capitulo 23

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DAMON

—Tyler, tienes que decir qué tomaste —insiste Keira, por enésima vez. Sin embargo, Tyler es incapaz de responder con precisión sobre que ingirió. Además de que recibió golpes por todas partes, está somnoliento, su lucidez no perdura por demasiado tiempo. Tan solo alcanza a balbucear frases como "al hospital no", "no llamen a la policía".

Lamentablemente, tendremos que hacerlo en breve, si es que Keira no consigue estabilizarlo.

—¿Tyler? —la rubia intenta reanimarlo, pero él nuevamente se vuelve a caer. No comprendo la medicina en demasía, en cambio ella sí y por el momento, parece tenerlo bajo control—. Sospecho lo que es, pero no puedo darle nada hasta no saber con seguridad lo que ingirió —explica, angustiada al verse limitada—. Habla con sus amigos. De todas formas, iniciaré los movimientos para trasladarlo al hospital— indica; acato sus palabras y asiento, retirándome de la sala.

La verdad, no sé cómo puede soportar tratar situaciones de esta índole casi a diario. Por mi parte, he considerado la posibilidad de sufrir un desmayo ante la cantidad de sangre y los daños físicos que acabo de observar.

En el pasillo, Roma, quién lo trajo, está de pie junto a otra chica y dos chicos; en los cuatro prevalece una expresión de espanto. Es evidente que están bastante aterrorizados. La de cabello castaño llegó conduciendo el auto de Tyler, con él arrojado en los asientos de atrás. Estaba aterrada, tanto, que apenas consiguió hilvanar un par de oraciones, como explicar que el chico se involucró en una pelea donde le propinaron el centenar de golpes.

—¿Tyler está bien? —pregunta la misma, los ojos abiertos de par en par. Trato de mantener una expresión neutral, para no incrementar el miedo, pero diablos, ¿a quién engaño? Yo también estoy aterrado.

—Necesitamos saber que tomó —evito la pregunta y voy directo al grano, demostrando que llevo prisa—. ¿Alguno de ustedes tiene idea?

Se miran entre los cuatro. Uno de los muchachos es el primero en saltar.

—El fin de semana pasado, lo vi tomar algo. Una pastilla. Pero no alcancé a ver que era, y él no quiso decírmelo —explica con evidente sinceridad.

—Tenía problemas con un brazo. Creo que tomaba analgésicos o algo así, ahora no estoy segura de lo que era —dice Roma, su voz está quebrada y en cuanto acaba la oración, brotan lágrimas de sus ojos y su amiga la abraza por los hombros.

Relamo el labio inferior, en una mueca de nerviosismo, mientras intento dar con alguna idea que pueda ayudar.

—¿Tienes las llaves del auto? —indago, ella asiente—. Déjame revisar. Tal vez encuentre algo por ahí —pido, es la última opción que nos queda. Roma entrega las llaves y corro hacia afuera.

Diviso las gotas de sangre derramabas sobre el suelo, marcando un camino que inicia en el vehículo, un Ford Mustang negro que Tyler me dejó conducir la última vez que tuvimos una larga conversación. Giro la llave, abro la puerta y rebusco entre los distintos compartimientos, espacios retenedores, en la guantera, pero no encuentro nada. Voy hacia los asientos traseros, intentando no mancharme con los rastros de líquido rojizo. Allí es donde doy con el bolso negro, hundido entre el espacio de los asientos. Apenas llegué a verlo.

Lo reviso, encuentro una camiseta, el celular y en el fondo, un bote de pastillas color naranja. De inmediato lo sostengo, es exactamente lo que buscaba. Salgo del coche, cierro la puerta y camino de prisa hacia el interior del centro. Los chicos me observan pasar, intentan preguntar algo que no llego a comprender por la velocidad, pero maldición, encontré lo que necesitábamos.

Dulce venganza [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora