Capítulo 25: El pasado y el presente

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Al final, a Belle le dieron el alta tan sólo tres días antes de la boda de sus madres, y para entonces ya tenía siete semanas. Después de superar los problemas respiratorios, le habían diagnosticado anemia. Además, una preocupante infección había hecho que Perrie pasara día y noche en el hospital, junto a su hija. Jade, que tenía un vasto imperio a su cargo, no había podido estar allí todo el tiempo, pero había compartido cada crisis con Perrie y con su hija. Ella había aprendido a apoyarse en la fuerza de Jade en sus momentos más bajos. Su coraje ante la adversidad y su negativa a considerar un resultado negativo habían animado a Perrie cuando más había temido por su hija. Sin embargo, cuando el peligro pasó, Jade se marchó de viaje.

Le había sugerido a Perrie que se instalara en su piso, pero una suite en un hotel discreto, frente al hospital, había resultado más conveniente para ella. La separación física, unida a su necesidad de concentrarse por completo en los problemas de Monse, había creado un distanciamiento entre Jade y Perrie. Además, Jade había hecho lo posible por evitar que la prensa se enterara del nacimiento de Belle Monserrat y de sus planes de boda antes de hacer un anuncio oficial. En consecuencia, sus encuentros habían alcanzado un nivel de discreción que impedía que se vieran excepto en el hospital. Y allí nunca habían estado a solas.

Aunque Jade había intentado cambiar la situación, Perrie se había excusado alegando que tenía que estar con Monse o que estaba demasiado cansada. En el fondo, estaba convencida de que todo el secretismo se debía a que ella quería ocultar su vergonzoso pasado el mayor tiempo posible. Así que Jade no podía desear que la vieran en público con ella. La prensa seguía cada movimiento de Jade con interés y Perrie temía que, en cuanto se supiera que iba a convertirse en su esposa, sus antecedentes penales saltarían a los titulares. Sólo pensarlo la ponía enferma de ansiedad. Pero era peor aún saber que Jade también sufriría esa humillación y que, en el futuro, afectaría a su hija.

Entretanto, los preparativos de boda habían quedado en manos de expertos que trabajaban en conjunción con la plantilla de Jade. Habían elegido South Shields como entorno ideal y todos los detalles estaban controlados. En la lista de invitados de Perrie sólo figuraban Tulisa y Ariana, y ambas estaban encantadas con la idea de un fin de semana de lujo bajo el sol italiano. Lo único que Perrie había elegido por sí misma era su vestido de novia.

Cuarenta y ocho horas antes de la ceremonia, la recepcionista del hotel llamó a su suite para comunicarle que un tal Thirlwall subía a verla. Sorprendida, porque no esperaba verla hasta el día siguiente, cuando volaría a Italia con sus amigas, Perrie abandonó la maleta de Monserrat y corrió a arreglarse el cabello. La sorprendió abrir la puerta y ver a un desconocido, teniendo en cuenta las estrictas medidas de seguridad impuestas por Jade. Era un hombre con calvicie incipiente y ojos marrones cargados de tristeza.

—Soy Karl Thirlwall —se presentó—, el hermano de Jade.—

—Cielos... —Perrie tuvo el tacto de no comentar que no sabía que su futura esposa tenía un hermano—. Entra, por favor.—

—Antes deberías comprobar mis credenciales —Karl le enseñó su pasaporte—. Hoy en día no se puede ser demasiado precavido.—

Desde luego, los hermanos no se parecían. Karl parecía más entrañable que sexy y, mientras que su hermana tenía una condición física inmejorable, él tenía un cierto tinte grisáceo que apuntaba a reclusión. Con un cierto esfuerzo, ella recordó que Jade era fruto del primer matrimonio de su padre, y Karl hijo de su segunda esposa.

—Mi hermana no te ha dicho nada de mí, ¿verdad?—

—Me temo que no —admitió Perrie. Karl era más perceptivo de lo que parecía a primera vista.

—Hace ocho años que Jade no habla conmigo. Se niega a verme. Es una Thirlwall al estilo de mi padre: inamovible y dura como el hierro —comentó Karl con pesar—, pero seguimos siendo hermanos.—

—Ocho años es mucho tiempo. Debisteis tener un enfrentamiento muy fuerte.

—Jade fue la víctima inocente de las mentiras de mi madre —admitió Karl con una mueca—. Mi padre tenía debilidad por ella y eso la molestaba. Yo quería a mi hermana, pero también le tenía envidia. Cuando comprobé que la caída de Jade me daría oportunidades con Grazia, me comporté tan mal como mi madre. No hice nada por ayudarla a recuperar lo que era suyo por derecho.—

—¿Grazia? —inquirió Perrie, fascinada—. ¿Quién es Grazia?—

—Jade te habrá hablado de ella, ¿no?—

—No.— Karl la miró sorprendido y atónito.

—Cuando Jade tenía veintiún años, se comprometió con Grazia. Yo también estaba enamorado de ella— admitió con una mueca—. Cuando Jade fue repudiada como heredera del imperio de las bodegas Shields Palace y yo ocupé su lugar, Grazia se asustó y cambió de opinión respecto a casarse con ella. Yo no quise desperdiciar la oportunidad. Me casé con ella antes de que pudiera cambiar de opinión.—

A Perrie la maravillaron su sinceridad y su obvia esperanza de que Jade pudiera perdonarlo por lo que debía haber sido una devastadora doble traición.

—No creo entender por qué me cuentas esto —dijo.

—Jade está a punto de casarse contigo. Tienen una hija. Nuestras vidas han cambiado. Quiero ofrecerles mis mejores deseos de futuro. Siento una gran necesidad de hacer las paces con mi hermana— Karl la miró suplicante—. ¿Hablarás con ella?—

En la habitación contigua, Monserrat empezó a llorar y Perrie agradeció la distracción. Alzó a su preciada hija en brazos y la acunó. Pensó que los vínculos familiares eran importantes. A pesar de que la sinceridad de Karl la había impresionado, no quería interferir en una situación sobre la que sabía tan poco.

Decidió presentarle a Monserrat a su tío. Resultó ser uno de esos hombres que adoraban a los bebés, y se quedó encantando con su sobrina. A Perrie le sorprendió saber que no tenía hijos propios.

—Hablaré con Jade después de la boda —accedió Perrie—. Pero es cuanto puedo prometer.—

Karl agarró sus manos con una cálida expresión de gratitud y le juró que no se arrepentiría. En cuanto se marchó, Perrie tecleó Grazia Thirlwall en el buscador de Internet. El resultado la asombró: Grazia era una celebridad en Europa, hija de un marqués italiano de antiguo linaje. Vio la foto de una rubia etérea con rostro de virgen renacentista y un cuerpo que sería el epítome de la sensualidad incluso cubierto con un saco. Como pareja, Karl y Grazia eran el equivalente al agua y el aceite; sin embargo Jade y... Perrie hizo una mueca disgusto y cerró el navegador, no tenía derecho a cotillear. Al fin y al cabo, habían pasado ocho años desde que ella estuvo comprometido con quien en la actualidad era su cuñada.


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De traición y otros tropiezos || Jerrie (G!P) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora