Felicidad inexplicable

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(Por: Christopher)

—¿Crees que él la invite a salir?

—¿Quién?

—Tu amigo a mi amiga, tonto.

—Pues...esperemos que sí. No me has arrastrado fuera de allí solo para eso, ¿verdad?

Darla suelta una carcajada pero no contesta a mi pregunta.

—Lydia es bastante lista, probablemente entienda que tiene que dejarlos solos, pero le escribiré por si acaso.

Volvemos a la escuela y nos dirigimos al estacionamiento.

—Eres una mente malévola —comento.

—Oh, vamos, solo déjate llevar. Tengo que ir a casa, pero antes...¿te parece si te invito el helado que te debo?

Mi cerebro está tratando desesperadamente de ajustarse a esta nueva realidad.

—Supongo...¿a dónde vamos?

—No, no, propongo que compremos un helado en el supermercado, y luego vamos a tu casa y preparas alguno de los tragos que aprendiste para la fiesta. Marissa me contó sobre eso.

Me quedo sin palabras un buen rato, pero logro decir:

—Le dijiste a tu mamá que llegarías en quince minutos.

—Ella sabe que quince minutos conmigo significan una hora, al menos.

Sigue debatiendo conmigo hasta que paro en un supermercado. Descubro que su sabor favorito es la menta con choco chips y ella se indigna de que el mío sea Vainilla.

—¿Vainilla? ¿En serio? —Sigue diciendo mientras saco bowls para servir el helado, de vuelta en casa—. No sabe a nada.

—Entonces no has probado el helado correcto —digo después de encontrar al fin una cuchara para servirla.

—Parece que tu amigo sí invitó a salir a Marissa —comenta Darla observando su celular.

Vaya, no pensé que Adrian realmente fuera a hacerlo.

—Qué bueno, creo que llevaba un buen tiempo esperando por eso.

—¿Y cuánto te va a tomar a ti?

—Yo no quiero salir con Marissa, es mi amiga.

Darla rueda los ojos y se apoya con una sonrisa seductora sobre la encima de La Cocina hasta que capto su indirecta.

—¿Por qué quieres que te invite a salir? Pensé que me odiabas...bueno, no me odias, pero no tienes ningún interés en mí. Sabes que me gustabas y te aprovechas de eso, pero no es mi intención insistir con el tema, no quiero hacerte sentir incómoda. ¿Y sabes qué? Nada de eso importa, no te voy a invitar a salir, quédate tranquila.

Se le borra la sonrisa seductora pero me siento mucho mejor siendo honesto. Además, hay helado para consolarme justo aquí. Quizás es porque estoy muy concentrado intentando apuñalarlo para servirlo que me doy cuenta de que Darla se ha acercado solo cuando se lanza contra mí. Sus labios están en los míos antes de que pueda procesar todo y mi cabeza hace cortocircuito por un segundo o dos, hasta que consigo alejarla.

—¿Qué diablos te pasa?

Nuevamente, ella parpadea confundida, como si yo fuera un bicho raro.

—Darla...no me estás escuchando. No me debes nada por el auto, solo acepté compartir este helado porque somos amigos, no tienes que hacer esas cosas para probarme.

Vuelvo a mi tarea de servir el helado y cuando finalmente lo logro, ella dice en una voz casi inaudible.

—Mi hermana se embarazó a los quince, te lo dije el otro día, no quiero que me pase lo mismo.

Con el dolor de mi corazón, hago el helado aparte.

—No te va a pasar lo mismo, ustedes son personas diferentes. Solo recuerda siempre usar condones, y quizás también entrar en algún método anticonceptivo adicional si algún día piensas tomar el riesgo no solo del embarazo, sino de las ETS. No puedes vivir tu vida temiendo seguir el camino de otras personas, debes concentrarte en seguir el tuyo.

Ella da vueltas a la cucharita que le alcancé hace un momento y sigue sin mirarme.

—Es mi mayor temor y, sin embargo, empecé a acostarme con chicos hace un año. A veces ya ni me importa si no usan condón, porque siento que es mi destino, que no puedo evitarlo por mucho que corra.

—Darla...ya tienes dieciséis —le recuerdo.

Al menos sí soy capaz de predecir que va a echarse a llorar y le hago una seña para que me deje abrazarla. Es extraño sostener a alguien así, creo que nunca lo había hecho, porque Adrian no se rompió de esta manera cuando perdió a su mamá. Supongo que todos afrontamos el dolor de formas diferentes.

Cuando se aleja, le paso el bowl de helado.

—Toma, te hará sentir mejor.

Ella toma una servilleta para sonarse la nariz y acepta el bowl rápidamente con una sonrisa.

—Gracias por escucharme —balbucea.

—Si no te molesta que agregue algo, deberías hacerte una prueba de ETS, no sabes qué pueden haber tenido los chicos con los que te acostaste.

Ella alza una ceja y me mira extrañada.

—¿Qué?

—Hijo de médicos —le recuerdo—. Tuve mi primera charla de educación sexual a los ocho años cuando leía un libro y cometí el error de preguntarle a mi papá por una palabra que no entendía. Sé bastante más sobre el tema de lo que me gusta admitir públicamente, pero creo que es importante que sepas que basta con un error, para que te contagies de algo. Y ese algo puede ser peor que un embarazo no deseado, créeme.

Ella asiente, mitad preocupada, mitad divertida, y mentalmente hago una nota para llevarla donde una amiga de mi mamá que adora tratar con adolescentes que no quieren que sus padres sepan que ya tuvieron sexo.

Es raro pensar en ella haciendo algo así y no sentir celos, pensé que dolería o algo así, pero la veo lamer la cucharita de su helado con una sonrisa gloriosa y solo siento una felicidad inexplicable.

Camina al INFIERNO en mis zapatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora