Capítulo 3 (parte 4)

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Abro la puerta y lo veo sentado en el suelo y no puedo evitar sonreír. Todo esto resulta muy irónico. Hace una hora me acosté llorando por la culpabilidad que sentí al besarlo y ahora estoy delante de él sonriendo como una estúpida.

—De todos los lugares cómodos de mi apartamento, ¿has decido que el suelo es el mejor sitio? —digo carcajeando

— Verás, lo creas o no, después de unas horas es bastante cómodo. Pero sin duda hubiera sido mejor si me dejaras dormir contigo. — dice sonriendo con esa sonrisa torcida tan característica de él.

— Eso nunca va a pasar. James, sobre lo que ocurrió antes... — y me quedo callada de repente.

Se levanta del suelo sin apartar su mirada de la mía y yo por acto reflejo bajo la cabeza avergonzada. Me levanta el mentón y da un tierno beso en los labios.

—¿Podemos hablar de lo que ha ocurrido antes, Alba? — dice besándome en la comisura de los labios. — Te prometo que no haré nada que no quieras.

No puedo evitar ponerme colorada. Asiento con la cabeza y camino hasta el interior de mi habitación, dándole a entender que me siga. La habitación está parcialmente iluminada por una lamparita de la mesilla. Se respira mucha tranquilidad a estas horas de la madrugada.

Me dirijo al banco de la ventana y aparto unos libros que había encima.

«¿De dónde salen tantos libros?»

Los coloco lo más delicadamente que puedo en el suelo, me siento en el banco y por un momento me pierdo en la belleza de Londres por la noche. La nieve ya cubre las calles y los copos de nieve caen si cesar del cielo. Mañana será un día bastante helado.

Subo las piernas hasta mi pecho y coloco la cabeza entre las rodillas. Alzo la mirada para buscar a James por la habitación y lo encuentro recostado cómodamente contra la puerta en una postura chulesca. Me sonríe lascivamente y se pasa la lengua por los labios demasiado sensualmente. No me gusta nada esa mirada intensa que me dirije.

«¿Qué coño está pasando?»

Levanta la mano derecha hasta la altura de sus labios y veo que sostiene la llave de mi habitación entre sus dedos. Me vuelve a mirar y acto seguido se la mete en los calzoncillos. Mis ojos se abren de tal manera que creo que se me van salir de las órbitas.

Se aparta de la puerta y me mira de una manera que debería estar prohibida. Toda risa se ha ido de su rostro y ahora muestra un aspecto de lo más amenazador.

—Ahora vamos a jugar tú y yo.

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