólver y te volviste una experta en provocarme hasta hacerme disparar.

Y ahora sólo jugamos a eso.

Dos pasos adelante con los ojos cerrados, para ver quién dispara primero.

Penrose. Où les histoires vivent. Découvrez maintenant