Capítulo 8

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Cuando pensamos en París, pensamos en el amor. Pensamos en los atardeceres desde la grandiosa Torre Eiffel. Pensamos en la Gioconda, atrapada de por vida en el Louvre, siendo disparada diariamente por miles de flashes. Pensamos en los maravillosos museos que poseen esas preciosas obras de arte. Pensamos en la prestigiosa arquitectura de sus edificios. Pensamos en el Sena y sus puentes, y sobre todo en el Puente de las Artes, conformado por candados de parejas de todo el mundo. Pensamos en la Catedral de Notre Dame y sus muros góticos. Pensamos en la Basílica del Sagrado Corazón, donde en sus callejuelas hay artistas que realizan unas impresionantes caricaturas. Pensamos en el Arco del Triunfo, desde donde se encuentra un mirador con unas magníficas vistas. Pensamos en esa foto romántica que los enamorados se quitan al anochecer con la Torre Eiffel de fondo. Pensamos en las famosas Galerías Lafayette, con su cúpula de estilo neobizantino, donde muchos turistas sólo van para apreciar esta preciosidad y sus terrazas que dicen que tienen una de las mejores vistas de la ciudad. Pensamos en los parisinos, en su elegancia y glamour al vestir. Pensamos en el francés, ese idioma en el que todo suena sensual. Pensamos en sus restaurantes, en sus tiendas de lujo. Pensamos en los suculentos macarons.

Pero sobre todo, en la luz que desprende París. Una ciudad que te hace sentir feliz, donde ningún mal tiene lugar. Aunque lamentablemente la ciudad del amor se estaba convirtiendo en la ciudad de la desgracia.

¿Por qué París se considera la ciudad del amor? ¿Por qué no New York o Londres? Considero que será por su arquitectura, su gente, sus calles, su Torre Eiffel. El entorno es realmente romántico. Es el lugar donde te gustaría celebrar tu boda de ensueño en algún castillo entre sus montañas.

Siempre había soñado con estar en París, en la propia ciudad. Recuerdo haber venido de pequeña con mis padres a Disneyland. Me había vuelto loca subiendo de una atracción a otra, esos tres días había traído a mi familia de cabeza. No me cansaba, y cada noche me tenían que llevar a rastras de vuelta al hotel. Y la ida fue lo peor, una semana llorando. Toda mi vida he sido una sensiblera y llorona.

Es un recuerdo de mi niñez que guardo en la memoria con mucha claridad, como si hubiera sido ayer. Entonces tenía 7 años y ahora 23. Qué rápido pasa el tiempo. Y me siento feliz al haber cumplido todos los sueños que tenía a esa edad, nunca me hubiera podido imaginar a esa edad que llegaría a ser tan sumamente feliz. Y estar en una familia tan unida.

El cielo se llevó a mi madre, pero a cambio mi abuela se convirtió en mi madre. Una madre que haría lo que fuera para que yo fuera feliz, aunque a ella no le gustaran algunas de las decisiones que había tomado a lo largo de mi corta vida.

Y aquí estoy, en la ciudad del amor, con un hombre del que he estado enamorada desde que le vi por primera vez. ¿Cuántos años tendría? ¿16? Vaya, que joven e inexperta era. Cada vez que me saludaba me sonrojaba como una estúpida adolescente. Y las cosas no es que hallan cambiado mucho, porque 7 años después me sigo poniendo incluso más roja. Siempre le he querido, y recuerdo cuando mi mejor amiga me había contado que estaba saliendo con él. Ese día y los siguientes lloré como una magdalena, con mi madre consolándome. Yo les había presentado en una cena, pero no lo lamenté al ver lo feliz que hacía a mi amiga. El trajo de nuevo la felicidad en su vida, una que había estado marcada por novios que iban y venían, ninguno captando su total interés.

Y ahora yo estoy a punto de comenzar una semana con él, en la que será nuestra propia ciudad del pecado.

Miro por la ventanilla las diversas calles de París y por fin sonrío. Esta semana pasará lo que tenga que pasar y punto. No voy a dejar que él se lleve toda la felicidad que tanto esfuerzo me ha costado conseguir. Voy a seguir siendo la misma Alba de siempre, esa Alba a la que le encanta estar con su familia y amigos, esa a la que le encanta leer hasta altas horas de la noche. Esa que no deja que nada la derrumbe. Esa a la que no necesita a un hombre para ser completamente feliz. Después de esta semana seré a un más feliz. Incluso puede que me enamore de un parisino y me quede a vivir el resto de mis días a su lado. Sería un bonito comienzo, uno en el que la tristeza no tiene hueco en ningún lugar. Respiro profundamente al sentirme por primera vez en mi vida segura. Segura de que todo va a salir bien. Sin preocuparme. Mi vida no está destinada a estar con él, y eso no me entristece porque sé que un hombre como el nunca se fijaría en mí, y porque sé que está con una mujer increíble.

Mi PerdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora