Capítulo VII

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Capítulo VII

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Capítulo VII

A la mañana siguiente, Natasha se levantó con una sonrisa plasmada en el rostro. Había escondido sus dibujos bajo el colchón, lejos de las miradas indiscretas. Aquello era sólo suyo, sus sentimientos por Steve eran sólo suyos, lo bien que él la hacía sentir era sólo suyo. Él era sólo suyo. Se sentía bien, contenta consigo misma. Bajó a desayunar con una canción bailándole en los labios, canción que duró sólo hasta que vio a su padre sentado en la sala, bebiendo de una botella de vodka. Su madre lloraba en silencio mientras ponía la mesa y Yelena comía su cereal, sollozando bajito.

– ¿Qué pasó, mamá? – preguntó frunciendo el ceño mientras miraba a su padre de reojo.

– Nada, cariño, siéntate a desayunar– negó su madre, suspirando mientras acariciaba las trenzas de Yelena.

Pero Natasha no era una chica que se quedara callada cuando le decían. Caminó a paso firme a la sala y se plantó frente a su padre con cara de pocos amigos.

– ¿Qué fue lo que le hiciste esta vez? – espetó, mirando asqueada los ojos amarillentos de su padre.

– Tu hermana es una perrita sensible, eso es lo que le pasa. Tenía esto escondido en la mochila y yo se lo quité– Alexei alzó una hoja de papel que ella conocía. Era el retrato que había hecho Steve de ella el día anterior– Le he dicho que no debe tirar el dinero en estupideces y ella va y le paga a algún imbécil para que la dibuje.

– ¡Eso fue un regalo! – exclamó la niña antes de que su madre pudiera detenerla.

– ¿Quién iba a querer regalarte algo a ti? – espetó el hombrón, soltando una risotada. Natasha no pudo más. Se lanzó hacia él y le arrebató el dibujo de un manotazo.

– Esto es de Lena. Se lo regaló una amiga mía de la escuela...– rebatió entre dientes, yendo a entregárselo a su hermana– No hemos tirado tu dinero, no te preocupes. Apenas y nos das lo suficiente para comer, ¿crees que lo malgastaríamos? Usa tu cerebro podrido alguna vez, Alexei.

Alexei se puso de pie de un salto, tambaleándose. Ya había bebido bastante y le costaba mantener el equilibrio, pero eso no impidió que cogiera la larga trenza de su hija mayor y la jalara brutalmente hasta hacerla caer al suelo. Natasha cayó con un golpe seco al parqué de la sala y de inmediato sintió un ramalazo de dolor que le recorrió desde el brazo hasta el resto de su cuerpo. La fractura se resintió y no pudo contener un gemido de dolor que puso a su madre en movimiento. Por primera vez, Melina se interpuso entre su esposo y su hija. Empujó al hombre que había aguantado por veinte años y se arrodilló junto a su hija, intentando ayudarle a ponerse de pie.

Pero, Alexei era más grande y más fuerte. Comenzó a golpear a su esposa mientras que Natasha miraba impotente. Yelena comenzó a llorar y su primer instinto fue ir a su lado. Se puso de pie con dificultad, sintiendo que cada paso era una punzada cada vez más dolorosa en su brazo adolorido. Sus ojos se cruzaron con los de su hermana y decidió que era el momento de hacer algo. Ya no podían seguir aguantando más. La cogió de la mano y salió de la casa con ella, alejándose lo más posible de la casa. Los vecinos se habían asomado a la acera, alarmados por los gritos desesperados de la señora Romanoff. Pero, como siempre, nadie haría nada.

Natasha se esforzó en llegar al teléfono público más cercano y sacó de su bolsillo las monedas que llevaría ese día a la escuela para pagar el almuerzo.

– Lena, cariño, necesito que marques este número, ¿sí? – extrajo de su corpiño el papel con el número de Steve y se lo dio a su hermana.

La niña marcó el número, llorando aún y cuando comenzó a marcar, le entregó el auricular a la pelirroja. Natasha suplicó que Steve aún estuviera en casa. Todavía era muy temprano, y puede que no se hubiera ido a la escuela aún.

¿Diga? – contestó una voz femenina del otro lado de la línea. Natasha pensó que debía ser la madre de Steve.

– Hola, ¿señora Rogers? ¿Está Steve aún en casa? – preguntó, intentando sonar lo más tranquila posible.

Sí, está aquí. ¿Quién le digo que lo llama?

– Dígale... dígale que es Natasha, por favor. Somos compañeros de la escuela...– explicó escuetamente, esperando que aún no se consumieran los segundos de la llamada.

Está bien, viene enseguida– Nat escuchó voces del otro lado de la línea y reconoció el tono grave de la voz de Steve de inmediato– ¿Nat?

– Steve...– sollozó, ya sin poder contenerse– Steve, ven, por favor... te necesito...– el muchacho se tensó al escuchar sus palabras.

Voy enseguida, ¿dónde estás?

– A unas calles de mi casa, cerca del parque de ayer. Estoy con Yelena...– explicó, llorando aún.

Espérenme ahí, voy en camino– exclamó él y cortó la comunicación. Natasha suspiró y se dejó caer sobre la acerca, arrastrando a Yelena con ella para abrazarla.

No tenía idea de lo que estaría pasando en su casa, no sabía qué más hacer. No contaban con nadie, no podía hablarle a la policía... los minutos le parecieron eternos, pero pronto sintió el chirrido de unos frenos detenerse frente a ellas y alzó la vista. Steve bajó del vehículo corriendo y se acercó a ellas, envolviéndola en sus brazos. Le dejó un beso en el cabello y luego tomó su rostro entre sus manos, secando sus lágrimas con sus pulgares. Natasha vio a Bucky salir del auto y mirarlas con tristeza.

– ¿Están bien? – preguntó el chico, alargando una mano para acariciar el cabello de Yelena, quién comenzó a llorar más fuerte y se abrazó a su torso con fuerza.

– No... mi papá estaba golpeando a mi mamá y yo no pude hacer nada... me- mi brazo, me duele el brazo y no la pude defender– sollozó Natasha y notó como se endurecía la mirada del rubio.

– Tranquila, Nat, ya estoy aquí...– murmuró, acariciando la espalda de la niña. Bucky se les acercó y, en vista de que Yelena no quería soltar a Steve, ayudó a Natasha a ponerse de pie y le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

– Hay que ir a su casa, Buck. Tenemos que ayudar a su mamá– explicó escuetamente Steve con la niña en brazos, aferrada a él con brazos y piernas.

– Vengan, suban al auto– decidió el castaño de inmediato y los cuatro se subieron al vehículo. Natasha acariciaba el cabello de su hermana mientras Bucky conducía rápidamente las cuadras que los separaban del hogar de las chicas. Nada más llegar, Steve se apeó de un salto y corrió al interior de la casa.

– Quédense aquí– pidió James y salió corriendo detrás de su amigo.

Los minutos pasaron y las chicas permanecieron en el auto, con el corazón acelerado. Nadie salía de la casa y el temor comenzó a llenar cada una de sus células. ¿Y si esta vez ella no había resistido? ¿Y si su padre la había matado? En ese momento, vio salir a su padre, trastabillando de la casa. Ambas chicas se escondieron en el asiento trasero y él pasó de largo, con el rostro ensangrentado y murmurando incoherencias. Los vecinos lo miraron pasar y siguieron cada quién en lo suyo, ignorándolo. Natasha no aguantó más. Dejó a Yelena dentro del vehículo, pese a sus súplicas y con el corazón pesándole una tonelada dentro del pecho, caminó los escasos metros que separaban su casa de la acera.

Cuando entró, se encontró con una escena dantesca. El destrozo en los muebles y los platos rotos en el suelo daba cuenta de lo que debió ser una pelea tremenda. Se asomó a la sala, casi sin poder respirar. La angustia que sentía se le había convertido en un globo dentro del pecho que no la dejaba respirar. Vio a Steve arrodillado junto a su madre en el suelo y sus rodillas se doblaron. No se percató de la presencia de Bucky junto al teléfono, ni de nada más a su alrededor. Sólo vio a su progenitora tirada sobre la raída alfombra de la sala, inconsciente.

– ¿Mamá? – susurró y el chico alzó la mirada hacia ella.

– Está viva...– respondió Steve y Nat cayó al suelo, desmayada.  

Rebels with a causeWhere stories live. Discover now