—Para el dolor de cabeza —dijo, abriendo mi mano y depositando allí la pastilla blanca.

Luego, se giró hacia la mesita que tenía al lado; hasta ese momento no me había percatado que allí había una jarra con agua. Me sirvió un vaso y me lo entregó. Sin preguntar más, me tomé la pastilla y bebí del vaso como si mi vida dependiera de ello.

—¿Mejor?

—Un poco... —dije, avergonzada, porque estaba más claro que el agua. ¡Me había emborrachado!—. Victor yo... de verdad lo lamento.

Al salir esa pequeña y sincera disculpa de mis labios, Victor frunció su ceño.

—¿Por qué te estás disculpando?

—Bueno... tú sabes... —dije, jugando con mis dedos—. Te juro que esto jamás me había pasado. ¡Yo nunca bebo de esa forma! ¡Y tampoco me tomé la botella entera! Como mucho fueron unas cuatro o cinco copas, pero seguro los antigripales todavía estaban en mi sistema, así que aceleraron el proceso. ¡Es la única explicación que le consigo! Yo...

—Espera —me interrumpió—. ¿Te estás disculpando por haberte emborrachado?

—¿Y por qué más debería disculparme? —pregunté y luego... la posibilidad de que hubiera hecho algo aún más vergonzoso, se filtró en mi cabeza—. Ay, Dios... Dime que no hice nada vergonzoso.

Victor me observó con fijeza, como si estuviera buscando alguna señal de algo en mi cara que seguro estaba hecha un desastre. Al final, terminó suspirando y negó con su cabeza.

—No pasó nada —dijo al fin—. Tuvimos una sesión un poco movida, pero más nada.

—¿A qué te refieres con movida?

—A que eres muy graciosa cuando estás en ese estado de extrema felicidad ―sonrió.

—Ay, no... de verdad discúlpame. Debes estar pensando lo peor de...

—No pienso mal de ti, Issy —dijo, colocando sus dedos sobre mis labios para silenciarme... y no sabía por qué, pero eso activo otro recuerdo de mi boca porque sentí como todas mis terminaciones nerviosas se concentraban en sentir su tacto—. No te preocupes por lo que pasó anoche, ¿está bien?

Asentí con lentitud.

Victor retiró sus dedos con parsimonia y me sentí extraña, demasiado. Era como si añorara ese contacto, como si me hubiera quedado vacía... ¡Estaba loca!

—Si quieres puedes tomar un baño —dijo de repente.

—Yo... lo haré en casa, pero si me gustaría asearme un poco.

Victor asintió y señaló la puerta que debía dar al baño. Me levanté de la cama y el piso se tambaleó un poco bajo mis pies. Las manos de Victor me sostuvieron por la cintura y eso desencadeno otro recuerdo de mi cuerpo. ¡¿Pero qué diablos había pasado para que estuviera tan sensible?!

—¿Necesitas ayuda?

—No yo... estoy bien.

Me solté y caminé rápido hacia el baño. Era una locura, algo que pensaba solo pasaba en las películas.

Y al verme en el espejo casi solté un grito. Había esperado estar desastrosa, pero ¡parecía un jodido panda! Abrí la llave del lavamanos y comencé a lavarme la cara para quitarme el delineador corrido. Sequé mi cara con un paño pequeño y me observé de nuevo; estaba pálida, pero por lo menos el negro ya no enmarcaba mis ojos... un segundo...

—¡Él me vio así!

Ahogué un chillido en el paño que tapaba mi cara. ¿A caso había una pena mayor que esa?

21 preguntas para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora