Capítulo 4 (parte 6)

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Sus palabras me ponen cachonda y le beso como una fiera descontrolada. Entro beso y beso le repito mil veces que sí.

Me baja lentamente de la encimera y me ayuda a peinarme bien el pelo, que a esta altura debe de estar echo un desastre gracias a esas perfectas manos que los griegos le han esculpido.

Coloca los platos sobre una bandeja y me indica que vaya por delante. Muevo las caderas al compás de mis tacones para provocarle, y el exagerado suspiro que escucho a mis espaldas me indica que mi misión has sido un completo éxito.

Al llegar al salón los demás estaban charlando tranquilamente sobre el nuevo perro que Lydia había adoptado unas semanas atrás. Era un pequeño labrador retriever blanco llamado Coco, muy acorde con el nombre de su dueña. Lydia había ido a visitar la perrera y al enterarse de que en unos días lo iban a tener que sacrificar, se había enamorado tan perdidamente del pequeño animalito, que decidió adoptarlo.

Así era ella, una persona con un gran corazón en el pecho. Esa amiga incondicional que podías llamar en cualquier momento de la noche para hablar, y ella siempre te respondería amablemente y te ayudaría en lo que fuera.

Recuerdo que un día en verano yo estaba bastante baja de moral y llevaba varios días sin salir de casa. Eran las dos de la madrugada y decidí dejar de ignorar las llamadas de Lydia y al contarle lo que me pasaba me dijo que vendría inmediatamente a mi casa. Condujo a esas horas casi una hora para tratar de consolarme, y lo hizo a la perfección.

Ella podría ser una alocada pero en los momentos difíciles siempre estaba a mi lado. Cuando la conocí pensé que no nos íbamos a llevar bien, puesto que éramos polos apuestos; pero los polos opuestos se atraen.

Y allí estaba yo, en medio del salón viendo como ella me sonreía de esa manera tan característica de suya. Era la primera vez en mucho tiempo que la veía tan inmensamente feliz, y eso había pasado desde que conoció a James Hudson. Estaba resplandeciente, tenía luz propia. Su felicidad era contagiosa. Después de haberse encontrado por el camino con cientos de hombres que le habían roto el corazón, al fin había encontrado a ese hombre con el que dar el paso, y mantener una relación.

Entonces me sentí la peor amiga del mundo. Me había pasado toda mi vida criticando a esas personas que le robaban el novio a sus amigas, y sin quererlo yo me había convertido en una de ellas. Esa clase de personas que le roban la felicidad a otras sin sentirse culpables. No me podía creer que estuviera a tan solo unos metros restregándome como una gata en celo con su novio.

Me sentía asqueada de mí misma, me había convertido en alguien que no reconocía. Estar cerca de él me nublaba la mente y no era consciente de mis propios actos.

En ese momento tuve una cosa clara. Todo lo que había tenido con James Hudson se había acabado en ese mismo instante. No quería que me volviera a tocar nunca más.

Por un momento pensé que estaba enamorada de James. ¿Enamorada? Solo lo conocía desde hacía tres días. Estaba cegada por su aspecto, era la primera vez en mi vida que veía a un ser tan perfecto. Pero como dicen la apariencia no lo es todo. Con los demás interpretaba el papel de hombre amable, pero yo sabía que era un arrogante, o tal vez no le caía bien e intentaba hacerme la vida imposible. Sí, eso tenía mucho más sentido. Puede que su plan sea enamorarme y después dejarme completamente destrozada.

No sé qué escondía, pero haría lo que hiciera falta para que mi amiga se diera cuenta de quién era en realidad James. Si hacía esto conmigo, podría estar haciéndolo perfectamente con otras mujeres. Él mismo me había dicho que se había acostado con cientos de mujeres. ¿Sería cierto que ahora sólo follaba exclusivamente con Lydia? No necesitaba hacerle esa pregunta porque los dos sabíamos cuál sería su respuesta.

Mi PerdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora