• Pizarnik

237 5 1
                                    

Lo ve desde la distancia que separa sus cuerpos, sus corazones, sus mentes y sus almas. Lo reconoce desde lo lejos sin mucho esfuerzo. No sabe si es a causa de algún destino congénito del muchacho que lo hace sobresalir o si es únicamente el filtro sobre sus ojos que no hace más que enaltecer a un humano común. No lo sabe, pero lo ve.

Runa se aferra a la poca vida que le queda y se arroja al abismo. Una y mil veces dijo que solo saltaría a sus brazos en el momento en el que su existencia estuviera cercana a su fin, por lo que el abismo ahora la espera. Atraviesa intempestivamente, vacilante pero motivada, la calle que de él la separa. Los árboles dejan caer sus hojas que como ella ya han culminado su tiempo. Desea que mientras la distancia se acorta junto a su paso él logre verla pero esto no ocurre.

Se aferra a sus partes, a sus extremidades, a sus porciones, a sus acabados, a sus fracciones y a sus pedazos para poder continuar. Runa depende de las piernas que en vida tanto despreció para llegar a él, depende del torso que tanto apretujó y escondió para que este tenga algo que sujetar, depende de los brazos que tanto encorvó para poder llegar a tocarlo y depende del rostro camuflado, para poder despertar en él cualquier tipo de aceptación o correspondencia.

Finalmente Runa lo encuentra de pie en aquella esquina solitaria y continúa corriendo a su encuentro. Él la reconoce fácilmente segundos antes de que esta se arroje a sus brazos. Aitor queda algo sorprendido pero aún así la recibe y la rodea cálidamente entre su pecho. El abrazo se vuelve profundo rápidamente, pero también rápidamente se descompone. El muchacho deja de sentir la calidez, la necesidad y la voluntad de parte de ella por lo que retrocede para inspeccionarla. Pero en el intento de encontrarla a ella, a la ella que él siempre había visto, solo se topa con un tumulto de huesos carentes de vida. Los huesos caen ruidosamente y se extienden sobre el piso. Otros aún yacen entre los brazos de Aitor y otros se aferran al abrigo sobre su pecho, pero ya nada queda de ella.

Cuando Runa por fin se convierte en lo que siempre soñó ser se desvanece cualquier parte de ella que él pueda ver. No hay vientos débiles ni rostros doblados que pueda recortar en forma de objetos que él pueda amar.

Microcosmos; ftsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora