Cilindro

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Fría brisa, azul de Prusia, púrpura y hasta negro. Después del ocaso ya se empiezan a hacer escuchar. Con su cuerpo crean melodía natural, el piano del campo. Entre las hierbas los escucho, en la parte de atrás del bloque de cemento y ladrillo hueco, apoyada en él sin ser vista. Disfrutando el sonido, la vista y el frio, pensando en hacer algo prohibido por primera vez.

Meto las manos en los bolsillos y lo noto con la punta de los dedos, las yemas acarician el suave papel del cilindro del placer básico.
Nunca he hecho nada malo, eso me convierte para todos en una aburrida, por eso al ver a esa chica caminando por la acera y fumando lo poco que quedaba de su cigarro pregunté a mi consciencia por qué no hacer una travesura. Después la chica tiró su colilla al suelo y así la aplastó con la punta de su zapatilla, entonces sacó un nuevo cilindro mientras volvía a emprender la caminata por delante de mi, acto el cual hizo que por suerte o por desgracia un cilindro desafortunado cayó para la mala suerte de la chica despistada, haciendo que la chica inocente y aburrida optara por acoger a la tentación y agacharse para introducir el cilindro en el bolsillo de la chaqueta sin llegar a ser vista.

Ahora lo había sacado para ponerlo frente a mí, observando el blanco puro de 7 centímetros seguidos de uno naranja con motas claras siendo este el indicador donde se debía poner los labios.
Por primera vez haría algo prohibido, por primera vez en mi corta vida de 3 lustros y 9 meses hacía lo que estaba considerado cómo malo ante la sociedad para una chica tan joven.

No me importaba, no me importaba lo que podía estar bien o lo que podía estar mal, solamente me deje llevar por el deseo de experimentar. Sabía lo que iba a ocurrir, sabía desde el primer segundo lo que iba a hacer. Si no, no hubiera cogido a escondidas el mechero que guardaba mi madre en el cajón de la cocina para celebraciones en las que se utilizaban velas o cuando mi padre hacía un intento de cena romántica.
Ya no podía intentar frenarme, cada vez que se me ocurría una razón recibía una respuesta, por parte mía, que me indicaba un lado positivo para hacerlo.

Solo eran excusas.

Sin darle más vueltas saqué el mechero, cambié de mano los objetos para que fuera la dominante la que apretara el botón. Coloqué el cigarro en mis labios mientras mi mano derecha presionaba el boton del mechero para ver surgir una llamita amarilla que se fue tan rápido como llegó debido a una brisa que lo apagó. Casi pareciendo una señal divina me planteé parar y abortar la misión, pero la peor parte de mi, la parte que se deja llevar por los impulsos y que no deja que nadie ni nada le arrebate ni le bloquee su camino hacia la meta, insiste con el mechero. Después de otros tres intentos fallidos pruebo a tapar la llama con la otra mano y es entonces que esta prevalece.

El último paso del proceso se completa cuando me inclino para que la llama y la boca del cigarro se prendan en un beso intimo y ardiente.
Imitando a las personas que fuman en las películas policíacas empiezo a tragarme el humo que produce.

Es amargo.

El olor es parecido a cuando se hace una barbacoa y a veces se quema algo. Pero si su olor característico de carne.

El humo me deja una sensación pastosa en la boca, como en ocasiones cuando te levantas y tienes la boca entre seca y húmeda por la saliva, lo que la deja pastosa.

Lo último menos agradable es el sabor. Gracias a los dos últimos factores. El humo del cigarro se pega a la saliva y me deja un sabor como a goma quemada. Parecido a cuando estas todo un día entero masticando chicle y al final no tiene sabor.

Lo curioso de las películas en las que un personaje intenta fumar por primera vez, este tose como si estuviera enfermo mientras suelta el humo de la primera calada. Pero a mi no me ocurre.
Simplemente suelto el humo como cuando de niña soltaba el vaho en invierno.

Repito el proceso unas cuantas veces hasta que el cigarro llega a la mitad y entonces me doy cuenta de que ni el olor, ni el sabor, ni la textura en mi boca me importan ya.

Continúo hasta terminarlo por completo.

Tiro la colilla al suelo para aplastarla y eliminar el posible riesgo de incendios. Después cubro los restos con algo de tierra para ocultarla.

No me siento mal.

Tampoco bien.

Sólo se que me ha gustado.

Lo que no sé es que en treinta años recibiré una operación en un hospital para extirparme un pulmón por un cáncer que tardará en detectarse debido a lo oscuro que serán mis pulmones.

El presente es manejable, como la arena de la playa, haciendo con ella montañas, castillos y todo lo que queramos. Pero debemos cuidar el presente, pues un error en la base hará que todo lo de arriba se derrumbe. Y el tiempo se escurrirá entre nuestros dedos.

No debemos dejar que nuestro futuro se derrumbe por los que hacemos ahora.

***
Primer capítulo.
Supercomplicado.
Espero que guste mucho.

Saludos LadySmile112.

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