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A Katniss le pareció haber dormido A Katniss le pareció haber dormido apenas un instante cuando una voz apremiante empezó a susurrarle al oído en medio de la oscuridad.

—Alteza, tenemos que irnos. —Peeta apoyó una pesada mano sobre su hombro—. Señora, despertaos, ¡deprisa!

La urgencia de sus palabras le llegó a través de oleadas de sopor. Katniss se volvió hacia él y dejó que el gélido aire le golpease el rostro. A la luz de la luna, lo vio inclinado hacia ella, muy cerca, y sintió cómo su aliento helado le rodeaba el rostro. Distinguió voces en medio de la noche.

—Nos han descubierto —murmuró él con aspereza mientras le agarraba el brazo cubierto por las pieles y la incorporaba de un tirón—. ¡Vamos!

Katniss se sentó, pero él ni siquiera le dio tiempo a ponerse en pie. Metió los brazos entre las pieles y la levantó como si fuese un fardo. Katniss dejó escapar un pequeño grito de sorpresa. Él apretó con más fuerza y siseó para que callase. La manta se deslizó al suelo, pero Peeta no se detuvo a recogerla. La llevó hasta el caballo, y Katniss despertó del todo al darse cuenta de la situación. Se agarró a la silla, se colocó bien las pieles sobre los hombros y trató de encontrar un espacio entre las voluminosas bolsas mientras él la subía de un empujón. Luego Peeta montó delante. Katniss buscó febrilmente el cinturón con el que él se ceñía la espada bajo el manto, y logró sujetarse en el momento que Peeta espoleaba al corcel. Cuando el caballo salió disparado hacia delante, él puso su mano sobre las de ella.

Cabalgaron en la oscuridad como si los Jinetes del Apocalipsis les pisaran los talones. Katniss no veía nada; con el rostro hundido en la capa de Peeta mientras el viento helado la golpeaba, se agarraba con todas sus fuerzas para aguantar el ritmo frenético. Él había cargado el caballo de modo que por mucho que saltara y se moviera, las bolsas formaban una barrera que le impedía caerse. Pero como no había lugar para el recato ni la timidez en aquella carrera desesperada, introdujo ambas manos bajo el cinturón de Peeta. Sintió que la mano de él se las sujetaba con fuerza y que el rígido cuero y el frío metal aplastaban sus brazos contra las duras placas que cubrían el vientre del hombre.

Su barbilla y su rostro chocaban contra la armadura de los hombros, acolchados únicamente por el manto. Las pieles que la cubrían se deslizaron, pero Katniss soltó una mano el tiempo suficiente para cogerlas y volver a ponerlas en su sitio, con tan solo el agarre de él como ancla. El caballo daba vueltas y giros en la oscuridad en una alocada marcha, pero el caballero montaba como si se hubiera adueñado de la mente del animal, y la sujetó contra él cuando a Katniss empezaron a fallarle las fuerzas.

Una repentina sacudida la lanzó contra la espalda de Peeta. El caballo trastabilló y estuvo a punto de detenerse, los cascos hundidos en la marisma. Con una oleada de terror, Katniss sintió que las ancas del animal empezaban a hundirse bajo ella, pero antes de encontrar fuerzas suficientes para dar un grito de aviso, el caballero la soltó y alzó ambos brazos. Sintió el impulso de aquel cuerpo; él dio un fuerte grito, y el caballo se encabritó, dio un salto y resbaló hacia delante. Katniss forcejeó para no perder la sujeción, se cortó los dedos y se los pellizcó de forma dolorosa con el afilado cinturón de metal cuando Peeta se dobló por la cintura para dar impulso al corcel y obligarlo a pegar otro salto hacia atrás.

Tras una nueva sacudida y un empujón, el caballo logró quedar libre. Katniss dejó escapar un leve quejido y se agarró con fuerza mientras el animal salía una vez más al galope. La mano del caballero se cerró sobre la suya, le aprisionó los dedos con el guante y se los aplastó entre los suyos. Katniss hundió la cabeza en la espalda de él y se concentró en el dolor; lo celebró como si fuese lo único que le garantizaba que no iba a caerse.

Por ellaWhere stories live. Discover now