--¡Betty, Betty! ¿Se piensa ir sin soltar ese ramo? ¡Qué tal! ¡Aviente el ramo! –Exclamó Aura María--

Por un momento olvidé lo tradicional que era aventar el ramo de novias. Hasta que Aura María lo mencionó me acordé que lo cargaba a todos lados, como si fuera una extensión de mi brazo.

--Vamos, mi amor—Me instó don Armando—

Creo que Armando se refería a que metiera la mano para poder cerrar la ventana, pero yo en cambio, salí por la puerta corrediza del techo del carro, para lanzar el ramo de rosas.

--¡Vamos, Betty! ¡Aquí!! –Gritaba Aura María, agazapada esperando dar el salto más grande de su vida—

--¿Listas? –Grité yo— ¡Ahí va! –Lancé el ramo por los aires—

--¡Lo tengo! –Dijo Aura María, que de pronto estaba descalza y un poco despeinada, pero había cogido el ramo—

Yo me alegré de que hubiera caído en sus manos, sin embargo, me hubiera gustado darle un ramo a cada una del cuartel que deseaba acabar con su soltería.

Vi a Nicolás al lado de doña Catalina, me miraba con esa expresión que siempre hacía cuando le habían roto el corazón.

--¡Doña Catalina!—Alcé un poco la voz para que me escuchara—

--Dígame, Betty—Dijo doña Catalina, cuando se acercó a la ventana del carro—

--Muchas gracias por todo, doña Catalina. Le quiero pedir un último favor. ¿Podría estar pendiente de Nicolás? , es que lo veo como raro, como deprimido–Le dije—

--Claro, Betty. Por favor, no se preocupe por nada. Yo me encargo de Nicolás. En este momento su deber es ser feliz y disfrutar de su luna de miel —Me dijo y me besó la mejilla—

No sé por qué le había pedido a doña Catalina que cuidara de Nicolás, si Nicolás apenas hacía poco había empezado a tratar con ella. Pero lo cierto es que sentí, cuando la vi parada ahí despidiéndome con una mano y una sonrisa, que ella tenía un don para aliviar los corazones rotos.

En el hotel La fontana de Bogotá, Armando había reservado una suite para dos. Ahí íbamos a pasar nuestra primera noche de bodas. El personal del lugar fue muy amable, nos recibieron como si hubieran estado esperando por nosotros hacía mucho tiempo.

--Buenos días señor y señora Mendoza. Bienvenidos al hotel La Fontana. Mi nombre es Juan Domínguez, es un placer recibirlos. Su suite está lista ¿me permite? –Dijo el joven, señalando nuestras maletas—

El joven de nombre Juan orientó a otra persona que se hiciera cargo de nuestro equipaje, que consistía solamente en dos maletas grandes y una mediana.

--Por favor, acompáñenme, les voy a mostrar la suite—Dijo el joven—

Armando me tomó de la cintura y juntos caminamos hacia el ascensor. El ascensor se detuvo en el sexto piso, y entonces las puertas se abrieron a un pasillo alfombrado, de paredes cubiertas por tapizados rústicos.

El joven abrió la puerta con una tarjeta. Nos hizo un ademán para que entráramos primero, pero Armando se apresuró a levantarme por los aires, con total naturalidad y sin dificultad.

--¡Upa upa, mi doctora!—Dijo Armando, cuando me tomó en sus brazos. Yo no pude evitar sonrojarme—

--Aquí tiene su llave, señor Mendoza—Dijo el joven, entregando la tarjeta con que había abierto la puerta de la suite-- Que disfruten su estadía con nosotros. Le recordamos que tenemos restaurante....

--Sí, sí, no se preocupe, ¿sabe qué? Apague la luz, cierre la puerta y váyase, gracias—Dijo Armando, ansioso porque nos dejaran solos—

--Gracias—Le dije yo—

YSBLF_ El Matrimonio (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora