03.1: El traslador.

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“EL TRASLADOR”

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“EL TRASLADOR

Genevieve se deja caer sobre la hierba del jardín trasero e inhala el relajante y ciertamente embriagante olor de la lavanda, entremezclado con las rosas. Le hacen falta estos momentos de relajación, en especial en este punto del verano en que su mente –que no parece suya conforme más lo piensa, le hace malas jugadas; y Genevieve Prichard no quiere arruinarle a su hermano el evento tan ansiado, porque él ha estado trabajando incansablemente con tal de disfrutar de todo sin miedo de que algo ocurra.

Zachary ha decidido confiar en su palabra, que aseguró estar bien sin compañía mientras él solucionaba un problema en el Ministerio. Si tan solo Avery Yves trabajara también los días jueves, ella ya le estaría preguntando quién causa últimamente tantos problemas ahí dentro; pero como no es así, Genevieve reza cada noche a los dioses para que la consideren digna al fin de tener respuestas a sus preguntas.

La pelirroja siente algo diferente en el aire de verano. Es nauseabundo, como el pescado; ella lo odia, en presencia, en olor y en comida. El pescado nunca es buena señal para ella y eso causa que esté alerta como pocas veces pasa en su día a día. Se levanta del césped y se dirige al interior de la casa, a su habitación, molesta y asqueada por las jugadas del destino que le interrumpen su buen descanso.

La habitación es pequeña y las cosas que están regadas en la totalidad de la superficie de madera la convierten en un pozo de numerosas sorpresas. Las va recogiendo, con un nudo formado en la boca de la garganta, una a una para despejar el cuarto; cuando lleva un área considerable divisa su espejo de mesa ahí, arrinconado cerca de la puerta, estando antes cubierto por un abrigo enorme de piel sintética que al jalar por la manga lo ha revelado.

Ve poco de su reflejo, ondulante como un listón flojo, postrado en cuclillas en el suelo. No le gusta lo que ve en el, es más, nunca le ha gustado su reflejo, porque no sabe si aquella figura es la realidad o es Dea Dama mostrándole las caras que ella no conoce de sí misma. Porque ahí, en el espejo, lo que observa es lo que siente con el pescado. Y ella tiene suficiente con tratar de comprender y querer la primera cara como para ir a descubrir las otras dos, esas que le dan náuseas.

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