SHE | Harry Potter Saga.

00: Boudica.

“BOUDICA”

Genevieve recuerda una clase de su tía Eva más que cualquier otra. La recuerda principalmente porque la mujer se tomó el tiempo de contarle un poco más sobre su madre, mientras tomaban el único té que acepta sin querer apresurar la hora de éste.

Era medio día, el sol se ocultaba bajo unas nubes grises que auguraban lluvia intensa, y el olor a té de menta era tan potente como el incienso de vainilla que le encanta a su tía. Pequeños detalles que recuerda pero que la transportan al momento aún hoy en día.

Aunque sigue sin tener especial afecto a la historia, ese día en específico fue uno que dedicó por completo a ella. Su tía es una fiel amante de ésta hasta donde se quedó en conocimiento, en especial de la muggle; por ello, tuvo clases sobre el surgimiento de Gran Bretaña.

—Te pareces a Boudica —soltó. Ella sabía poco en ese entonces sobre los britanos, pero había preferido no decirle nada por miedo a que callara y no le explicara—, pelirroja, alta... Imponente, aunque eso está por verse. Una vez creí que mi hermana se parecía a ella, pero me equivoqué.

—¿Por qué? —los ojos de su tía nunca le han intimidado y no fue la excepción ese día. Zachary, su hermano, suele decirle que sus ojos eran el reflejo mismo del diablo; ella, no obstante, los encuentra bonitos, bastante turbios pero bonitos, aún en sus recuerdos. Ahí, Eva la miró con su usual expresión de superioridad.

—Boudica era una reina guerrera de los icenos que lideró una rebelión de varias tribus britanas contra los romanos —dijo, con la chispa de fiereza que a Genevieve le encanta recordar, para no perder los buenos tiempos—. Fue subestimada por los romanos como cualquier mujer y criticada porque no entraba en sus estereotipos; era, como dije, muy alta e imponente, dicen que de mirada feroz y voz áspera, y sin duda fue inteligente.

Genevieve, ciertamente, había quedado maravillada, cosa que agradó de sobremanera a Eva cuando le pidió que le contara más. La imagen de Boudica en su mente fue de la clase que anotaba en su lista mental de modelos a seguir; aunque era una lista muy pequeña, con Eva y su madre liderandola.

—¿Pero en qué se parece a mí madre...? —preguntó tan lento como dulce, para que Eva no diera marcha atrás al comienzo de una lección mezclada con recuerdos—, ¿En qué se parece a mí...?

—De ti aún no estoy segura, pero tienes el porte que describen de Boudica. Aún tienes tiempo de no seguir sus pasos; porque acabó suicidandose después de perder una batalla que terminó en masacre —perdió el aliento, cosa que hizo rodar los ojos a Eva por su incredulidad. Genevieve recuerda cómo tiró un poco el té sobre su falda y cómo su tía Eva hizo la vista gorda, como pocas veces hacía—. Pero de tu madre recuerdo ver su rostro una vez y pensar en Boudica; ella estaba decidida a matar a unos mortífagos que vio en el Callejón Knockturn, pero recuerdo aún mejor lo enojada que estaba con tu padre por detenerla... Aún así, mi visión de ella como Boudica desapareció tan rápido como se dejó convencer por Prichard de que a los mortífagos se les debía de dar una segunda oportunidad. Ya sabes cómo terminó eso.

Pocas veces vio a Eva resentida. Esa vez quedó bien retratada en su mente, por la historia y los recuerdos, y la interrupción inusual de Zachary que la lleva a pensar qué más podría haberle dicho Eva de no ser por él.

Ahora, Genevieve siente la lluvia golpear su cuerpo, siente el frío calar sus huesos y siente el terror invadir su corazón, que se constriñe y se libera por segundos. Su mente turbia se entremezcla con el carrete de imágenes extrañas que la hace estremecer en sus noches más calurosas, y los recuerdos de Boudica son los únicos capaces de apasiguar el fuego que se desata.

Sus pasos siguen torpes por la llanura y está a punto de caer, por las llagas al rojo vivo que se forman en sus pies y le son imposibles de ignorar conforme el camino se alza y no se doblega. Pero la estampida que sus ojos nublados no le permiten ver se escucha y ella no augura bonanza viniendo con el tumulto.

Es así como siente una espada incrustarse en su carne hasta clavarse en su espalda y traspasarla, y así es elevada por los cielos, con ojos ciegos que no perciben el peligro de lo terrenal. Siente seguridad y comienza a ver luz, vislumbrando la cabellera castaña que proclama su salvación.

No obstante, despierta y solo ve el sol asomarse por su ventana, y solo siente la victoria de un hombre inocente salvado por una fantástica imagen.