Prólogo

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Hola, acá les traigo otra adaptación; ya saben que los datos reales al final, porque la historia no es mía, yo solo la comparto sin fines de lucro. 

En esta ocasión la historia será de época y al terminarla la publicaré en el link de las adaptaciones. También les agradecería hacer sus solicitudes para subir ahí las otras historias. Solo salgo de finales y empezaré de lleno en subir las concluidas y con ésta, así que por hoy solo verán el prólogo y uno o dos capítulos.


Prólogo

... donde contienda y prodigio

acaecían por doquier,

alternaban dicha y llanto

de continuo el suceder.

Sir Gawain y el Caballero Verde, Prólogo


Los Peregrinos clavaban la mirada en el cielo y en la arboleda, o bien los unos en los otros. Donde fuera, con tal de no hacerlo en la mujer de la zanja. Las compañías libres controlaban aquellos bosques y los chillidos de ella podían despertar una atención no deseada. Mientras la mujer se revolcaba en el surco dejado por los carromatos, restregaba el pelo contra la tierra y entre gritos y sollozos recitaba pías revelaciones, sus compañeros, con las espaldas apoyadas en los árboles, se sentaban en cuclillas a la sombra y compartían un cuenco de cerveza tibia.

Se oía el remoto rugido de un trueno mientras nubes calientes cubrían los tenebrosos e interminables bosques de Francia. Estaban en pleno verano del noveno año tras la Gran Mortandad, la Muerte Negra. A unas varas de distancia de la llorosa mujer, sobre la elevación cubierta de hierba del centro del camino, se sentaba un clérigo que se había despojado de las sandalias y se sacudía el polvo de las plantas de los pies; primero uno y después el otro.

De vez en cuando, alguien miraba hacia la oscura arboleda. La joven había profetizado que su grupo de peregrinos ingleses alcanzaría Aviñón sano y salvo y, pese a que unas doce veces al día caía postrada en divinos éxtasis, y que el movimiento de una hoja o el destello de un rayo de sol eran suficientes para que cayera de rodillas entre lamentaciones, lo cierto era que no habían visto el menor rastro ni habían tenido noticia de las bandas de malhechores desde que ella se había sumado al grupo en Reims.

—¡John Hardy! —llamó la joven entre gemidos, y un hombre a cuyas manos acababa de llegar el cuenco miró, consternado, a su alrededor.

Bebió un buen trago y dijo:

—No me sermonees, hermana.

La mujer se incorporó hasta sentarse.

—¡Pues claro que voy a sermonearte, John Hardy! —Se pasó la mano por el bonito rostro juvenil, y sus ojos brillaron con furia entre las salpicaduras de barro—. No tienes moderación alguna con la cerveza, y Dios se siente ofendido.

John Hardy se puso de pie y bebió otro trago largo.

—Y tú eres una jovencita ridícula, llena de ridículo engreimiento. Qué...

El estallido de un trueno y un alarido agudo y prolongado ahogaron sus palabras. La devota damisela se dejó caer al suelo de nuevo.

—¡Ahí lo tienes! —gritó—. ¿No has oído la voz de Dios? ¡Yo soy profetisa! Nuestro Señor te ha hecho una advertencia: ¡bebe algo que no sea agua pura y te enfrentarás a la condena eterna, John Hardy!

Por ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora