Capítulo X

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Capítulo X

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Capítulo X

Natasha no sabía cómo sentirse. Habían dejado el hospital momentos antes para ir a su casa a recoger algunas de sus pertenencias. Entrar en aquel lugar, ahora acordonado por la policía era extraño e intimidante, ya no se sentía como su hogar. Nunca lo había sentido así, en realidad. Habían llegado a esa casa luego de que su padre comenzara su decadencia y aquellas viejas paredes habían visto los peores momentos de su vida. Dejó escapar un suspiro antes de coger la mano de su hermana y subir juntas al cuarto que compartían. Yelena había permanecido extrañamente silenciosa todo ese tiempo, con la mirada ausente, como perdida y aquello la tenía muy nerviosa.

– ¿Lena? –dijo Natasha en voz baja, mirando a su hermanita guardar su ropa cuidadosamente.

– ¿Qué? – preguntó la niña a su vez, sin alzar sus ojos castaños hacia ella. En todo momento había evitado mirarla, manteniendo sus ojos en el suelo o en cualquier otro lugar.

– Muñequita, ¿estás bien? – Nat se acercó lentamente a ella, con cuidado, como si temiera que pudiera salir huyendo. Yelena sólo se encogió de hombros y siguió guardando sus cosas, empacando sus cuadernos de la escuela– Lena, cariño, háblame...

– ¿Mamá se va a morir? – preguntó de golpe, cerrando su mochila con un brusco tirón– ¿Nos enviarán a un orfanato?

Natasha comprendió. Aquella había sido la manera que la niña había encontrado para ocultar su miedo, encubriéndolo con mal humor y brusquedad. Si parecía enojada, nadie se daría cuenta de que estaba aterrada. Se acercó a ella en silencio y la envolvió con su brazo sano, estrechándola contra su cuerpo. Le besó el cabello y entonces, sólo entonces, la sintió sollozar contra su pecho.

– Mamá va a estar bien, Lena. Todo estará bien ahora, nadie nos va a separar, te lo prometo...– musitó, esperando realmente poder cumplir esa promesa.

Habían vivido con miedo por mucho tiempo, demasiado. Y ahora, que todo había explotado, se sentía extrañamente más tranquila. Ya el secreto no era más un secreto y tenían la libertad de pedir ayuda, de dejar entrar a los demás a su pequeño mundo, de tener esperanzas por primera vez en años. Ella ya casi había olvidado cómo se sentía esperar algo, tener deseos y sueños. Ahora podía permitirse hacerlo. Un ligero golpe en la puerta las separó. Sarah estaba de pie en la entrada de su cuarto y les sonreía cálidamente.

– ¿Tienen todas sus cosas, niñas? ¿Necesitan ayuda? – ofreció, sin atreverse a entrar directamente al cuarto.

– No, señora Rogers, muchas gracias... ¿tienes todo, muñeca? – Natasha limpió discretamente las lágrimas de su hermana menor y le guiñó un ojo, intentando darle confianza.

También ella estaba nerviosa, pero, no podía permitirse mostrarle sus temores a la niña. Ella debía ser fuerte por las dos. Ambas terminaron de guardar sus escasas pertenencias y bajaron al primer piso donde Bucky y Steve las esperaban. Los muchachos se apresuraron en ayudarlas con su equipaje y pronto ya estaban de vuelta en el auto, dirigiéndose a la casa del chico. Cuando llegaron, se encontraron con una casa de estilo victoriano, muy bonita. Estaba ubicada en un suburbio a las afueras de la ciudad y Nat comprendió entonces porqué Steve siempre usaba la motocicleta.

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