capitulo 15

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DAMON

El partido inició hace poco más de diez minutos, pero los chicos llevan media hora en el centro. Cada día que nos reunimos, es casi la misma rutina. Llegar, esperar a que estén todos, luego esperar nuevamente a que acaben con sus conversaciones y entonces, luego sí podemos jugar.

Es un hecho que la puntualidad no es un requisito. No es una obligación cumplir con el basquetbol, es más bien para ellos, una distracción. Si bien un par de jóvenes tienen cualidades e incluso es posible que puedan tener una carrera en basquetbol, el resto solo busca pasar el rato y distenderse. Si hay algo que estos chicos tienen en común, es cargar con el peso de una vida difícil. Algunos están empezando a despegar, salir del hueco, donde otros continúan hundidos, pero lo importante es que lo están intentando. Intentan lidiar con sus problemas y buscan una vida mejor, porque está algo que todos la merecen.

Así que no me importa cuando Tyler interrumpe el partido, media hora más tarde, con expresión de preocupación.

—¿Llego muy tarde? —pregunta, cargando una expresión de disculpa.

—Para nada —respondo, mientras detengo el juego y luego, hago una seña para que se aproxime—. Pensé que te habías arrepentido —expreso en un tono divertido, intentando disuadir la tensión que lo rodea.

—En realidad, ustedes se van a arrepentir. ¿Ya advertí que soy muy malo en esto? —la ironía del chico me hace reír por lo bajo, aunque de inmediato niego con la cabeza.

—Creí que te había dicho que eso acá no importa —pronuncio seguro de que todos tienen en claro que esto no es una competencia real—. Ten. Únete a los rojos —digo, al mismo tiempo que le extiendo una cinta roja para el brazo, de esa manera se distinguen los equipos.

Tyler lo hace todo con prisa. Se quita la sudadera, quedando en camiseta maga corta, coloca la cinta en la parte superior del brazo y por último corre hacia el playón, para unirse al resto, que no tardan en integrarlo como uno más.

El partido se reinicia tras una indicación de mi parte, desarrollándose con normalidad. Tyler destaca por su agilidad en los primeros minutos y por su confianza al desplazarse dentro del perímetro de la cancha. Además, su altura le facilita encestar y me doy cuenta de que, en realidad, no lo hace mal. Digamos que no es el desastre que aseguraba ser.

Toda señal apunta a que realiza ejercicio regularmente, tanto su destreza como su contextura física es superior al resto. O al menos no es lo que suelo encontrar en jóvenes promedio de su edad.

Sin embargo, además de notar sus habilidades, también sospecho que algo anda mal. Después de un lapso donde rinde excelente, su energía comienza a descender, como si de pronto cayera en picada. Lo observo detenerse, se aparta, toma aire e intenta continuar, así un par de veces, incluso se lleva la mano al pecho, dando impresión de dolor. Entonces, me veo en la obligación de actuar.

—Tyler, detente —indico, pero él hace caso omiso y continúa metido en el juego. Uno de los chicos le pasa la pelota, la sostiene, pero no consigue hacerlo por demasiado tiempo y la deja caer—. Tyler, acabo de pedir que te detengas —exijo nuevamente, esta vez elevo la voz e impongo firmeza. No solo él se detiene, también lo hace el resto. Miran confundidos—. Toma un descanso. Después puedes regresar —agrego y la molestia en su cara se hace evidente. Está enfadado porque lo obligué a parar. Diablos.

Irritado, se retira a paso veloz, pasa por mi lado y nuestros hombros rozan. No sé si fue a propósito o si en realidad, lo hizo para demostrar lo molesto que está conmigo. Me la juego por esta última porque sé que es probable que, a su edad, yo habría hecho lo mismo.

Dulce venganza [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora