Sesión número 10

Depuis le début
                                    

—¿Por qué hemos venido aquí?

—Dijiste que querías verme en acción, ¿no? —dijo, con una sonrisa confiada—. Hay un espacio donde practican artes marciales, pero como es domingo, no hay clases y podremos usarlo.

—¿Y cómo rayos conseguiste el permiso?

—Tengo mis contactos —dijo, sin borrar esa condenada sonrisa ladeada que ya me estaba comenzando a gustar de más—. Andando, gatita. Nuestra sesión de hoy será muy... interesante.

Eso no lo ponía en duda, en especial por como brillaban sus ojos con travesura, causándome un escalofrío que me recorría entera. ¿Qué rayos tendría planeado? No tenía ni la más remota idea, pero estaba convencida de que estaba relacionado conmigo. Suspiré, al menos la melancolía ya no estaba presente en su mirada, y había vuelto a ser el mismo Victor de siempre.

Estando en el vestidor, recordé la noche anterior. A pesar de haberme dicho que no estaba molesto y haber disfrutado de una sesión divertida de póker y de una conversación muy agradable, la culpa no se había ido. Incluso había llegado a considerar modificar las preguntas que podrían volver a incomodarlo, pero al analizarlo con cabeza fría y como una futura psicóloga, me dije que no debía cambiarlas porque Victor debía entender que, para poder superarse, debía enfrentar sus recuerdos, aceptarlos como parte de su pasado, de su propia historia, y así... continuar su camino.

Sonaba un poco cruel, pero era necesario. Así que me mantenía firme en mi decisión de no forzarlo a contarme sobre su pasado, pero las preguntas lo ayudarían a evaluar los aspectos de él mismo que debía fortalecer para seguir adelante.

Cuando salí del vestidor, Victor me estaba esperando. La naturaleza era injusta, ¿por qué le había dado tanto atractivo a una sola persona? Incluso en ropa tan sencilla como un chándal y una camiseta el idiota seguía luciendo sexy.

—¿Ya disfrutaste suficiente de la vista?

Mis mejillas ardieron, pero no me dejaría intimidar esa vez. ¡No, señor!

—Puede ser... aunque disfrutaré más cuando camines delante de mí.

—Estas aprendiendo, gatita —dijo, soltando una risilla de boca cerrada—. Soy un profesor excelente.

—Claro, claro. —¡Diablos! Debía esforzarme más, pero estaba segura que algún día lo haría sonrojar. ¡Era un juramento!

Victor me guio por los pasillos y llegamos a un amplio salón. Su piso estaba cubierto por tatamis rojos y azules, muy típico en los lugares donde se practicaban artes marciales. Había varios implementos en un aparador: guantes, paletas, espadas de bambú; todo lo necesario para practicar diferentes disciplinas, convirtiéndolo en el paraíso para cualquier artista marcial.

—¿Qué haremos aquí?

—Creo que es bastante obvio, gatita —dijo—. Vamos a calentar un poco.

Eso no pintaba bien, nada bien.

Victor comenzó a trotar alrededor de la sala y yo me le uní. Luego de diez minutos, comenzamos a hacer varios estiramientos y me sorprendí en sobremanera al notar lo flexible que era el desgraciado. ¡Ni yo lograba estirar tanto mis piernas!

—Bien, dijiste que querías verme practicar, pero yo también quiero ver lo que puedes hacer.

—Y eso por...

—Porque quiero ser testigo de ese fuego... —señaló mis ojos—, y verlo en acción.

No estaba muy segura de acceder. Tenía poco más de tres años sin practicar y aunque mi cuerpo recordara los movimientos, no quería pasar pena.

21 preguntas para enamorarseOù les histoires vivent. Découvrez maintenant