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Jimin

Esa noche llegue a mi hogar demasiado tarde. Mi hermana me esperaba preocupada, nunca estaba fuera pasadas las seis.

—Eres necio, casi haces que me muera de miedo, ¿en donde estábas?

—Lo siento. Es que conoci a alguien, comenzo a llover y nos refugiamos en su
apartamento —Me peine con los dedos y solté mi bastón. Conocer mi hogar de memoria me daba una gran libertad, no dependia de nada.

—Aún me da miedo que camines con cosas frágiles en tus manos. No digas nada, agradece que ya no cambio los muebles de lugar.

Me senté y escuché su sermón: De que me voy, de que no vuelvo, de que debería cenar, no tomarme un insípido té y bla, bla, bla.

—De cualquier manera estás preparándolo. —bufé.

—Cállate. Mejor hablemos de ese chico que conociste hoy, ¿crees qué le gustaste? —posicionó la taza caliente en la mesa junto a mi antebrazo derecho.

—Ay, Dahyun. Es obvio que no, se gusta a sí mismo. además, no creo que alguien como él se fije en mí. Es pintor, trabaja con lo visual. Yo solo sería un estorbo.

—No digas eso minnie —Me abrazo —Vamos, no llores. Al menos disimula un poco el hecho de que te enamoraste perdidamente de un pintor desalmado.

—No es desalmado —supire —solo es un poco narcicista.

A la mañana siguiente desperté con el silbido de mi canario. Él vivía conmigo desde que cumplí 18, mi papá me lo regaló junto a un gran ramo de orquídeas.

Me levanté y saqué la mano por la ventana, comprobé que mis sentidos se agudizaban van cada vez más

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Me levanté y saqué la mano por la ventana, comprobé que mis sentidos se agudizaban van cada vez más. Supe que estaría nevando

Me esperancé al pensar que volvería encontrarme con Frank.

Su voz sonaba como la novena sinfonía de Beethoven y, aunque no pudiera verlo, estaba seguro de que Lucía como la capilla Sixtina.

Pensé un momento en mí.

Tal vez ese era el problema. Yo vivía pensando en los demás y sus obras. Él vivía pensando en si mismo, y las obras no eran más que un lienzo pintado.

Si los cuadros y esculturas reflejarán en la realidad en tiempos alejados de la contemporaneidad. Él no se acercaba las maravillas, ni a Las guerras, ni a la fauna. Ni el paisaje, ni a la divinidad. Ni siquiera se acercaba a su propio ser.

Las pinturas se descoloraban en sus manos. Los pinceles se deshacían tan rápido que jamás se sospecharía que ese polvo formó parte, alguna vez, de un instrumento artístico.

No, este era el problema: él era el arte y yo era el pintor.

O peor aún: él es una obra reprimida y yo un pintor sin luz, ni lienzo, ni pincel.

Como un músico si oídos, o un surrealista tachado de loco. Aunque estaba seguro de que Beethoven y Dalí no se marchitaron, ni se secaron,ni se quebraron, ni quebraron, o secaron, o marchitaron sus obras.

Ellos siguieron de pie, porque muchos los consideramos por lo que son: Artistas.


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