Él volvió a deslumbrarla con su sonrisa y se dio media vuelta, para continuar su camino hacia las escaleras. Antes de que llegara a ellas, Rosa reaccionó.

—Prometo devolverte el dinero —gritó.

El muchacho arqueó las cejas, sorprendido, antes de que una sonrisa torcida ocupara su rostro.

—No hace falta —negó con la cabeza, para dar media vuelta hacia las escaleras con las manos en los bolsillos y comenzando a silbar una canción.

La blonda permaneció estática durante unos segundos, sintiendo con claridad los latidos de su corazón. Bajó la vista hacia la bebida, cuya transpiración comenzaba a mojarle la palma de la mano y los dedos, y sonrió resguardada por el cabello que le caía en cascada por sobre el hombro. Se preguntó en qué clase estaría, cuántos años tendría. Sobre todo, se preguntó si él la había encontrado linda o si sólo era caballeroso. Cualquiera de las dos opciones era lo suficientemente buena para ella.

Volvió a paso lento, tomando jugo rojo pasión del sorbete transparente. Aún sentía las mejillas calientes, cosa que sus amigas confirmaron mientras se acomodaba a su lado.

—¿Te sientes bien, Rosa? —preguntó Samanta, apoyando el dorso de la mano sobre la frente de la aludida.

—Sí, sí —se apresuró a contestar, acomodándose el cabello hacia un costado y jugando con él—. Sólo es el sol, está fuerte.

—Oh —dieron al unísono.

—¿De qué hablaban? —preguntó, tratando de olvidar los nervios que había sentido sólo al estar en la presencia de aquel muchacho.

—De desamor. No es justo que sólo Eli tenga novio. Aunque yo no querría ser novia de Gastón —rió Sofía.

—La voz de la envidia —los bucles negro azabache de Eli se movieron cuando rió dramáticamente.

—¿Cómo es que aún no tienes novio, Rosa? —se giró Doli—. Eres la más linda de la escuela y eres muy popular entre los chicos.

—Eso no es cierto —respondió ella, avergonzada—. Además, no me gusta nadie.

—Gastón me presentó al chico nuevo. Es muy lindo, harías buena pareja con él —sugirió Eli con las mejillas sonrosadas, gracias al entusiasmo.

—¿Qué chico nuevo? —el corazón de Rosa golpeó nerviosamente contra su pecho.

—¿Cómo me dijo que se llamaba? —preguntó la pelinegra en voz baja, mientras pensaba con la vista fija en la copa del árbol bajo el que estaban sentadas—. Damián, Daniel, Devon, ¡David! —alzó el índice, victoriosa.

—David —susurró Rosa, llevándose la mano a la mejilla. Debía ser él, se dijo, ese nombre era perfecto para él. Sonrió y levantó la vista hacia su amiga—. Supongo que conocerlo no me va a matar.

Nunca se sabe, dijo una voz en su interior.

.

Al día siguiente, se encontraba parada en la puerta de la escuela, buscando inconscientemente, entre los que llegaban, al chico nuevo. Se suponía que esperaba a Samanta, que llegaría en cualquier momento con las notas de álgebra que le había prestado el día anterior, y necesitaba para la clase. Además, su amiga tenía que contarle cómo le había ido con su vecino, eterno amor de su vida. Miró el reloj en su muñeca y suspiró. Como siempre, Samanta llegaría tarde y ella no tendría sus notas. Decidió entrar, cansada de saludar a cada alumno que pasaba. Se dio media vuelta y embistió a un estudiante que pasaba. Frotó su frente, en donde la había golpeado el accesorio de plástico de la correa de la mochila, y levantó la mirada.

Aceite de girasolWhere stories live. Discover now