El encanto de las dudas

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Bueno, sea como sea este asunto no estaba cerrado. Epifanio ya tenía con quien ir a Mar del plata, y si... con Encanto. Ahora, lo que él hizo, desde mi punto de vista, fue arriesgado. Lo que esta claro, seguro, que él se desesperó al verla partir a otro destino y la invitó a la casa de playa del finado, ¿pero qué podemos hacer al respecto? La mina ya aceptó y ciertamente va a ser un poco incómodo compartir un chalet de dos habitaciones con una desconocida.

—¿Por qué la invitaste? —preguntó Leopoldo intrigado.

—No lo sé —repuso Epifanio—, ella dijo que iba a tomar un vuelo a la provincia de Córdoba para visitar a un decano en ciencias agrarias. Me dijo que le gusta el paisaje rural de la estancia de ese tipo.

—Che, pero que hermoso lugar para tomarse unos mates bajo los árboles —añadió Raquel. Al pedo la invitaste a que viaje con nosotros.

—¿Y quién es ese decano en ciencias agrarias? —le murmuré.

—La verdad que no le pregunté absolutamente nada sobre ese hombre —me contestó—. Cuando estemos en el auto rumbo a la costa atlántica le preguntaré con detalle.

Y al terminar de decir eso, Epifanio encendió su computadora.
Unos minutos más tarde, los pensamientos comenzaron a intensificarse en la mente de Epifanio y dijo:

—Si alguien vuelve a decirme algo al respecto de porque razón la invité, le voy a patear el culo —señaló con su dedo la parte trasera de su jean—. A veces hago cosas por pura impulsividad —agregó—, espero que no pase nada extraño.

—¿Pensé que te gustaba Dionisia? —pregunté.

—Em —dice—. Vladimir, ya no sé quien me gusta. He logrado establecer un pequeño contacto físico con las dos y eso es todo. Solo fue un beso de morondanga.

—Bien —hice una pausa—. Mejor es dejarse llevar por la intuición del momento.

Epifanio levantó su taza de café amargo con una plena tranquilidad, lanzándome una mirada eufórica. Su media sonrisa me hizo pensar que tenía miedo de equivocarse.

Leopoldo lo miró y se cruzó de brazos. Epifanio puso una mirada indefensa.

—¿Qué pasaría si Dionisia se entera que te fuiste de vacaciones a la costa con una mujer? —inquirió Elmer.

Elmer acercó su silla hacia donde estaba Epifanio y centró su atención hacia él.

—¿Acaso piensas sacarme fotos y mandarle los negativos por correo? ¡Jua!

—¡Ja! Vas directo al grano como un juego de sapos —dijo Leopoldo con un tono risible.

—Ustedes si que están locos —repuso Epifanio—, solo imaginan finales absurdos y ni siquiera imaginan el inicio.

—Querés saber de donde proviene todo esto, ¿verdad? —Raquel dejó flotando su insinuación.

—Quizás no te des cuenta lo que es estar a cargo de otro ser humano. Encanto es un ser humano y tu la invitaste a un viaje para evadir que se vaya con otro tipo —dijo Raquel y luego respiró ondo. Le metiste la idea que ir la playa es un destino mágico y exótico, como si el aire marítimo fuese equivalente a lo extraordinario.

—Bueno, bueno dejense de romper las pelotas —dijo el petiso con cierto enfado—, ustedes prácticamente me empujaron por las escaleras para que vaya a hablar con esa chica. Ahora los quiero calladitos y trabajando cada quien con la vista en su monitor, por favor.

Raquel sonrió maliciosamente y dijo:

—¡Hombres! Todos los hombres tienen el cerebro quemado.

Elmer la ignoró y puso un casette de Libertango, de Astor Piazzolla y apretó play.
La oficina se fue llenando de humo de los cigarrillos, aroma a café recién hecho.

En un momento dado hubo un apagón. Levantamos la persiana y el cielo estaba gris, confundidos y casi sin reacción desenchufamos cada computadora para evitar que se quemaran al volver la electricidad. Y después de eso oímos en el baño a Elmer cantar. Se prendieron las luces y el casette comenzó a rodar.

—Tengo ganas de fumarme un porro —dijo Leopoldo mientras estiraba sus brazos hacia arriba.

—Yo tengo, ¿querés? —musitó Raquel.

—Raquel, no le des nada a Leo. ¿No ves que el no fuma esas porquerías? —dijo el petiso.

—Nene no agrandes las cosas, querés, es un porro, solo tengo uno solo —La pelirroja se fastidió, pensó que Epifanio era demasiado mojigato.

Raquel se puso de pie y se sentó en la falda de Leopoldo y él le dió un beso bastante efusivo.

Solamente quedaba enchufar todas las pc y hacer supervisión y seguimiento para que no haga cortocircuitos. Después de eso Raquel se sentó en su silla porque tenía que atender a un cliente que usaba un nick muy peculiar: <homosexual1972>, y este hombre siempre le compraba ciertos artículos sexuales de gran tamaño.

Ella terminó de hacer la venta, se paró rápidamente y estiró sus piernas como si estaría muy contracturada por pasar muchas horas sentada frente a su computadora.

—Es hora de despejarse un poco —dijo la pelirroja.

—¿Querés un café? —dijo Elmer.

—No, gracias. Tengo que ir a mi casa a empaquetar un pene de goma de 25 centímetros y después tengo que ir al correo.

—¡Jua! Hay tipos sinvergüenzas —chilló Epifanio.

—¡Qué simpático que sos!... ¡Tenés un tacto para decir las cosas!... —ironizó Leopoldo.

—Es mi trabajo, no te metas... —respondió Raquel mientras se ponía su chaqueta de cuero negra.

—El destino dice que todos tenemos una vida en la que tenemos que vivir, y no podemos vivir la vida de otra persona. A mí me tocó vivir esta vida y a vos te tocó vender misiles... —dijo Raquel, señalando el logo de la corporación y mucho me temo que será un problema muy grave (hizo énfasis en la palabra grave).

—Es que vos te dejas llevar por el pánico —dije—, siempre te preocupa el que dirán...

—¡Pero qué pavadas! —interrumpió Elmer. Él piensa que es un comisionista de Wall street, él no piensa que en realidad comercializa misiles.

El veneno que tenía Raquel atorado en la garganta era parcialmente visible. Por otro lado Epifanio estaba con los cables pelados porque odiaba la confrontación.

Me recosté con la cabeza en el teclado, retraído por toda esta riña superflua, pensando en el sonido del oboe de Eclipsa e imaginando cuando la volvería a ver.

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BALADA DE OBOE  (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑) Where stories live. Discover now