Políticamente incorrecto

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—Dijo mi madre que hay que pagar la renta de la oficina, así que denme la plata por favor —dijo Raquel en un tono sério.

—¿Y por qué no viene tu vieja a cobrarnos? —preguntó Elmer.

—Siempre ayudé a mi mamá —dijo la pelirroja con una sonrisa —: me hubiese gustado que mi negocio sea más fructífero. —Su sonrisa se esfumó—. Mi madre está en cama, está enferma.

—La verdad somos unos amigos espantosos —suspiré, mientras le entregaba la plata.

—Eres un tesoro, Vladimir. ¡Dios mío, tengo que ir al correo para llevar unos paquetes! —introdujo su mano en su cartera y miró su reloj despertador.

—¿Querés que te acompañe? —preguntó Epifanio.

—Vamos —dijo la pelirroja.

—Espera, espera... ¿para qué traes un despertador de lata en tu bolso? —exclamó Elmer.

—Porque me gustan los despertadores en mi mesita de noche y en mi cartera. ¿Algún problema con eso? —dijo.

Leopoldo caviló y por fin dijo:

—Vayan a entregar esos penes de goma y de paso vayan al supermercadito chino y me traen café y bizcochitos de grasa.

—Pero esos bizcochos engordan... —dijo Raquel.

—¡Jua! No engordan... engorda el que se lo come —bromeó el petiso.

—Raquel, cómprame dos docenas de facturas, doce con crema pastelera y doce con dulce de leche —le dije y le extendí mi mano con el billete de veinte pesos.

Esperamos que se vayan para terminar la charla. Estos se levantaron ruidosamente y se fueron.

—Elmer, ¿vos no vas? —pregunté.

—No, estoy cansado. Mi gata tuvo gatitos y no pegué un ojo en toda la noche.

—¡Pucha! —dijo el rubio.

—¡Qué lindo! —dije.

—¿Le podemos contar? —Y sin coherencia Leopoldo continuó—: ¿Recuerdas a Jey?

—Si, contále... —dije con resignación.

—¿Jey?

—Eclipsa es la mina que toca el oboe en Anagrama, pero como se descubrió que es un chabón... —explicó el rubio.

—Entonces Jey es su verdadero nombre ¿es así? —preguntó Elmer.

—Exactamente. Bueno ayer él conoció a Jey, al verdadero Jey, sin vestidos, ni tacones, ni purpurina —dijo el rubio siniestramente.

—¿En donde lo viste?

—En el shopping, luego se descompensó y fuí a su casa —dije casi sin voz.

—¿Y qué pasó?

—Jey lo agarró al pobre de tu amigo y lo besó —dijo Leo. Tenía los ojos como dos naranjas por el espanto.

—¿Y ahora pensás que sos gay? —preguntó Elmer.

—¡Disparates! Él sigue siendo lo que siempre fue.
Pero Elmer ladeó la cabeza y se cubrió la cara con ambas manos.

—No, no, no, qué le pasa a este tipo. Vos no te dejes convencer... Realmente no sos... Tenemos que hablar con él. Enseguida gritó:—Jey no puede hacer estas cosas, no sos su monigote. ¿Dónde vive?

—Ella vive cerca del shopping center, Elmer.

—¿Ella? —me corrigió Elmer.

—Él —dije.

Leopoldo dijo:

—Es mejor que vayamos a su casa y que nos diga porque mierda se obsesionó contigo. Vos no sos su marioneta —reprochó furioso, Leopoldo. No sé porque no le dices nada.

Los chicos llegaron con el café y el paquete de facturas. A Elmer le temblaba la comisura de sus labios. Luego de unos segundos recobró el dominio de si mismo y puso cara de pocker.

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BALADA DE OBOE  (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑) Where stories live. Discover now