Capítulo 1: Candela

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CANDELA

Había pasado poco más de una semana desde el inicio del curso. No estaba preparada para volver, todos lo sabíamos, pero aún así, allí estaba, oculta tras mi viejo portátil.

-Lamento no haber podido asistir antes, pero como comuniqué a través del aula virtual, me encontraba en República Dominicana.

El profesor era bastante más joven que la media de docentes universitarios. Difícilmente llegaría a la treintena. Llevaba una camisa blanca, arrugada hasta el último botón, y cara de haber dormido poco. Se le notaba nervioso, un reflejo bastante certero de lo que pasaba por mi cabeza.

-Somos bastantes, pero no creo que sea inconveniente para las clases prácticas -sonrió tenso-. Así que más y mejor, siempre que respetéis el turno de palabra. Espero no tener que repetirlo demasiado, que estamos ya en segundo.

Comenzó a escribir los criterios de evaluación en la pizarra y a describir la asignatura. Algunos copiaban, otros, como yo, nos limitábamos a escuchar. Miré a mi alrededor, me agobiaba el ambiente. Murmullos, risas, demasiadas personas. Una semana y ya estaba abrumada. La opción presencial ya no me parecía tan buena idea. Suspiré. No eran demasiados, pero sentía las miradas. Me observaban desde el disimulo. ¿Curiosidad? Tal vez. Un escalofrío recorrió mi espalda.

-Soy León -susurró el chico que tenía detrás-. Eres nueva, ¿no?

Le miré, apenas girando la cabeza. Solo pude verle la mitad del rostro. Tenía la piel morena y un lunar debajo del ojo derecho. El lunar de los guapos.

-Que perspicaz -dije intentando sonreír.

Me sentía desorientada. ¿Sería mi nuevo amigo? Era la primera persona que me había hablado en los cinco días de clases que llevábamos. Era incómodo, pero excitante a partes iguales. Soltó una risa por lo bajo y jugueteó con el bolígrafo que tenía en la mano.

-Escucha, doy esta noche una pequeña fiesta en mi casa -susurró-. No van todos estos, pero sí las personas que te interesaría conocer -me miró expectante-. Como... yo. ¿Por qué... no te pasas?

Me guiñó el ojo esperando una respuesta. Solo había dejado de sentirme invisible durante un instante y ya me notaba demasiado expuesta. Un sentimiento de euforia y miedo me atravesó el pecho. Era real.

-Te doy mi número y me pasas la dirección cuando quieras -dije girándome.

Le miré un par de segundos. Guapo era poco. Dos vistazos habían sido suficientes para darme cuenta de que, si surgía algo en la fiesta, no seríamos sólo amigos. Sus ojos pardos me devolvieron la sonrisa. Escribí mi número en un cacho de papel y se lo di.

-¿Cómo te llamabas? -dijo mirándome.

Se podía notar la intensidad en el ambiente. Mi estómago se retorció. Él también tenía que estar sintiéndolo.

-Creo que no he llegado a decírtelo -contesté.

Me estaba resultando divertido. Todo era natural, fluía. Había una pequeña posibilidad de volver a encajar, de conocer gente, de pasarlo bien otra vez.

-Pero necesito guardarte de alguna manera -dijo señalando su teléfono.

Mis labios se curvaron, no podía evitarlo. El tonteo resultaba inevitable. Cuánto tiempo había pasado desde la última vez.

-Pues... -me hice la pensativa- piensa en una palabra que te recuerde a mí.

El corazón me palpitaba frenético. Su cara me decía que el suyo también. La palabra química no le hacía justicia al momento.

-La fiesta comienza a las ocho, tráete bikini.

Estaba segura de que le había gustado tanto como él a mí. Quería chillar. El curso estaba mejorando antes de lo esperado. Alcé la mirada y no tardó en borrarse mi sonrisa. Unos ojos verdes me miraban penetrantes desde la otra punta de la clase. No apartaba la vista. Me empecé a sentir incómoda. Volví a sentarme recta y clavé mis ojos en el profesor. Todavía hablaba de los trabajos grupales y los porcentajes de la parte práctica. Mi móvil vibró dentro de mi bolsillo. Lo saqué con disimulo. Un WhatsApp de un número que no tenía agregado: "Espero que no te pierdas de camino" junto con la ubicación en Google Maps.

Sonreí. El resto de la clase transcurrió en un par de pestañeos. Anoté las lecturas obligatorias, las fechas de los exámenes y poco más. Parecía una asignatura bastante sencilla en la que se podía sacar nota si se entregaban todos los trabajos.

-Repito -dijo el profesor-. Soy Arturo. Ni profe, ni profesor, ni Arturito, aunque varios seáis mayor que yo -se escucharon algunas risas-. Os dejo apuntado mi mail por si tenéis alguna duda. Cualquier cosa, lunes a las doce en el despacho veintitrés de gestión.

Recogió su maletín y se marchó cerrando la puerta. La gente, como de costumbre, empezó a arremolinarse en pequeños grupos. Solo unos cuantos se quedaron dentro de clase.

-No te preocupes, ya me encargaré de que no te quedes sola esta noche -me susurró León antes de levantarse y salir.

Me guiñó un ojo y desapareció junto con un chico de pelo largo. Me sentí fuera de lugar otra vez. Odiaba los descansos. Volví a coger el móvil. Estaba mirando Twitter cuando sentí que alguien se sentaba a mi lado.

-Hola -dijo.

Era una chica alta de piel nívea y pelo dorado. Parecía recién salida de un cuadro de Rubens. Se me retorcieron las tripas. Demasiadas personas en un solo día.

-Hola -respondí igual de escueta.

Dejé el teléfono y la miré.

-¿Tú conoces a alguien? -dijo con una sonrisa- Me he cambiado de carrera y todavía me siento bastante perdida.

Su voz transmitía confianza. Algo se desinfló dentro de mí. La tensión acababa de escaparse. No era la única.

-Que va, tía -murmuré-. Es bastante incómodo. No sé ni con quien hablar. Al menos esta noche me han invitado a una fiesta.

Descontrol: ¿Cómo perder la cabeza?Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα