Capítulo 7.

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No te asustes de decirme la verdad
Eso nunca puede estar así tan mal
Yo también tengo secretos para darte
Y que sepas que ya no me sirven más.

Julieta Venegas; Andar conmigo.

 

El día finalmente llegó, como si la vida se decidiera por sonreírme una maldita vez desde que pise la tierra, mis padres accedieron fácilmente en cuanto les dije que Mía y Xiao me acompañarían. No hicieron preguntas, sólo me pidieron la dirección y el nombre de Diego.

Llegamos al departamento en el auto de Alemán, con una maleta cada uno, como si se tratase de un campamento de cuatro días y no de una sola noche. Diego nos recibió en la entrada del edificio y nos guió hasta su departamento en el sexto piso. Tuvimos que ocupar dos elevadores y esperar al primer grupo en el pasillo.

Cuando estuvimos todos reunidos, Diego nos llevó hasta la puerta. Al abrir, pude notar un aroma a vainilla fantástico, había una gran ventana al fondo con cortinas de leopardo, que llevaba a un balcón con vista al vecindario. No era un sitio feo, aunque apenas había muebles en él. Un sofá cama y una pantalla conectada a un Xbox con un montón de vídeo juegos acomodados, en lo que parecía un librero. Como era de esperarse, una elíptica y una bicicleta ocupaban casi todo el espacio.

Cuando entramos, me fue posible ver la cocina, perfectamente equipada y el único sitio — hasta ese momento —, que no esperé encontrar en el departamento de Diego. Todo estaba ordenado, limpio. Su cocina integral de color negro, era tal vez como la que siempre soñó mi madre. Su nevera parecía nueva y su estufa eléctrica, dejaba como imbécil a la que teníamos en casa.

— Pueden dejar sus cosas ahí — Diego señaló un rincón y se adentró en el sitio, recostándose en el sofá. —. Enciendan la bocina y pongan lo que quieran. La clave de internet es la que está en el modem y el Xbox está encendido, sólo enciendan la televisión. Hay muchos juegos — sonrió. —. Ahí está el baño y si las chicas quieren cambiarse o algo así, esa es mi habitación — señaló una puerta de madera negra con un póster de Sid Vicious pegado.

— Hermano ¡Este sitio es mejor que mi casa! — Ale miró asombrado y alcanzo a Diego en el sofá, dejando caer su mochila. —. Como dijiste que sólo tenías un control, traje el mío y más juegos.

— Yo pongo la música — dijo Naomi, mientras anotaba la clave del internet en su celular. Ni siquiera había dejado su maleta en el suelo.

— Yo tengo hambre, tengo mucha hambre, necesito comer algo o moriré — dije y entre en la cocina.

Diego comenzó a reír.

— Pedí una pizza porque sé que eres una cerda y pues que pedo ¿Cómo voy a tener a mi chancho esperando? — espetó y le arroje mi maleta.

Como mi puntería solía ser una mierda, falle y golpee a Alemán en el rostro pulcra mente. Diego y Naomi comenzaron a reír como imbéciles mientras yo corría hasta Ale asustada.

— Si mi nariz es fea, ahora me la dejaste de a boxeador, Alba — Ale se sobó el rostro y yo lo tome con mis manos para detenerlo y observar los daños.

Ale me empujo despacito y se hizo a un lado, recostándose en el sillón. Estaba preocupada y me aturdían más las risas del par de babosos que nomás no cesaba.

— Yo quería pegarle a Diego — dije.

Ale asintió.

— Pues hazlo, ahí está — lo señalo.

Diego se puso de pie antes de que pudiera actuar y corrió hasta la cocina para sacar un six de cervezas de la nevera.

— Ale, el alcohol amortigua el dolor... eso me dijo mi abuela cuando me raspe la rodilla a los once.

¿Él es una chica? |LGBT+|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora